Los distintos trabajos publicados en INFOJUS NOTICIAS hasta el 9/12/2015 expresan la opinión de sus autores y/o en su caso la de los responsables de INFOJUS NOTICIAS hasta esa fecha. Por ello, el contenido de dichas publicaciones es de exclusiva responsabilidad de aquellos, y no refleja necesariamente la posición de las actuales autoridades del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos respecto de los temas abordados en tales trabajos.

Infojus Noticias

4-7-2013|17:23|Cárcel Maximiliano PostayEntrevistas
Etiquetas:
Entrevista sobre abolicionismo

"El delito es una construcción política, social y cultural creada por la autoridad”

El joven abogado Maximiliano Postay es especialista en criminología y adhiere al movimiento doctrinario que busca abolir el sistema punitivo. Con una sólida formación teórica y un anclaje a la realidad por su trabajo cotidiano, Postay explica por qué el abolicionismo dista de ser una utopía.

  • Maximiliano Postay Sol Vazquez
Por: Franco Lucatini

Maximiliano Postay tiene 29 años y vivió toda su vida en Villa Urquiza. El año pasado publicó “El abolicionismo penal en América Latina, imaginación no punitiva y militancia”, una compilación de ponencias y breves ensayos sobre el movimiento doctrinario que busca abolir el sistema punitivo, con prólogo de Eugenio R. Zaffaroni. Postay estudió abogacía en la UBA y se especializó en Criminología y Sociología Jurídico Penal en la Universidad de Barcelona. Hoy es profesor de Derechos Humanos en el programa universitario de la UBA en las cárceles -UBA XXII-. Además, es poeta, tiene un perro que se llama Ramón -por los Ramones-, y confiesa que es  un wing izquierdo frustrado. Muy cerca de su segundo libro, coordina un espacio de discusión contra el encierro que se llama “Locos, Tumberos y Faloperos”, y está recorriendo el país con “Rejas, suspiros y llaves”, el primer documental abolicionista de América Latina. Como buen hijo de cerrajero, este penalista tiene la voluntad de abrir puertas. En un bar de su barrio conversó con Infojus Noticias sobre cárceles, delitos y militancias.

- ¿Qué te llevó a pensar en clave abolicionista?

- En la universidad empecé a investigar los orígenes del sistema penal, y llegué a la conclusión de que el delito es una construcción política, social y cultural. Comprendí que el delito ontológicamente no existe, que es una acción determinada que “la autoridad” etiqueta como delito, muy emparentada con el pecado. Empecé a ver la norma de los códigos como algo que se puede transformar y no sólo interpretar o repetir en un caso. El sistema punitivo surge con el capitalismo incipiente, el mercantilismo. Se nutre del castigo inquisitivo de la Edad Media, que hoy se traduce en la cárcel. Y ese castigo no se aplica a todos los que cometen un delito, sino sólo a un pequeño sector seleccionado por el poder concentrado. El sistema punitivo termina siendo un mecanismo de control social que responde a intereses políticos y económicos.

- ¿Por qué el abolicionismo no sedujo a los juristas argentinos y latinoamericanos?

- Llegaron muy pocos autores abolicionistas a América Latina. Los pilares son Louk Hulsman, Nils Christie y Thomas Mathiesen –de los países nórdicos de Europa–, pero desde el principio se los tomó como actores pintorescos y no como referentes políticamente influyentes. Son personajes carismáticos, que desdramatizaron la discusión académica, y por eso hubo una interpretación prejuiciosa y equivocada por parte de América Latina. Se los creyó unos delirantes que por más fascinantes que resultaran, no aportaban políticamente.

- ¿No sirvieron como puntapié para el desarrollo de una teoría local?

- Ellos proponían alternativas, pero en sus países y con sus propias realidades. Cuando venían a América Latina, decían que teníamos que encarar el abolicionismo con nuestros matices regionales, nos proponían que encontremos nuestra fisonomía propia. En América Latina, los abolicionistas creían que sólo había que trasladar la teoría europea, y los más críticos sólo criticaban ese intento de traslado, pero no proponían nada a cambio. Nils Christie y Thomas Mathiesen no se quedaron en la prédica abolicionista. Impulsaron KROM, la primera asociación que combina a intelectuales con presos y familiares, mirando la posibilidad de que las cárceles y el sistema penal desaparezcan. No eran profesores delirantes sino militantes políticos.

- ¿Cuáles son las dificultades concretas del abolicionismo latinoamericano como movimiento?

- Hay mucha dispersión; hay experiencias válidas y rescatables pero que están dispersas. Hasta ahora, cada una de las personas que trabajaba sobre el abolicionismo se sentía una especie de llanero solitario. Ahora creo que lo estamos revirtiendo y nos estamos organizando. Me pasó que a mucha de la gente que contacté para hacer el libro me decía “no, pero si yo soy el único que hace abolicionismo acá”.

- ¿Por qué en el libro vinculás al abolicionismo con la militancia?

- Porque no hay teorización sin militancia y creo que tampoco hay militancia políticamente incisiva sin teorización. En el abolicionismo debemos traducir la teoría en activismo político, en la promoción de propuestas,  en la generación de un discurso distinto desde los medios de comunicación. Tenemos que participar de las discusiones del poder real. Como movimiento, retomamos algunas ideas del abolicionismo penal de otros tiempos, le dimos un matriz propio vinculado a la cuestión regional, introdujimos algunos hallazgos conceptuales. Ahora proponemos hablar de un abolicionismo penal más allá del sistema penal, cuestionamos al sistema penal, pero también a la lógica punitiva o a la cultura del castigo. De esa forma cuestionamos el manicomio, el geriátrico.

- ¿Es viable la abolición del sistema punitivo?

- Abolicionismo penal es tanto el camino como el objetivo, porque en definitiva el objetivo no existe nunca. Por eso se habla de un camino inacabado. El abolicionismo es un movimiento en permanente discusión porque cuando desaparezcan las cárceles y el sistema penal, quizás aparezcan otras maneras más refinadas de control social o de imposición de orden. Es imposible plantear una receta que responda todas las preguntas, porque también cuestionamos esa lógica de un sistema completo y acabado. El abolicionismo penal está tan pero tan lejos que ni siquiera cuando lleguemos lo vamos a alcanzar.

- ¿Y entonces cómo se impulsa el abolicionismo en los hechos?

- Hay que aprovechar los espacios que se generan en el mismo sistema. Este gobierno impulsó la Ley de Salud Mental, que va en sintonía con el abolicionismo porque prohíbe la construcción de nuevos manicomios. Es un gobierno que creó los Centros de Acceso a la Justicia, que propone la lógica de la mediación comunitaria. Si nos ponemos a interactuar con este gobierno hay muchas cuestiones para ir resolviendo. Eso es imaginación no punitiva, la capacidad de transformar un paradigma, en este caso contrario a la lógica punitiva.

- ¿Has participado de alguna propuesta concreta en ese sentido?

- Sí, con un grupo de abolicionistas presentamos un proyecto de ley que propone eliminar el certificado de antecedentes penales. Porque es contradictorio que el Estado te diga que la cárcel es para resocializarte, y después emita un certificado con el cual te pueden negar un trabajo cuando te vas a reintegrar a la sociedad. Creamos un nuevo documento para sustituirlo, que en vez de acreditar lo que hiciste y por lo que ya pagaste, informe todo aquello que tenés pendiente con la Justicia penal. Se llamaría “Certificado de Información Penal Socialmente Relevante”, y contendría las órdenes de captura vigentes, declaraciones de rebeldía, o condenas pendientes de ejecución en una etapa anterior a la libertad condicional.

- ¿Qué propone el abolicionismo ante los represores o los criminales?

- No es una discusión prioritaria, porque el sistema penal no está pensado para perseguir a Jorge Rafael Videla, al violador serial o al homicida incontrolable. El sistema penal es una máquina históricamente aceitada para seleccionar a los sujetos vulnerables de la sociedad, catalogarlos como peligrosos y a partir de ahí justificar todo su accionar. Los genocidas, los violadores y los homicidas representan un porcentaje mínimo de la población carcelaria, que no hace a la esencia del sistema penal. De los 65 mil presos que tenemos en Argentina, alrededor de 55 mil están por delitos contra la propiedad, por delitos emparentados con la ley de drogas, por un delito culposo o un delito contra el orden público. Evitar un cuestionamiento radical por la excepción y no por la regla es una lógica reduccionista, porque el abolicionismo no es una receta sino un proceso en construcción permanente.

- ¿Qué políticas son viables para avanzar en la abolición del sistema punitivo?

- A nivel nacional, hay un 50% de la población carcelaria con prisión preventiva y tenemos un gran problema con la reincidencia. Se debe descriminalizar ciertas conductas y generar mecanismos de resolución alternativa de conflictos como la mediación o la compensación. Hay que entender la prisión preventiva como una excepción y no como una regla, tenemos que darle una respuesta social a las personas que vuelven a la libertad después de una temporada en la cárcel. Hay que trabajar socialmente con los sectores vulnerables. Entonces esos 65 mil presos se van a transformar en dos mil, y ese universo va a ser muchísimo más fácil de abordar si generamos antecedentes de que la imaginación punitiva es posible. Empezar por esos dos mil y decir “no al abolicionismo penal” es un reduccionismo, un prejuicio o a veces incluso una chicana.

Relacionadas