El sacerdote Ricardo Giménez fue condenado por el abuso de cinco menores en 1996, pero fue liberado después por “dignidad eclesiástica”. Hoy sus víctimas ya suman 18. Muchas de ellas estarán en el escrache convocado para el martes.
El próximo martes a las cinco de la tarde muchos vecinos de Los Hornos descubrirán que detrás de los buenos modales del cura del barrio, Ricardo Giménez, hay un pasado que durante años se mantuvo en secreto. Julieta Añazco lo sufrió en carne propia y estará allí, enfrente de la casa del sacerdote, junto con otras víctimas y organizaciones sociales. Quieren que todos lo conozcan. Julieta lo vio por primera vez en el verano de 1979, cuando iba a la iglesia Madre de la Divina Gracia de Gonnet, un barrio de clase media en las afueras de La Plata. “Me hizo entrar en el confesionario, que no tenía nada. Era una habitación donde nos hacía pasar de a uno. Entonces me paró entre sus piernas y mientras contaba mis pecados me tocaba el sexo”, recuerda con voz firme. Ella tenía 7 años y el cura pasaba los 50. Fueron tres veranos seguidos en los que padeció lo mismo. Tuvo que aprender a sobrevivir en silencio. “A los 18 recién se lo pude contar a mis padres, que hicieron lo que pudieron, -cuenta la mujer, que hoy tiene 41 años-. Hablaron con una jueza que se llamaba Gardela y les dijo que sólo se podía denunciar los siguientes cinco años. Nunca más lo volví a hablar, ni en 20 años de terapia”.
Hasta hace tres meses. Entonces, como ella dice, “despertó”, sabía que quería hacer algo con “eso”. Un amigo militante de Neuquén la contactó con las mujeres del Frente Popular Darío Santillán, en La Plata. Pronto surgieron contactos con otras organizaciones sociales y feministas. Por las redes sociales llegó Carla, una mujer que había sido abusada por Giménez cuando tenía once años. Y se organizó una campaña.
La Justicia
Julieta y Carla no pudieron hablar durante muchos años, ni sabían qué había sido del cura que las había manoseado. Pero el párroco llegó a pisar la cárcel por otros abusos, años después. En 1996 estaba destinado a la Iglesia Santa María Magdalena, una localidad rural de los alrededores de la capital de la provincia. El 24 de marzo, cuando se cumplían dos décadas del Golpe de Estado, una mujer lo denunció por tocarle los genitales a su hijo y tratar de besarlo en la boca.
Cuando el caso trascendió, otras cuatro mujeres más se animaron a contar lo mismo: Giménez las había invitado a compartir un almuerzo en la parroquia y después, mientras nadaban en la pileta, el sacerdote las acarició en partes íntimas y las animó a hacer lo mismo.
Un mes más tarde, con la investigación en mano, la policía llegó hasta su casa de Los Hornos y Giménez fue arrestado. El juez Emir Caputo Tártara le dictó la prisión preventiva por abuso deshonesto de menores en concurso material de los cinco casos. Para defenderse, el acusado acusó. Dijo que los padres de los niños que lo denunciaban eran “endemoniados e infames”.
El arzobispo de La Plata, en el nombre de monseñor Carlos Galán, pidió por la libertad del cura ocho meses después. El juez Caputo Tártara lo desestimó porque entendió que el pedido tenía que hacerlo el propio Giménez. Pero durante la feria judicial el pedido pasó al juez de turno, César Melazo –actual juez de Garantías de La Plata-, que aceptó el recurso y pasó a la Cámara Penal de Apelaciones.
Un fallo con la firma de los jueces Raúl Delbés y Horacio Piombo concedió la excarcelación extraordinaria del cura bajo “caución juratoria”. En sus fundamentos, el dictamen decía que la “garantía moral que significa la personación del arzobispo de La Plata” inclinó al tribunal a conceder el recurso. Además, los magistrados consideraron determinante la “dignidad eclesiástica, la buena conducta y la falta de antecedentes del sacerdote”. La iglesia nunca lo excomulgó.
El escrache
Fueron sus propias víctimas quienes reconstruyeron obsesivamente el derrotero clerical de Giménez después de dejar la cárcel. La institución lo guareció en Berisso, y de allí pasó al Hospital Italiano de La Plata, donde estuvo a cargo de la capilla durante 15 años, antes de recalar en el San Juan de Dios, y daba misa.
Hace quince días, un centenar de activistas de organizaciones sociales -la Casa de la Mujer Azucena Villaflor, la Unión por los Derechos Humanos, Las Rojas, Pan y Rosas, entre otras-, llegaron junto a Julieta y a Carla, dispuestas a exorcizar de un latigazo el peso íntimo de treinta años. Entraron por la tarde a la capillla del Hospital San Juan de Dios, cuando Giménez estaba oficiando misa. Algunas cargaban con pancartas de repudio con las que habían empapelado el hospital: “Peligro. Ricardo Giménez. Abusador”.
El clérigo tuvo que suspender la ceremonia. “Pude decirle en la cara que no se iba a olvidar nunca de mí, y eso fue muy liberador. Volví a nacer”, contó Julieta, con la esperanza de que la difusión del caso anime a más hombres y mujeres a contar los abusos del cura. Como efectivamente sucedió.
“Ya somos 18 las víctimas del cura. Los cinco casos de Magdalena, los hermanos de Carla y otros conocidos que son siete; se acercó una mujer que tiene 52 años y a la que el cura abusó en 1971, en una iglesia de Flores; y dos hermanas que fueron abusadas en el colegio Namuncurá, de City Bell. Algunas lo vieron desnudo, describen hasta los lunares del cuerpo”, repasa Julieta. “Siempre fue igual, lo hacía en los campamentos de verano que organizaba”.
Julieta cree que en las fiscalías de La Plata fueron ambiguos: le dijeron que si aparecen más casos, quizás se pueda reabrir la investigación, y que van a buscar el legajo de 1996 en el que fue condenado. Pero sólo está en soporte papel, y los Tribunales de La Plata son un gran laberinto kafkiano.
En tanto la dirección del San Juan de Dios tomó cartas en el asunto y apartó al abusador. Ayer el diluvio impidió que las víctimas y sus organizaciones exorcizaran su bronca y pidieran Justicia en la puerta de la casa del cura, en Los Hornos. Lo harán el martes próximo a las cinco de la tarde.