¿Qué es la violencia contra la mujer? ¿Qué otros tipos de violencia hay además de la violencia física? ¿Cuáles son los mitos que circulan alrededor de esa violencia? Zaida Gatti, titular del Programa Nacional de Rescate y Acompañamiento a las Personas Damnificadas por el Delito de Trata del Ministerio de Justicia de la Nación, responde a esas y otras preguntas.
La violencia contra la mujer es cualquier acción o conducta basada en su género, que cause muerte, daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico a la mujer, tanto en el ámbito público como en el privado (Convención de Belém Do Pará, año 1994).
Esta definición contempla e integra todas las manifestaciones de violencia que se ejercen contra las mujeres: dichas violencias son ejercidas por hombres y su manifestación más extrema es el femicidio. Si bien según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS) el 39% de los asesinatos de mujeres en el mundo son cometidos por sus parejas o convivientes y un 35% de las mujeres han sufrido algún tipo de violencia por parte de terceros en alguna etapa de sus vidas, las legislaciones y la sociedad en general habían invisibilizado tal realidad.
En el año 2012, la Argentina sancionó la Ley 26.791, incorporando entre sus supuestos la figura del homicidio de una mujer, cometido por un hombre, en un contexto de violencia de género, que puede ser de cualquier tipo.
La violencia física quizás sea la forma de violencia más visible, ya que se trata de una agresión dirigida a la víctima, en la que se utiliza cualquier parte del cuerpo, objeto, arma, sustancia o elemento para sujetar, inmovilizar o causar daño a la integridad física, cuyo fin es su sometimiento, control o intimidación. La violencia psicológica es la que deriva de acciones u omisiones verbales o no, con el objetivo de doblegar las resistencias de la víctima, consistentes en prohibiciones, coacciones, condicionamientos, intimidaciones, amenazas, actitudes de abandono y desamparo, imposibilidad de contacto con familiares,capaces de provocar inhibiciones o deterioro en su estabilidad emocional y en su salud mental. Este tipo de violencia se halla presente en todas las expresiones de violencia.
La violencia sexual es el acto de carácter forzado y displacentero que infringe burla o humillación a la integridad sexual, también es la inducción, coacción o sometimiento a la realización de prácticas sexuales no deseadas, que afecten la integridad y/o los derechos sexuales y reproductivos de la víctima.
Entre los tipos más invisibilizados se encuentran la violencia económica, la violencia simbólica, la violencia obstétrica y la violencia mediática.
Esto tipos de violencias ejercidas hacia las mujeres revelan la diferente distribución del poder, reforzando la desigualdad y la subordinación social de las mujeres y favoreciendo que éstas se transformen en las destinatarias de diversas violencias estructurales y coyunturales
La dinámica del poder es una de las características más comunes de la violencia de género, en la cual una persona con más poder abusa de otra con menos poder. Esta relación de abuso puede definirse como toda acción, omisión o manipulación crónica, permanente o periódica, generadora de riesgo actual, que afecte la integridad física, psicológica, emocional, sexual, económica y/o la libertad de una mujer.
En la relación victima-victimario es posible aseverar que existe un placer que experimenta quien daña, golpea o mata. El placer reside en violentar, descalificar o humillar permanentemente a una mujer.
En ejercicio del poder y de la fuerza de la cual dispone el violento actúa en función de la minusvalía de la mujer, decretada por él mismo.
El imaginario social rubrica la condición pasiva de la víctima. Dicha condición se supone en ella ya que fracasó en la defensa o, peor aún, “quizás encontró placer en ser violentada", según la tesis que impregna grandes segmentos del imaginario social. Por ello es que ante la presencia de un caso de violencia, solemos escuchar más apreciaciones referidas a la víctima que al victimario.
Si se trata de una violación, se hace hincapié en la vestimenta que usaba la víctima o cuántas marcas llevaba en el cuerpo que dieran cuenta de la defensa ejercida. En este sentido, permanentemente se realizan juicios de valor sobre la mujer: “si había bebido”, “si se durmió en un taxi” o “si accedió a una cena íntima con un hombre”. Pareciera como que cualquiera de estas situaciones determina que la mujer se encuentra imposibilitada de decir que NO.
Por esto es que existe un sinnúmero de mitos y prejuicios que rodean toda situación de violencia: “Eso le pasa a ciertas mujeres”, “No hay que meterse en la pareja, en definitiva es un problema privado” o “Por algo habrá sido”. Dichos mitos y prejuicios no escapan al pensamiento de la víctima, la que comienza a convencerse de “que a lo mejor lo merece”, “que debe dejar de usar determinado atuendo para no provocar”, entre otros cuestionamientos a sí misma.
Y finalmente, el Patriarcado en su máxima expresión, el pensamiento del agresor que justifica cada situación de violencia hacia las mujeres: “Los hombres somos así, ella me provocó”, “Se la estaba buscando”, “A las mujeres les gusta”, “Cuando dicen No en realidad quieren decir SI”, o “Se me fue un poco la mano…..pero no es para tanto”.
Todas estas definiciones que se encuentran naturalizadas socialmente contribuyen a que se perpetúen los abusos de poder y las prácticas patriarcales, en las que los hombres se consideran naturalmente más fuertes y con mayores derechos que las mujeres.
Esta naturalización de las violencias considera los hechos de violencia como naturales o habituales, se desmienten los relatos de las víctimas y se libera de responsabilidad al sujeto violento.