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26-4-2015|16:40|#PASO2015 Capital FederalProvinciales
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Alta participación en una nueva jornada democrática

"Lo que importa es la República, estoy contenta de participar"

Silvia Iribarne tiene 52 años, es psicóloga y es la primera vez que actúa como presidenta de mesa. Lo hace en el colegio Sagrada Familia del barrio porteño de La Paternal. Bajo un ritmo febril, apenas se toma un descanso para ir al baño. “Toda La Paternal viene a votar a esta mesa, lo voy a poner en el informe final”, bromea mientras encara el tramo final de la jornada.

  • Enrique García Medina
Por: Lucila Rolón

“Estoy muy nerviosa, no dormí nada anoche", dice la presidenta de la mesa N 4688, colegio Sagrada Familia del barrio porteño de La Paternal. Pero no se le nota: Silvia Iribarne (52) recorta prolijamente el troquel de un votante con una tijerita verde, que se pierde entre sus dedos anchos. Es psicóloga hace 27 años, y hoy no trajo su celular. Si alguno de sus pacientes tiene una recaída o necesita consultarle algo urgente, será mejor que intente un plan B porque Silvia, hoy, no acepta interrupciones. Es la primera vez que es presidente de mesa y, aunque se tiene confianza, no puede evitar sentir desasosiego: “Hay mucho por hacer y tengo miedo de equivocarme, especialmente en el escrutinio”. Pero para eso todavía falta. Es la una menos cuarto, la fila mixta de votantes suma 22 personas, entre pulcros hombres de más de sesenta años; mujeres de treinta y pico, con cochecitos y enormes bolsos; varones en musculosas; chicas con cascos de motos; y algunas parejas de hermanos.

“Toda La Paternal viene a votar a esta mesa, lo voy a poner en el informe final”, bromea Silvia. Es que desde las ocho de la mañana, el ritmo de las elecciones, acá, es el mismo. Ninguno de los cinco miembros del equipo, entre autoridades de mesa y fiscales de partido, tomó más que un par de mates y traguitos de gaseosa. Silvia no fue al baño ni una sola vez. Todos se conocieron hoy y están debutando en esta tarea. Se los ve atentos, cada uno cumpliendo con su parte, como en una coreografía ensayada hasta el hartazgo. No se quejan demasiado y celebran la “buena onda” con la que vienen trabajando en estas PASO, las primeras elecciones primarias que experimenta la Ciudad de Buenos Aires, en las que los porteños elegirán a la troupe de candidatos a jefe de gobierno, legisladores y comuneros que el 5 de julio se medirán en la elección general.

El miércoles por la noche, cuando llegó a su casa después de doce horas de atender pacientes, el marido de Silvia la recibió con un rap de cargadas: “Mirá lo que llegó para vos, mi amor”, le dijo, sacudiendo un sobrecito. Así se enteró de que el viernes tenía un curso de capacitación y de que hoy iba a comandar esta mesa: “No soy de ningún partido político y me siento bien, especialmente porque tengo claro que lo que importa es la República. Nunca me había molestado en seguir estas cuestiones tan de cerca y, más allá de todo, estoy contenta de participar”, dice, mientras se acomoda los lentes para detectar el número de un DNI más viejo que la Navidad. “Chiquita, anotá: 245”, ordena con su voz grave y clara.

14 PM- Silvia sigue sin haber ido al baño. Tampoco votó. Ahora se para pidiendo permiso para asistir a alguien que quedó encerrado en el cuarto oscuro: “El cuarto oscuro y siniestro, ¡se le traba la puerta!”. Cuando vuelve a su silla, detrás de dos típicos pupitres de primario, explica que, según un cálculo rápido, habrán votado más de 150 personas en esta urna. Rebotaron sólo a dos, porque sus documentos no estaban en condiciones.

Luciano está preparado para votar por prrimera vez. Su mamá lo escolta muda y seria. El pibe está tan pálido como su remera blanca deportiva. Nació en 1999 y sus 16 anos recién están haciendo base en su cuerpo. Le dan el sobre, lo agarra y lo mira fijo. Camina hacia el cuarto y, cuando sale, lo reciben con aplausos, como cuando aterriza un avión. “Bienvenido al mundo cívico, hijo”, le dice Silvia mientras le entrega su troquel.

Ahora ya no hay fila. La mesa festeja y el único hombre del grupo agarra la caja de sanguchitos de miga como si fuera un salvavidas en medio de un océano. “Ya almorzó hasta Mirtha Legrand”, dice una fiscal. La coreografía se desploma entre comentarios y choques de manos: “Dale, dale, coman, que no sabemos cuándo van a volver”; “Qué genia tu hermana, que nos trajo la comida”; “Tomamos del pico, no?” Pero Silvia no agarra ninguno y corre hasta el baño, que queda en la otra punta del colegio. Cuando vuelve, aprovecha y vota. Un compañero nota que se toca un brazo y le pregunta si está bien. Resulta que el viernes pasado, después de la capacitación, Silvia fue operada de unos quistes en el hombro. No hizo reposo. Ayer se la pasó leyendo instructivos por Internet y hoy se despertó como si no hubiera pegado un ojo. “Voy a estar bien, tenemos que terminar esto. Va a salir todo bien”. “Silvia! Silvia! ¿Cómo va todo? ¿Qué vas a hacer hoy cuando llegues a casa?”, le pregunta alguien desde otra mesa. “¡Gritaaaaaaaaaaar!, responde, y encara el tramo final de la jornada.

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