La escuela N°1 “Gregoria Matorras de San Martín” de Entre Ríos es la más grande de Islas del Ibicuy. Alejadas entre sí, las personas fueron a votar y aprovecharon para verse. "El día de elecciones se vive como una fiesta", cuenta Marisa, directora y delegada de la junta electoral.
"Villa Paranacito es un lugar muy tranquilo y el día de elecciones se vive como una fiesta”, dice Marisa, directora de la escuela N°1 y delegada de la junta electoral. “Llegan las familias, votan y se quedan a pasar el día, aprovechan para hacer sociales”, agrega. La escuela N°1 “Gregoria Matorras de San Martín” es la más grande del departamento Islas del Ibicuy, en la provincia de Entre Ríos. Es un edificio nuevo que cuenta con gran parte de sus aulas en la planta alta. Desde el patio se ve una gran arboleda y el río Paranacito, que es como la avenida principal. Por él circula la población del lugar.
Villa Paranacito es la cabecera de Ibicuy. Está ubicado en el delta del río Paraná, a unos 100 km de la ciudad de Gualeguaychú. Tiene una población de 4500 personas y mil de ellas vive en zona insular.
En la escuela vota gran parte del electorado. El padrón tiene 3959 personas, algunos viven en la villa y otros llegan en lanchas desde los distintos arroyos. “La población está dispersa, hoy es el día en que nos reencontramos todos. Vienen desde todos los arroyos. Hay gente que está lejos, a dos, tres horas de lancha. Por ser día de elecciones participan las lanchas de las escuelas”, cuenta Marisa, que llegó a la escuela a las 7 de la mañana.
Es la responsable del edificio y se encargó del orden de las mesas, los cuartos oscuros y las urnas. En las PASO se quedó ahí hasta las 23. Piensa que hoy se irá más temprano. Son menos boletas y el escrutinio se hace más rápido: “Mi trabajo es estar a disposición de todos, asistir a todo aquel que tenga alguna duda. Yo me voy cuando se va la última urna y se cierra el edificio”.
La jornada se desarrolla con total normalidad en una atmósfera de respeto y tranquilidad. El único problema, tal como dicen las autoridades de mesa, es el frío. En la lancha escolar entran 25 personas aproximadamente. “La radio local avisa por dónde vamos pasando y los isleños esperan en los muelles. A veces decimos que estamos un poco más cerca para que los rezagados se apuren y no pierdan la lancha”, dice uno de los lancheros de la escolar. El muelle está a unos metros de la votación.
“Estoy radiante”, anuncia Norma y se nota. Es de Arroyo Martínez y apenas baja de la lancha escolar con su campera roja chillón, empieza a saludar a todo el mundo. “La escuela está lindísima, ¿vio cómo quedó?”, pregunta. No sabe a qué hora vuelve a su casa porque “el patrón de la lancha”, así lo nombra, es nuevo: “Yo me quedo por acá cerca por las dudas. El marinero que es ese chico que amarra el barco, me avisa”.
A las 9 de la mañana, las diez filas mixtas son extensas. En el patio de la escuela hay unas 100 personas y el flujo de votantes es constante. Algunos visten botas de goma de caña larga y camperas rompeviento, otros acomo paisanos, con bombachas de gaucho, boina, cinto y pañuelo al cuello. Hay mujeres cargando enormes bolsos y bebés arropados, y hombres con heladeritas y viandas. Uno de los electores tiene a su nieto con una mano y con la otra sostiene la radio portátil que transmite “Chamameceando”, su programa de radio favorito.
Los isleños dicen vivir “adentro de la isla”, y no se imaginan en otro lugar. “Mi casa está en el otro mundo”, dice Nelson al desembarcar de su lancha color turquesa. La familia viajó desde Brazo Chico. Nelson se dedica al turismo, la pesca y la forestación. “Los isleños somos muy distintos a los que no se mojan los pies nunca. A veces me siento solo, pero a la isla no la cambio por nada. Me sorprendo cuando visito amigos que viven en la ciudad. Abren la puerta y tienen reja, dan dos pasós más, tienen otra reja, las ventanas, reja. ¡Viven presos! Nosotros, en cambio, podemos dormir con la puerta abierta”, dice y se saca la visera color naranja para la foto.
Pereyra es maestro de una escuela sobre Arroyo Negro pero viaja hasta Paranacito para votar. El viaje duró una hora porque vino en una lancha de las de antes. E “lancha rápida hubieran sido 40 minutos”, explica. “En mi escuela no se vota porque es muy difícil llegar. Nosotros tenemos casi 30 chicos estables, después están los de familia golondrina, gente nómade de mil oficios, mandan a los chicos a la escuela pero un mal día no vienen más–cuenta Pereyra, respira hondo y sigue–. Las lanchas son viejas, se rompen, a veces dependemos de los horarios de las lanchas de otras escuelas. Nos comunicamos por celular, pero la señal se malogra, este miércoles hubo tormenta y nos golpeó la antena. Todos los días es una nueva. Pero bueno, hacemos patria como podemos”.
Juana María es de Arroyo Sagastume Chico y vive hace 64 años en la isla. En su casa tiene huerta y gallinas. Al lado de su casa vive su mamá, María Isabel, de 87 años, quien siendo muy joven conoció en Gualeguaychú a un brasilero de Río Grande del Sur. Se enamoraron y se instalaron en el delta. Juana María sonríe con los ojos, muestra con orgullo su “botecito verde”. Está apurada porque tiene que volver a su casa antes que se largue a llover. Como viajará con la corriente en contra, el viaje será de una hora.
“Soy isleña por adopción”, se presenta Laura, anteojos oscuros, gorra negra de polar en la cabeza. Tiene 60 años y vive en la isla desde los 23. Ya descongeló el asado para la vuelta y ahora mandó a su marido a comprar facturas para la tarde. Lo espera en la lancha para volver a la isla N°9. “Hasta mi casa tengo 10km, pero esta lancha es un avión, en 7 minutos llego. Eso sí… si agarro un tronco, salís volando, y con este frío, olvidate que te busquen”, dice Laura y cuenta que en 1999 le tocó ser autoridad de mesa. Aquella vez se hizo de noche y faltaba un voto, según relata, y nadie se movió hasta que apareció. Se habían pegado dos boletas. Laura tuvo que volver de noche a su casa en la isla. Sola, en lancha y a media luz. “Ya casi estaba llegando, de frente venía una lancha que venía a las chapas y casi me lleva por delante. Desde ese día no manejo más de noche. Por suerte dejaron de llamar a isleños para las mesas, todos los que participan viven en tierra”.
Un señor canoso de boina roja pregunta si puede entrar con su mochila al cuarto oscuro. En la mochila está el mate y su equipo de pesca. “No sé robar más que pescados”, bromea con la cabeza gacha y la presidenta de mesa lo autoriza. Promediando el mediodía, el aroma a carne asada sobre las brasas invade la escuela. Los votantes hacen fila, están sonrientes, se saludan con abrazos, prometen visitas para más adelante. Como hoy circula bastante más gente que de costumbre, los chicos de quinto año montaron un puesto para vender torta frita, mate cocido y café. Están juntando plata para el viaje de egresados.
Todos se conocen. Algunos no se ven hace tiempo. Los que viven en la isla no frecuentan la villa. En la costanera, una pareja sacó las reposeras de la casa y las puso al lado del muelle. Se ríen de un perro callejero que ladra a la lancha, y avanza con parsimonia sobre el Paranacito.
JA/JMM/MEL