A partir de los primeros escraches de la agrupación H.I.J.O.S bajo las leyes de impunidad de los ’90, las calles de Buenos Aires se transformaron en un espacio de denuncia de los delitos de lesa humanidad durante la última dictadura. El gesto fue aún más lejos y hoy varios barrios de la ciudad están señalizados con baldosas que recuerdan los lugares donde fueron secuestradas las personas desaparecidas. Esta nota repasa algunas historias de una ciudad que está recuperando la memoria.
Cuenta Ricardo Piglia que en 1977 los militares había cambiado el sistema de señalización de la ciudad. En lugar de los viejos postes blancos que indicaban la parada del colectivo había carteles que decían "zona de detención". El autor de Respiración Artificial dice: "la amenaza aparecía insinuada y dispersa en la ciudad".
Hoy en Buenos Aires están las placas que recuerdan a las víctimas del atentado a la AMIA, o la calle cortada frente al sitio donde funcionaba "República Cromañón" o las marcas en los sitios donde fueron asesinados los manifestantes del 19 de diciembre del 2001. Y también la memoria de la última dictadura en sus calles.
Los escraches bajo el techo de la impunidad
El primer escrache que organizó H.I.J.O.S. fue en enero de 1996 -bajo las leyes de impunidad- contra Jorge Magnaco, un médico encargado de los partos en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA). Lo había encontrado una ex detenida en el Sanatorio Mitre. La organización hizo cuatro marchas seguidas. Lograron que lo echaran y que el consorcio del edificio le pidiera mudarse. "Estábamos con los carteles y un montón de volantes -recuerda Raquel Robles, una de las fundadoras de H.I.J.O.S.- no éramos más de 70 personas y los vecinos nos miraban con susto. Decidimos que no íbamos a volver a sorprenderlos".
La Comisión de Escrache trabajaba con los ex detenidos para reconocer a los represores, ubicar dónde vivían y conseguir una foto actualizada para repartir entre los vecinos. Dos meses antes se hacían reuniones abiertas en el barrio. "Queríamos crear consenso en la sociedad en contra de la impunidad", explica Robles. Y muy rápido apareció la consigna: "Si no hay Justicia hay escrache".
Grupos de artistas trabajaban sobre la señalización del barrio y se convocaba a los vecinos a no venderles el pan, a no saludarlos. El día de la actividad, a medida que se iban acercando a la casa, las señales viales se resinificaban para hacerles decir un texto político: "A 100 metros vive un torturador". Se marcaba la casa con bombitas de témpera roja.
Los represores empezaron a prepararse. La policía ponía vallas y había efectivos antidisturbios. Uno de los escraches más difícil fue en el año 2000, en la casa de Juan Carlos Rolón (represor de ESMA). La policía montada reprimió la manifestación de más de 300 personas y se llevaron a 20 detenidos. "Yo me quedé con las Madres -cuenta Robles- y la policía nos iba acorralando contra la pared y las escupía desde arriba del caballo. Ese día a Laura Bonaparte le rompieron un brazo".
En el escrache a Leopoldo Galtieri de 1998 el grupo Etcétera armó una performance que representaba un partido de fútbol. Se cumplían veinte años del mundial de 1978 que había organizado la dictadura. "En ese escrache -recuerda Robles - llamé a Julio Blanck, el responsable de la sección Política de Clarín, para difundir el evento y me contestó ´nosotros no cubrimos escraches´".
Si en la primera actividad había 70 personas, en el que se hizo en la casa de Jorge Rafael Videla en el 2006, a 30 años del golpe militar, había 6 mil. El número está tomado de una nota de Clarín que para ese año ya cubría las actividades de los organismos de Derechos Humanos.
Las baldosas bajo el cielo de los juicios
En la noche del 23 de marzo del 2006 un grupo de vecinos pegaron los primeros plotters en las calles donde habían sido secuestrados o donde habían vivido militantes asesinados por el terrorismo de Estado. Ya se habían derogado las leyes de impunidad y comenzaban los juicios contra los represores.
"Esa noche pegamos 8 o 10 plotters en los lugares donde después irían las baldosas -recuerda Gustavo, integrante de Barrio x la Memoria y la Justicia de Almagro- Comparado con hoy era un intervención en pequeña escala". Desde entonces se colocaron más de 500 baldosas. Sólo Barrios x la Memoria y la Justicia de Almagro colocó 160 con más de 500 nombres.
Algunos Barrios x la Memoria y la Justicia empezaron como desprendimiento de las asambleas creadas en el calor de la crisis del 2001. Otros, como en el caso de San Cristóbal, venían trabajando ligados a la Iglesia de la Santa Cruz, donde se puso la primera baldosa en diciembre del 2005, homenajeando a los 9 desaparecidos el 8 de diciembre de 1977.
Al principio la metodología era buscar los nombres y las direcciones en los listados de la CONADEP, hacer la baldosa y colocarla. Después se empezaron a acercar familiares de las personas desaparecidas. El trabajo siguió en colegios secundarios, tratando de involucrar a los alumnos, armando talleres con los docentes. "Ellos entienden que los desaparecidos no eran marcianos sino chicos, tal vez más grandes, pero como ellos", explica Fanny, otras de las integrantes del Movimiento.
Barrios x la Memoria y la Justicia trabaja en Almagro, Balvanera, San Telmo, Chacarita, Colegiales, Liniers, Mataderos, Villa Luro, Palermo, Pompeya, San Cristóbal, La Boca, Villa Lugano, Soldati y Villa Celina. En otros lugares del país también se han puesto baldosas. En La Rioja, por ejemplo, por el obispo Enrique Angelelli y en Jujuy por la "Noche del apagón", como se conoce la noche en que fueron secuestrados los trabajadores del Ingenio Ledesma.
"La baldosa es una marca que denuncia al terrorismo de Estado -dice Fanny- y también la marca de la presencia y de la militancia del compañero". La Coordinadora llegó al consenso de tomar el concepto de "Militante Popular" en las baldosas, una forma de abarcar a todos aquellos que "participaban y peleaban por una sociedad más justa, ya sea en un colegio, en un gremio o en una organización", resumen.
Robles, al pensar en las baldosas, dice que le parecen "cicatrices arquitectónicas". Cuando Fanny habla sobre los escraches de H.I.J.O.S. reflexiona que la consigna "si no hay Justicia hay escrache" se transformó en "ponete la camiseta de los juicios", lo que parece marcar un paso que va del repudio en el espacio público a los genocidas al homenaje en las calles de la ciudad a los militantes.
Vine a homenajear a un valiente
Gustavo Grigera era médico y había hecho su residencia en el Hospital Italiano. El 18 de julio de 1977 fue a una cita en Corrientes y Medrano. Los militares lo estaban esperando y logró refugiarse en el hospital. El operativo empezó a la una del mediodía y terminó a las seis de la tarde, con más de 50 efectivos y helicópteros sobrevolando el hospital. "Hubo enfermos que murieron de un infarto por el miedo", dice Victoria, su hija. Gustavo era militante montonero y de la Juventud Trabajadora Peronista.
En el 2007 Victoria estaba haciendo una obra de Teatro x la Identidad. Desde Barrios x la Memoria y la Justicia le propusieron hacer la baldosa que conmemorara a su papá. Un problema personal dilató ese momento por cuatro años. En 2010 fue a preparar la baldosa, eligió los colores que iba a llevar y armó junto a los vecinos que no habían conocido a su papá la baldosa que iba a recordarlo. "Es un poco como en los escraches -dice Victoria- la interacción entre los directamente involucrados y los que indirectamente también fueron tocados por la dictadura".
El 18 de julio del 2011 se colocó la baldosa en la vieja entrada del Hospital Italiano con el nombre de los 10 trabajadores desaparecidos del hospital.
Fue un día de lluvia torrencial. Un pequeño techo cubría al orador y a nadie más. El evento se había publicado en el diario Página/12 y eso permitió que llegara desde el conurbano bonaerense un trabajador que había conocido a Gustavo desde su militancia. El hombre pidió el megáfono y dijo: "Grigera venía a hablarme, a venderme la prensa, a convencerme. Hoy me pedí el día en el trabajo y viajé dos horas porque quería venir a homenajear a un valiente".