“Si un hombre hace un agujero en una casa para entrar a robar, se le matará y enterrará delante del agujero”, decía una de las leyes escritas por el rey babilónico. ¿Cuanto de eso hay en los actuales linchamientos? ¿No aprendimos nada de la historia? Son algunas de las preguntas que se plantea Eduardo Blaustein en esta columna.
Argentina 2014. Linchamientos, alguno de ellos seguido de muerte. Aparece en los medios una mirada empatadora del asunto, tirando a justificadora: “Está mal hacer justicia por mano propia pero es que los vecinos ven que la policía no puede hacer nada/ no dan más/ se rompió el contrato moral de la sociedad”. Algo parecido a eso o a nada nace de boca de políticos ante el retorno de conductas sociales pre-babilonias en las calles. Nadie aquí quiere ser políticamente incorrecto ante la, con perdón, incorrección política de los linchadores. Veo en un canal de noticias a una vecina joven que califica como heroicos a los linchadores. Otros dicen, y están convencidos, que la policía tiene “las manos atadas” o que la culpa es de los jueces garantistas.
Qué formidable éxito social tienen esas falacias. No termino de entender en qué circuitos se fundan y legitiman. Si en los circuitos barriales, cuando los comisarios les dicen a los vecinos eso, “tenemos las manos atadas”, o en los mediáticos, o en los discursos populistas de la política conservadora, o en el mirar para el otro lado. Un poco de todo, supongo.
Mil setecientos años Antes de Cristo. Un rey babilonio compila una larga serie de leyes, algunas de las cuales venían aplicándose desde hacía siglos (hay un códice, en Ur, que se remonta al 2050 A. de C.). A esa compilación se la conoce como el código de Hammurabi. Alguna vez nos lo enseñaban en el secundario. Hammurabi dijo que traía la posta de parte de los dioses Anu y Bel. Dijo que si inscribía las leyes en piedra era “para establecer justicia en la tierra, para destruir lo ilegítimo y los males y para contener al poderoso en su opresión del débil”. Las leyes grabadas en piedra fijaban los salarios de los pastores de cabras, los honorarios de los médicos, regulaba a los constructores o arquitectos. Se supone que el compañero Hammurabi fue presuntamente el primero en fijar, escritas, leyes como estas:
“Si un hombre acusa a otro de un crimen capital y no puede probarlo, el que acuse será castigado a muerte”.
“Si un hombre hace un agujero en una casa para entrar a robar, se le matará y enterrará delante del agujero”.
“Si una vendedora de vino tiene la medida corta (si trucha las cantidades), se echará la tabernera al río”.
“Si un hombre destruye el ojo a otro hombre, se le destruirá el ojo”.
“Si un hombre hace saltar un diente a otro hombre, se le hará saltar un diente a él”.
El ojo “ojo por ojo y diente por diente” pasó junto a otras prescripciones a los judíos a través de Abraham, uno más en los barrios babilonios. Abraham toca para Moisés. Moisés es el tipo al que le toca el papel estelar de recibir (transmisión en vivo desde el monte Sinaí) copia en mano de Jehová de los Diez Mandamientos. Lo mejorcito: “No Matarás”. Si es por el remoto “ojo por ojo”, se supone que la idea del código de Hammurabi era la de establecer una cierta proporcionalidad entre una agresión o un delito y la respuesta que hubiera que dar. Los antiguos talmudistas lo entendieron así, cosa de evitar errores, de evitar excesos.
15 de junio de 1215. Juan sin Tierra, en Inglaterra, se ve forzado a dictar la Carta Magna, que sirve para traer un poco de justicia, solo un poquito, y algún principio de legalidad, en la Inglaterra de entonces. La cláusula 39 es la más recordada. Dice:
“Ningún hombre libre será detenido, puesto en prisión, colocado fuera de la ley, expatriado o de alguna manera violada su personalidad, ni perjudicado o condenado, si no por el juicio de sus pares o la ley del país”.
1679. También en Inglaterra se crea el habeas corpus, la prohibición de que las personas sean detenidas sin orden judicial y la obligación del Estado de someter esas personas ante un juez.
Buenos Aires. 1810. Revolución o algo parecido. Los porteños radicalizados toman nota de lo que había ocurrido en 1776 en las colonias inglesas de América del Norte. Particularmente el párrafo de la Declaración que aún promete:
“Sostenemos como verdaderas evidencias que todos los hombres nacen iguales, que están dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables, entre los cuales se encuentra el derecho a la vida, a la libertad y a la búsqueda de la felicidad”.
En 1793, un francés zarpado, Jacques Roux, cura católico un tanto incendiario, se preguntó cuáles eran los alcances de la Declaración de Derechos del Hombre:
“La libertad no es más que un vano fantasma cuando una clase de hombres puede hambrear impunemente a los demás. La igualdad no es más que un vano fantasma cuando el rico, mediante el monopolio, ejerce el derecho de vida y muerte sobre su semejante”.
Hace pocos días centenares de miles de personas salieron a las calles para hacer memoria sobre el 24 de marzo. Los que salieron forman parte de la misma sociedad que escuchó decir alguna vez a Carlos Ruckauf “hay que meterle bala a los delincuentes”. Hoy Ruckauf representa poca cosa pero luego de él el falso ingeniero Blumberg, apoyado por los medios, sectores conservadores y no poca sociedad, consiguió que se hicieran modificaciones legislativas cosa de castigar más duro aunque no necesariamente parejo. El problema de la inseguridad no se resolvió. ¿Mano dura? En las policías y en las calles y en las cárceles se sigue apelando a la tortura o el gatillo fácil. No se resolvió el problema de la inseguridad.
Luis Abelardo Patti fue también resonante paladín del manodurismo. Hace poco se supo que para protegerse de las acusaciones, luego probadas, de su participación en el asesinato de dos militantes montoneros amenazó con difundir “los aviones (matrículas), aeropuertos, destino, fechas y personal que trasladó delincuentes terroristas a disposición final”. De lo que hablaba era de los vuelos de la muerte. Infojus acaba de publicar documentos de la CIDH sobre el asunto, las espantosas fotografías de los vuelos de la muerte.
De esas historias venimos y nos hacemos, pocos, muchos, la pregunta acostumbrada, sobre lo que somos como sociedad o acaso la pregunta tiene que ver también con la condición humana: ¿no aprendimos un pomo? A esta altura no espero gran cosa del periodismo dominante que conocemos en relación a si podemos discutir un poco mejor este feo y muy horroroso asunto de los linchamientos, este genial retroceso a las previas de lo que llamamos Civilización. Me gustaría en cambio escuchar alguna cosa saludable de la política. Alguien que tire una soga y no para usarla en modo horca, como lo hacían en el Lejano Oeste, o más bien hacia el sur de los EE.UU., en el Ku-Klux-Klan. Que dicho sea de paso nació en 1865 y aún sostiene una web inspirada, por supuesto, en los grandes valores de la civilización occidental y cristiana.