Esta semana se celebran tres décadas de la creación del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF). Perfil de su mítico fundador: Clyde Snow, el Sherlock Holmes de la antropología forense. "Se necesita de esa sensibilidad", recuerdan quienes trabajaron a su lado.
La noche en que el antropólogo forense Clyde Snow declaró en el Juicio a las Juntas en 1985, las luces de la sala se apagaron por primera vez durante el juicio. Eran las doce del mediodía y el lugar estaba lleno. Snow pidió permiso al tribunal para mostrar unas diapositivas y todo se oscureció. Cuando los abogados de los militares acusados vieron los huesos proyectados en la tela blanca, salieron en manada. “Este es el orificio de entrada, este el de salida y es evidente que la causa de muerte fue el impacto de bala”. La prueba era irrefutable: Un cráneo fracturado por el proyectil de un revólver.
Clyde Snow fundó el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) en 1984 luego de entrenar a ocho jóvenes estudiantes de Medicina y Antropología. Vino con un grupo de científicos estadounidenses para tratar de identificar los huesos removidos de las fosas con retroexcavadoras. Pensaba quedarse unas cuantas semanas, pero se quedó tres años. Desde entonces no paró de visitar la Argentina.
Ovación en los 30 años del EAAF
Esta semana el EAAF conmemoró su aniversario número treinta en la Biblioteca Nacional. Cuando su presidente Luis Frondebrider, uno de los ocho estudiantes formados por Snow, mencionó su nombre, el público lo interrumpió con un aplauso. Como si se tratara de una ovación, el auditorio se puso de pie y aplaudió más fuerte.
“Lo que pasó la noche del aniversario demuestra que la figura de Clyde fue importante en los organismos argentinos porque él mostró cariño y respeto a todos los familiares”, dijo a Infojus Noticias, Patricia Bernardi, una de las primeras integrantes del EAAF. Tenía 27 años cuando conoció a Clyde Snow y estuvo la tarde en que comenzó todo. “Mi amigo Morris Tidball se había convertido en su traductor y se acercó a decirme: ‘Convoquemos a cuatro más para ir a conocer al gringo que quiere proponer algo’. Nos citamos en un hotel de Diagonal Norte, lo escuchamos y dijimos que íbamos a pensarlo. Eso fue hace treinta años y todavía estamos en esto”.
El Sherlock Holmes de los huesos
Antes de llegar a la Argentina, Snow tenía un historial de exhumaciones que lo habían convertido en El Sherlock Holmes de los huesos, como lo llamaban en Estados Unidos. Había reconocido los restos de las víctimas de John Wayne Gacy, el asesino en serie de Chicago, Illinois, llamado El payaso del pogo, y del médico nazi Josef Mengele en Brazil. Nunca había practicado los métodos de la antropología forense en violaciones de derechos humanos, pero comenzó a hacerlo en Argentina, en parte por la insistencia de Abuelas de la Plaza de Mayo.
Sus trabajos estadísticos en los cementerios de la provincia de Buenos Aires arrojaron datos claves sobre las desapariciones de la última Dictadura Militar. Comprobó que si bien los N.N. aumentaron durante 1975, es en 1977 donde la cifra de tumbas sin nombre se dispara en los cementerios. Confirmó también que los cuerpos tenían entre 20 y 35 años de edad.
La exhumación de Laura Carlotto
Al día siguiente de la declaración de Snow en esa sala sin luz de 1985, el naciente EAAF viajó a exhumar el cuerpo de Laura, hija de Estela de Carlotto, presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo. Fueron al cementerio de La Plata, un lugar lleno de árboles. “Nos acostamos muy tarde y nos paramos muy temprano. Estabamos: Clyde Snow, la chica que la vio con vida por última vez, el juez, Estela y nosotros. En el caso de Laura no había dudas sobre la identidad, había que comprobar si había dado a luz o no. Fue una exhumación muy difícil porque el cuerpo estaba junto a un árbol y se tejieron las raíces con el esqueleto”, recuerda Patricia Bernardi.
Snow era un texano de sombrero y botas, uno de esos hombres que caen bien de entrada. “Siempre se hacía amigo de los mozos, del personal de los hoteles y siempre terminaba regalándoles su sombrero. Lo típico de Clyde era sentarse sosteniendo su habano, con las botas sobre la mesa en el lugar que fuera. Era un tipo muy distinto a los profesores de la universidad. Él nos enseñó a pensar. Cuando se quedaba meditando, nosotros decíamos: ‘algo bueno va a salir’”, cuenta histriónica Bernardi. Está sentada en las oficinas del EAAF: un par de pisos con muchos cuartos convertidos en oficinas y salas de estudio. El de Bernardi tiene una cartelera llena con dibujos de esqueletos a mano alzada.
“Nunca habíamos entrado a una morgue, Clyde nos llevó”
La primera exhumación del equipo con Clyde Snow se extendió hasta la madrugada. Fue en junio de 1984 en un día muy frío y muy nublado, recuerda Patricia Bernardi. “Cuando llegué no sabía qué hacer, yo estaba acostumbrada a yacimientos arqueológicos donde encontraba guanacos, nunca tela. Clyde se tiró en la fosa con nosotros y lo fuimos siguiendo, él no era un tipo que se paraba a darte órdenes”.
Luego de la exhumación llevaron los restos a la morgue del cementerio de San Fernando en zona norte. Iban los médicos de policía, el juez, Clyde, la posible familia del muerto y los ocho aprendices de antropólogo forense. “Nosotros nunca habíamos entrado a una morgue, pero Clyde nos llevó y una vez que lavamos los huesos dijo muy seguro que la edad de los restos no era la que buscábamos”.
Su trabajo dejó un buen recuerdo a quienes ejercieron y acompañaron su labor. Durante la conmemoración de los 30 años del EAAF esta semana, Estela de Carlotto destacó: “Quiero agradecerle a Clyde Snow, quien aportó toda su ciencia al juicio que se hizo a los comandantes y formó a estos jóvenes que se han consolidado de una manera tan maravillosa, que sólo hay elogios por la seriedad y respeto con que hurgan esas tumbas”.
Luis Frondebrider habló de sus enseñanzas, “Cuando hace 30 años Snow nos propuso acompañarlo hasta un cementerio en Buenos Aires, no sabíamos a dónde íbamos, pero aprendimos que la credibilidad no se gana con discurso sino con trabajo serio y dando respuestas concretas a los familiares”.
Se trabaja de día y se disfruta de noche
En un viaje a Dakota del Norte (Estados Unidos), Patricia Bernardi conoció el otro costado de su maestro, “el Clyde Snow casado”. “Fuimos con una amiga a un congreso sobre ritos re-enterratorios de grupos indígenas y Clyde fue a recogernos en un Mercedes Benz viejísimo. Cruzamos toda todo Estados Unidos hasta su casa en Oklahoma. Cuando tenía a su esposa al lado sólo tomaba Coca Light. Ella lo cuidaba muy bien y algo que me asombró fue la relación de Clyde con los perros, era un vínculo muy fuerte que nunca había imaginado”.
Snow murió en mayo de este año. “Cuando supimos de su enfermedad nos consolamos porque fue un hombre que vivió haciendo lo que quería hacer. Fumaba muchísimo, la bebida le gustaba como un placer que saboreaba. Lo recuerdo con el habano y el Martini. Él decía: ‘Se trabaja de día y se disfruta de noche’. Y así lo hacíamos en Argentina, Guatemala, Congo, en cualquier país”, dice Bernardi.
Argentina, Chile, Guatemala y el mundo
Snow ayudó a identificar a miles de desaparecidos de la Dictadura en Argentina y Chile. A otros millares de indígenas mayas en Guatemala, masacrados por órdenes del general Ríos Montt. Y a casi mil campesinos en la masacre del mozote, El Salvador, durante la guerra civil. Su trabajo ayudó a cerrar los duelos de miles de familiares de víctimas de violencia de Estado, violación de Derechos Humanos y delitos de lesa humanidad.
“Era un hombre muy particular. Un maestro”, lo describe Patricia Bernardi quien ejerce su trabajo forense en el área de genética y que como una de las primeras integrantes del EAAF puede ver los nuevos rumbos del grupo. “Vienen nuevas historias. Después de la genética que fue un aluvión, siempre habrá algún invento científico que te ayude. El tema de los desaparecidos ya no es un tema de las familias, es de la sociedad. Es importante que en estas restituciones sigan acompañando los amigos, los militantes, los vecinos. Nosotros hemos aprendido que no hay un manual para acompañar a los familiares. Se necesita de esa sensibilidad de Clyde. No es fácil decirle a una persona: ‘A tu papá lo tiraron de un avión’, pero tenemos claro que no sólo estamos identificando restos, sino que estamos dando parte de la historia que ellos necesitan saber”.