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Infojus Noticias

20-3-2014|19:35|Crimen San Luis San LuisProvinciales
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La jueza del caso espera las pericias psicológicas

Crimen en Naschel: “Mi esposo era un hombre normal”

La esposa del policía Walter Talquenca, detenido por matar a dos personas y herir a otras diecisiete el sábado en Naschel, San Luis, recibió en su casa a Infojus Noticias. Laura Pereyra reconstruyó las horas antes de la furia y sigue sin entender. “Quiero preguntarle qué le pasó”, dijo.

  • Mariano Amagno
Por: Laureano Barrera

Pasaron cuatro días desde que Laura Pereyra vio  su esposo por última vez. Wallter Talquenca está detenido en la Penitenciaría más vigilada de todo San Luis,  120 kilómetros al sur de la casa que comparten desde que se casaron en su Naschel natal. Está acusado de matar a sangre fría al comisario del pueblo, a un camionero bonaerense que estaba de paso por el lugar, y de  herir a diecisiete personas más. “Intenté explicarme muchas veces qué pasó, lo sigo intentando, porque no entiendo”, dice desorientada, en el comedor de su casa, en una entrevista exclusiva con Infojus Noticias. Es la primera vez que habla en profundidad desde que su esposo -un policía de Villa Mercedes que estaba de franco la madrugada del sábado-, empezó a los tiros en un el boliche “Natacha disco” y terminó la balacera en una comisaría. “Él no era esa persona que fue esa noche”, dice Laura con sus ojos vidriosos de tanto llorar. “Él era un hombre normal”.

El domingo fue a verlo a la cárcel. A pesar de que no estaba incomunicado, después de sortear la requisa, le dijeron que no tenían orden de la jueza, y que era por su seguridad. Tuvo que volverse. Laura tiene una pregunta clavada para hacerle, que repite a este portal, mientras le cae una lágrima:

- Quiero preguntarle qué le paso. Porque yo lo conozco desde hace 14 años, y jamás se puso así.

Walter pidió declarar. Frente a la jueza y el agente fiscal, juró que no recuerda nada, que las horas en que desató el baño de sangre no están, están negadas en la memoria. Los investigadores del caso tampoco caminan sobre un suelo demasiado firme: la jueza Patricia Bosse espera las pericias psicológicas de un cuerpo de psiquiatras de San Luis para escarbar en su mente. “Esperemos que la ciencia nos dé una respuesta”, dijo a este portal el agente fiscal Carlos Leroutre. Laura relató a Infojus Noticias cómo fue el día en que su vida, la de su familia, la de su pueblo, cambió para siempre.

Viernes por la mañana

Los Talquenca se levantaron a las nueve, como siempre. Laura cebó unos mates con Walter con la radio encendida en la FM local que ella escucha usualmente. Después fueron juntos a la iglesia del pueblo a inscribir a sus hijos en catecismo. A la vuelta almorzaron un puchero que ella cocinó y ella se fue a la fábrica “Navegantes”, que produce sogas, cintas de persiana, medias sombras, hilo de campo y bolsas, donde trabaja como operaria. Walter estaba de franco y se quedó mirando televisión con sus dos hijos. Laura cree que no salieron en todo el día. Cuando volvió de la fábrica, pasadas las diez de la noche, Walter estaba recalentando la sopa del puchero, con música en la computadora de fondo –tal vez folklore, tal vez latino- mientras los chicos miraban televisión. Tuvieron una conversación de rutina: cómo le había ido, si había novedades. “Nada fuera de lo normal”, recuerda Laura.

-  Está linda la noche para salir a tomar algo- propuso ella.

Él aceptó de buen gusto.

Antes de las balas

Llegaron al Club Social y Deportivo Naschel, frente a la plaza del pueblo, pasadas las once. Se sentaron en la mesa más próxima a la puerta. Picaron unas papas fritas, que Walter acompañó con una medida de whisky y Laura con un agua saborizada. Los chicos pidieron helado. Después de unas dos horas, dejaron el restaurant para dejar a los chicos con su madre y volver a tomar un trago. Unos minutos después que se fueron, se sentaron en la mesa contigua siete hombres. Eran camioneros: la mañana siguiente volverían a Buenos Aires llevando los acoplados cargados con la chala del maíz. Entre ellos estaba Diego Brizuela, el camionero que unas horas después sería asesinado por Walter, sin mediar palabras, con un balazo al lado de la nariz.

Antes del pub, hicieron una pasada por el casino, en la otra cuadra a la comisaría, donde él hacía adicionales los días feriados. Jugaron a las maquinitas, Laura tomó una gaseosa y Walter un fernet. Después se fueron al pub de la calle Pringles y San Martín, donde había algo de movimiento. Ella tomó un jugo; Walter un whiskola.

De ahí cruzaron al boliche “Natacha Disco” que estaba a media cuadra sobre la vereda de enfrente. Walter saludó a los dos policías que estaban en la puerta, los conocía aunque él pertenecía a la policía de Villa Mercedes y cumplía servicio en el pequeño San José del Morro. Adentro estaba el comisario del pueblo, Julio Marcelo Barrio,  a quien una hora después mataría de dos balazos. Se abrazaron, y la pareja siguió para la barra.

- En la barra habló con el dueño, que conocía (Martín Estrada), y le reprochó que le habían cobrado las dos entradas. Porque los policías no suelen pagar. Después me corrí a un costado y no escuché más- cuenta Laura.

Estrada le dio dos fernets y una coca por cortesía, y se fueron a dar una vuelta. Cuando lo probó, dijo que estaba muy puro. Laura le dio de su coca para que lo rebajara. Pero seguía estando fuerte.

- Ahí es que empieza a mirar raro, como a lo lejos, y empezó a apretarme la mano.

Laura le dijo que le estaba haciendo mal. Walter no le contestó. Un rato después, cuando le preguntó qué le pasaba, le dijo:

- Todos me miran. Soy un extraterrestre.

Después la llevó en silencio hasta la pista. Apoyó el vaso de fernet en un parlante, y la sacó a bailar. “Estaba muy lleno, y bailando se roza con un chico. Walter lo empuja, el chico pega un botellazo y él se cae. Quería seguir peleando, pero logré sacarlo afuera”.

Laura sólo recuerda que el chico de la botella tenía remera blanca. La justicia puntana está investigando ese episodio pero hasta ayer en el sumario policial no había otros testigos. Walter, sin embargo, tenía un corte en la ceja cuando declaró ante la jueza Besso. No recordaba de qué.

Afuera, Laura y Walter discutieron. Él le gritó que volviera a su casa; estaba fuera de sí. Ella terminó por irse: eran las 3: 45 de la madrugada. Después, pasó lo que pasó, la masacre inaudita, reconstruida por decenas de testigos y contada ayer por Infojus Noticias.

Mal augurio

Laura no podía dormirse. Tomaba un mate tras otro, sentada a la mesa de la cocina, de cara al tapiz enorme donde ocho perros falderos juegan al póker, porque presentía que en el estado en que lo había dejado Walter podía terminar en problemas. El mal augurio se mezclaba con un poco de remordimiento: camino a casa, mientras rumeaba la bronca y la angustia, había llamado dos veces al 911 para avisar que estaba herido, pero también había pedido que lo detuvieran: esa noche, le parecía la mejor manera de cuidarlo. Entonces sintió las detonaciones al otro lado del pueblo. Uno, dos, tres, más de diez estampidos. Cuando salió a la puerta, vio como esa sinfonía extraña, que no cabía en la marcha habitual del pueblo, había despabilado a algunos curiosos que corrían en dirección de la plaza. A pesar de la hora, había bastante gente porque acababa de terminar el turno nocturno de la fábrica. Se subió a la bici y enfiló, sin saber adónde iba, hacia el baño de sangre. La noticia de lo sucedido había corrido rápido. Mientras ella pedaleaba, cruzaba a sus vecinos, los comerciantes que la habían visto crecer, que ya sabían que su marido estaba implicado. Una de esas murmuraciones la alcanzó en el camino como una flecha. Laura sintió la desesperación en la boca, el corazón loco, una puntada en la panza. “Yo pensé que algo le había pasado, pero no me imaginé eso”.

En ese momento le llegó la confirmación telefónica por un compañero de la fábrica.

- Laurita, dónde estás.

- Estoy yendo a ver qué paso.

- Fue tu marido.

Cuando llegó a la comisaría, le dijeron que se lo habían llevado hace media hora para Concarán, el pueblo de al lado, para que no lo lincharan. Allí, según la versión de Walter, volvería en sí.

- Y le recomiendo que usted también se vaya del pueblo un tiempo.

Laura está allí, donde nació, y sabe que no ha hecho nada malo. Sigue sin poder entender. “Le pido perdón y le doy mis condolencias a las familias de las víctimas”, dice. Ella y Walter se conocieron hace 14 años en Villa Mercedes, cuando él hacía adicionales vigilando el barrio y ella iba a estudiar peluquería. Ella lo había visto antes. En las noticias. Lo estaban condecorando, herido, por querer impedir el asalto a un banco.

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