Juan Herrero tenía tres años cuando secuestraron a su mamá, Julia Brocca, de su casa en la capital cordobesa. Ayer Juan declaró junto a su padre en el juicio La Perla en el marco de la causa Rodríguez II, donde se investigan los hechos ocurridos con su madre.
Juan Herrero tenía tres años y dormía con su hermanito de dos cuando una patota militar secuestró a su mamá Julia “Cuca” Brocca en la casa donde vivían, en la capital cordobesa. Ese 28 de marzo de 1976, cuando se despertaron, vieron a tíos y vecinos llorando. Ayer Juan declaró en el juicio La Perla en el marco de la causa Rodríguez II, donde se investigan los hechos ocurridos con su madre. La causa tiene 52 imputados y ya pasaron más de 200 testigos en este segundo año de debate. También declaró su papá, Mario Antonio Herrero, esposo de Julia.
Desde antes del golpe militar, Julia era perseguida por su militancia gremial. Era docente y tenía 29 años. "Mi esposa me hizo saber que entre sus compañeros se hablaba de una lista negra de personas sindicadas como activistas gremiales o políticos. Ella supo que su nombre estaba en esa lista", le contó Mario al Tribunal Oral Federal 1 de Córdoba. Julia trabajaba en la Dirección de Complementación Educativa, dependiente del Ministerio de Educación de la Provincia.
En su búsqueda desesperada, Mario hizo un habeas corpus y se entrevistó con un funcionario del Ministerio del Interior. “Lo de su mujer puede haber sido otra cosa, tal vez ni siquiera fue secuestrada. Conozco un caso de una mujer que trabajaba en un banco, siempre todas las mañanas la pasaba a buscar un compañero de trabajo. Un día desapareció y el marido desesperado hizo la denuncia. Resultó que la mujer se había escapado con su compañero de trabajo”, le dijo el funcionario.
Frente a los jueces, Mario recordó su respuesta: “Guardé la compostura y le dije: yo no creo que mi mujer haya contratado a seis tipos para fingir un secuestro y ocultar una situación extramarital. Le pido que seamos serios. Usted debería tomarse vacaciones, su trabajo es insalubre si debe estar dando a la gente respuestas como la que me acaba de dar a mí".
Meses después del secuestro, un hombre se le acercó en una iglesia. Era un agente de inteligencia que le prometió averiguar qué había pasado con Julia.
-Si yo te contara una sola de las barbaridades que hice, de lo inmisericorde que he sido, te aseguro que de ahora en mas no cerrarías los ojos de noche. Sólo voy a averiguar y decirte si Julia está viva pero quedan muy pocos. Te preguntarás por qué te lo voy a decir a vos: porque no nos odias y porque cuidas bien de tus hijos, y eso es importante.
A pesar de los 38 años que pasaron, Mario todavía recuerda esas palabras. Semanas después el agente se contactó con Mario y le dijo que no buscaran más a Julia. Con los años, Mario supo que el siniestro hombre era Saúl Pereyra, un agente civil del Ejército que actuó en La Perla. Nunca llegó a ser enjuiciado porque murió “en un accidente” con su propia arma.
En la audiencia, también declaró Claudio Orosz, que trabajó con Julia en la Dirección de Complementación Educativa. “Ella siempre decía que cada niño era un mundo. Nos contaba las historias que conocía desde ese lugar, historias no resueltas. Lo que más le preocupaba era el futuro de esos niños. El futuro de esa sociedad".
El hijo mayor de Julia no pudo escuchar los relatos de su papá ni del compañero de Julia, porque fue el último en declarar y los testigos no pueden presenciar audiencias antes de su testimonio ante los jueces. Sus última palabras ante el TOF fueron de reflexión y pensar el país que quiere para su compañera y su pequeño hijo que lo acompañaron al juicio:
-Estoy convencido que no fue el pueblo argentino quien causó lo que aquí pasó. El pueblo argentino en todo caso tuvo miedo. Estos juicios nos tienen que servir para no llegar nunca más a tanta intolerancia sobre todo en tiempos en los que a alguien que roba se lo sale a matar, cuando hay un estado de derecho e instituciones para juzgarlo. Nosotros vamos a continuar con nuestros sueños y los sueños de mi madre, para que en este país podamos todos vivir plenamente y gozar de todos los derechos.
Juan ni su hermano disfrutaron los abrazos y caricias de su mamá. Como eran muy chiquitos tampoco tienen recuerdos, se criaron con el amor de su papá y sus tíos pero sin su mamá. Todo eso se lo arrebataron.