Así le decían en la tortura a Hipólito Colombo, sacerdote durante la última dictadura cívico militar, secuestrado en el centro clandestino La Perla. En su testimonio contó el cautiverio que sufrió durante cuatro días y pudo echar luz sobre el destino del militante Osvaldo Ravassi
Hipólito Colomo, un ex cura de 76 años, casado, recordó con la voz entrecortada lo que le decían sus interrogadores de La Ribera mientras le pasaban electricidad por el cuerpo: “Vos sos un cura marxista, así que no podés tener Dios”. Fue el testigo número 500 en los tres años que lleva el megajuicio de La Perla: medio millar de memorias rotas por los asesinatos, las torturas, los crímenes sexuales y las desapariciones que dejó en la provincia de Córdoba la última dictadura cívico-militar.
El sacerdote fue secuestrado en su casa por una patota de civil. “Me dijeron ‘tabicate’. Yo no sabía qué era eso. Me preguntaban dónde estaban las armas. Me cargaron en un Falcon amenazado con pistolas: tenían armas largas. Me llevaron al campo de La Ribera”, contó. Colomo fue convocado por la Fiscalía que encabeza Facundo Trotta y el abogado querellante Claudio Orozs para que contara lo que sabía de Osvaldo Ravassi, un técnico electricista con militancia gremial que desapareció los primeros días de enero de 1976. La semana pasada, su mujer Mirta Pizzolato había contado el largo e infructuoso camino para encontrarlo vivo.
“Trabajé con él. Además me vendió un terreno”, dijo el cura que había optado por los pobres.
En otro tramo de su declaración, graficó el sadismo al evocar una sesión de tortura en la que estaba encadenado a una cama y con unos apósitos en los ojos.
––El que te entregó a vos es Ravassi.
––En el momento de la tortura nadie puede decir nada.
Se hizo una pausa y siguió con el relato del diálogo entre los dos interrogadores: uno le preguntó al otro quién era Ravasi.
––Es un tipo a quién yo le corté el cogote.
Colomo, que estuvo cuatro días en el campo de concentración, contó que no pudo ver si su captor guiñaba un ojo mientras hablaba. “Eso es lo que escuché de Ravassi”, dijo y en seguida aclaró: “No sé cuál era la militancia de Ravassi, pero teníamos una relación muy fluida. No creo que me haya nombrado”.
Ravasi, radioaficionado y gremialista
“Para nosotros fue muy importante el testimonio de Mirta, porque grafica la búsqueda que hizo de su compañero, Osvaldo Ravasi”, dijo a Infojus Noticias María Laura Villa, de la agrupación HIJOS Córdoba. La filial mediterránea del organismo cubre todos los juicios de la provincia sin faltar a una sola audiencia y los vuelca en el Diario del Juicio. (www.eldiariodeljuicio.com.ar).
Ravasi era técnico electricista y trabajaba en Pachini De Petris S.A. También era radioaficionado y gremialista. Mirta estaba circunstancialmente en Córdoba capital cuando una patota reventó la casa de las sierras donde estaba con su esposo Ravasi por esos días. Su hermano le dijo: “Entró gente armada a tu casa y el ‘flaco’ no está. Los vecinos vieron todo”. Cuando volvió la casa estaba abierta, “la imagen era impactante, era horrible, como que un grupo desquiciado y violento hubiera estado. Estaba todo tirado fotos, papeles, libro...no parecía mi casa, lo era, pero estaba habitada de mucha locura, se respiraba mucho atropello, el baúl de juguetes todo tirado”.
Se lo llevaron a La Ribera. Mirta nunca más lo vio. Tuvo que sobrevivir rodeada de incertidumbre y miedo, con 29 años y los dos hijos a cuestas. “Pienso en mí a mis 29 años, con mis dos chiquitos agarrados de la mano, de casa en casa: hubiera necesitado un momento de recreo”.
Los hermanos sobrevivientes
Mauro y Ana Gorosito corrieron la misma suerte: allanamiento ilegal en la casa el 12 de septiembre de 1975 -todavía gobernaba Estela Martínez de Perón- y torturas en el Departamento de Informaciones de la Policía de Córdoba, el célebre “D2”. Pero lo peor de sus cautiverios, contó Ana durante la audiencia de hoy, es que hayan sido simultáneos. “Querían que confesáramos que pertenecíamos a las organizaciones armadas, o le dijéramos el nombre de alguien (…). La peor tortura fue escuchar los gritos de los otros detenidos y fundamentalmente los de mi hermano”, dijo. Un rato antes, el propio Mauro relató los doce días de padecimiento en el área de inteligencia de la policía provincial, antes de un peregrinaje asfixiante por las cárceles de la dictadura: UP1, Sierra Chica y la Unidad 9 de la Plata. “Me acusaban de ser del PRT”, sintetizó Mauro.
Ana conmovió a quiénes siguieron su relato en la sala de audiencias. Para recordar, antes de la declaración, removió lo tangible -papeles, expedientes- y lo intangible: la memoria del infierno. En buceo para recordar datos, Ana volvió a sentir el dolor, incluso el físico. Leyó en los documentos que “presentaba fracturas y golpes en diferentes partes de su cuerpo”, y “en su rostro pareciera que el dolor vuelve”, anotaron los periodistas del Diario del Juicio. Recordó la presencia de la “Tía chica”, refiriéndose a la torturadora Mirta Graciela “Cuca” Antón, que se ensañaba en los cuerpos de las mujeres.
Su madre y su hermana cuidaron de los hermanos cuando ella y Mauro estaban presos, porque su padre estaba enfermo. La última vez, cuando viajó a Devoto donde estaba detenida, no pudo verla porque estaba castigada: cuando el ginecólogo le pidió que se desvistiera ella se negó a hacerlo delante de la celadora. “Me acusaron de que había dicho que no me iba desvestir delante de una cualquiera y con esa mentira me castigaron”, contó. Un tiempito después, su padre murió.
––Quiero rendir homenaje a mi familia que tanto sufrió por nosotros ––concluyó Ana Gorosito.
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