En marzo de 2013, Alfredo Alberto Veysandaz, capitán de la comisaría 1° de Quilmes, disparó contra un grupo de amigos que volvían de bailar: mató a dos e hirió de gravedad a un tercero. A fuerza de reclamos, familiares, amigos y vecinos lograron identificarlo. El 17 de febrero próximo comenzará el juicio para determinar su responsabilidad, a cargo del Tribunal Criminal N° 1 de Quilmes.
La última madrugada de Marcelo Javier Alarcón y David Heber Orlando Vivas fue la del 3 de marzo de 2013. Eran casi las siete de la mañana cuando caminaban junto a un grupo de amigos, todos de entre 15 y 21 años, por la ribera de Quilmes de regreso a casa, en el barrio Villa Luján. Aquella noche habían ido a bailar a Maruca, un boliche de la zona, y ya era hora de volver. Pero nunca lo hicieron. Un Chevrolet gris apareció de golpe y tiró el auto sobre los jóvenes. A uno le rozó el cuerpo; se enojaron, le lanzaron patadas. Entonces del vehículo bajó Alfredo Alberto Veysandaz, capitán de la comisaría 1° de Quilmes, para entonces sin uniforme: su turno había terminado a las seis. Sacó un arma del baúl y disparó. Las balas también hirieron a Marcelo Lúquez, hermano de Javier. Veysandaz volvió al auto y se fue.
Las noticias que se publicaron los días siguientes hablaron de un intento de robo. Los jóvenes fueron señalados como peligrosos delincuentes abatidos por un justiciero.
A casi tres años de los asesinatos, finalmente el 17 de febrero próximo comenzará el juicio que determinará ante la Justicia la responsabilidad de Veysandaz. Será juzgado por triple homicidio (dos consumados, uno en grado de tentativa) por el Tribunal Criminal N° 1 de Quilmes.
“Es muy duro todo esto, gracias a Dios encontré gente que me acompaña, mi dolor fue acompañado por muchos. Ahora, la verdad, son muchos sentimientos encontrados”, dijo a Infojus Noticias Beti, madre de David, tras conocer la noticia del inicio del juicio.
La presión para esclarecer los hechos
Fue Raúl, hermano mayor de David, el que lo levantó del piso esa madrugada. Recién salía de trabajar en uno de los boliches de la ribera cuando lo vio en la calle, con un tiro en la frente. Al lado yacía el cuerpo muerto de Javier Alarcón; tenía 15 años. David iba a llegar con vida al hospital de Quilmes, pero con muerte cerebral. Falleció a las once de la mañana del día siguiente, con 21 años de edad. Marcelo Lúquez, hermano de Javier, fue alcanzado por las balas, pero es el único de los heridos que logró sobrevivir.
“No sabíamos nada, no entendíamos nada de lo que había pasado. En ese momento lo único que podés hacer es llorar”, recuerda ahora Beti, mamá de David y de otros siete hijos. Había muchos testigos y pronto pudieron reconstruir los hechos, pero nadie sabía entonces quién era el hombre que había asesinado a David y Javier, y herido a Marcelo. En el medio del dolor que nublaba todo y la desesperación, familiares y vecinos llenos de bronca salieron a cortar la autopista. Los policías de Quilmes empezaron entonces a amenazar a los chicos del barrio. “Digan que estaban robando porque si no, van a ir presos”, les decían.
El lunes siguiente al crimen, Veysandaz se presentó a trabajar como si fuera un día más. No hizo ninguna denuncia sobre los supuestos delincuentes a los que había tenido que matar porque le querían robar, según se defendió tiempo después. Por ese entonces, tenía cerca de setenta años, estaba a punto de jubilarse. “Estaba tranquilo porque se sentía cubierto por sus compañeros”, dice hoy Beti.
Los cortes continuaron e incluso llegaron hasta los tribunales penales del municipio. El comisario decidió entonces convocar a las familias de las víctimas. “Estamos trabajando, por favor, terminen con los cortes porque nos están haciendo quedar como boludos adelante del juez y del fiscal”, les dijo y pidió tiempo hasta el viernes siguiente.
Esas horas fueron vertiginosas. La policía no avanzaba. Alguien aportó un dato en el barrio: el asesino era policía. Esta vez el corte de la autopista fue muchísimo más grande. Esa misma noche la presión logró que detuvieran a Veysandaz. “Le tuvieron que soltar la mano, no les quedó otra”, dice Beti.
“¿Cuántos chicos habrá matado este tipo si él los mata y el lunes se presenta a trabajar como si nada? Nunca pensó que nos íbamos a organizar y salir a la calle. Yo tenía miedo. ‘Me van a cerrar la puerta en la cara’, pensaba. Pero mi nuera y mis hijos dijeron ‘No. Hay que saber quién mató a los chicos”, dice hoy a Infojus Noticias Beti.
El dolor de los que sobreviven
David era el menor de los hijos varones de Beti. “Era especial, tenía un corazón súper grande, era muy bueno”, dice ella. Nadie en la familia logró recuperarse de su muerte. “Es hablar de él y llorar todos”, cuenta. Sabe que el día que comience el juicio, todos la acompañarán, pero no podrán presenciar las audiencias. “Desde que murió David me salió salir a luchar y quizá no hice mi duelo. Mis hijos, en cambio, tienen mucho dolor y bronca guardada”.
En el barrio, hacen radios abiertas para difundir lo que pasó con Javier y David. El próximo 6 de febrero también harán un festival y retocarán el mural que pintaron luego del asesinato de los chicos. “Es difícil luchar contra la policía, es doloroso, pero es mi obligación buscar justicia por mi hijo”, dice ahora Beti.