El ex delegado sindical Carmelo Cipollone declaró hoy en la segunda audiencia por el juicio de “Escuela Naval”, en La Plata. Él cree que estuvo once días en la Escuela Naval. Culpó a “la burocracia sindical” de la UOM y a personal jerárquico de Propulsora Siderúrgica por su secuestro, a manos de la Armada.En 1984, se acercó a la APDH de La Plata, y denunció por primera vez la complicidad civil de la empresa propiedad del Grupo Techint.
En la segunda audiencia por el juicio de “Escuela Naval”, en el Tribunal Oral Federal 1 de La Plata, hubo un testimonio que abrió la investigación por la complicidad civil en el Polo Industrial. Tal como anticipó Infojus Noticias, el ex delegado sindical Carmelo Cipollone responsabilizó a “la burocracia sindical” de la UOM y a personal jerárquico de la Propulsora Siderúrgica por su secuestro a manos de la Armada. “Ellos mandaban por sobre los militares”, dijo, en un relato que emocionó a la sala. Con su testimonio y el de otros sobrevivientes, el juicio pondrá la lupa en cómo la dictadura cívico militar benefició a algunas empresas –como Propulsora Siderdúrgica, del Grupo Techint- mientras persiguió duramente a los trabajadores sindicalizados.
En el banquillo de los acusados están el ex comandante de Operaciones Navales, Antonio Vañek; el ex comandante de la Fuerza de Tarea 5 (FT5), Jorge Alberto Errecaborde; el ex director del Liceo Naval y también comandante de la FT5, Juan Carlos Herzberg y el ex comandante del Batallón de Infantería de Marina Nº3 (BIN3), José Casimiro Fernández Carró. También están imputados los ex jefes de la Prefectura Naval zona Río de La Plata: Carlos José Ramón Schaller y Luis Rocca y el oficial Eduardo Antonio Meza, mientras que Osvaldo Tomás Méndez, que iba a ser también juzgado, falleció en marzo pasado cuando cumplía detención domiciliaria en su casa de Berisso.
Sobre Vañek, de 91 años, el Tribunal postergó el pedido de la defensa de eximirlo a que concurra al juicio por problemas de salud. Vañek habló desde el hospital del Servicio Penitenciario aunque se negó a declarar. Luego, fue el turno de José Casimiro Fernández Carró, quien dijo que “por el momento no va a declarar”.
A horas de concretado el golpe militar, Carmelo se preparaba para ir al trabajo y sintió unos golpes “tremendos” en la puerta. Se asomó y vio un batallón de la Armada. “¿Usted es Carmelo Cipollone? Pido que se entregue”, dijo un represor. “Sí, soy yo, pero no rompa la puerta”, respondió Carmelo, que saltó el paredón y fue encapuchado. Reconoció la vestimenta de los marinos, a quienes solía ver en el puerto de Propulsora Siderúrgica.
-¿Por qué me llevan?
-Tranquilo, ya lo vas a saber.
Contó que, en el itinerario de su detención, simularon arrojarlo desde una lancha. Ya en Prefectura Naval, una noche lo sacaron y le hicieron firmar unos papeles –que jamás supo qué eran- con la capucha puesta. “Y de golpe te dejaban la cara al aire y te sacaban una foto. Jugaban y se reían”, narró sobre los verdugos. Le preguntaban si era un guerrillero. “Cuando me sacaban la capucha, tenía miedo hasta de mirarlos a los ojos. Fue muy cruel lo que pasó”, dijo, entre lágrimas. Y luego agregó: “Aquel que perdió la libertad no sabe qué es. Ahí estabas abandonado por todo, ahora que soy viejo lo comprendo. Es demasiado cruel y amargo lo que me hicieron por no haber hecho nada”.
Calculó que estuvo once días en la Escuela Naval. Había un marino que se especializaba en apretar los nudillos de los detenidos contra los pasamanos. “Tenía fuerza, porque a todos nos quedó la marca”, describió. “Le hablo con el corazón de la incertidumbre que vivimos. No sabíamos en los traslados si nos iban a matar o qué. Una vez me destrozaron una costilla con una patada”. Después fue trasladado a la Unidad 9 de La Plata, donde permaneció hasta recuperar la libertad el 27 de mayo de 1976.
Romper el miedo y denunciar
En 1975, la lista Blanca –integrada por miembros de la JP y de izquierda- ganó en las elecciones de comisión interna en Propulsora. “Pero no nos dieron el mandato y volvieron a hacerlas, y ganó la lista Azul, donde estaba Diéguez y Di Tomasso. Los denunciamos por fraude y ahí nos marcaron”, comentó. A la mayoría de los que fueron parte de la lista Blanca los desaparecieron o asesinaron los militares.
Cipollone apuntó a personal jerárquico de Propulsora. “Mi ex jefe, Néstor Corteletti, y un abogado de apellido Fidanza, ficharon a los trabajadores que luchábamos por mejores condiciones. Ellos permanecieron con los militares y mandaron al frente a los trabajadores, echándolos o entregándolos”, concluyó.
En 1984, se acercó a la APDH de La Plata, y denunció por primera vez, “con un miedo bárbaro”, sobre la complicidad empresarial. “Hay que diferenciar entre gremio y sindicalistas. Nosotros éramos los zurdos. Yo fui un delegado gremial elegido democráticamente y y no estábamos de acuerdo con la burocracia sindical. Estos señores nos mandaban al frente, nos alcahueteaban, nos inventan cosas para perseguirnos”, enfatizó. Y dio nombres: Rubén Diéguez –secretario general de la UOM, ya fallecido- y Antonio "Nino" Di Tomasso –secretario adjunto-.
El último deseo
Luego fue el turno de María Adela Barraza. Fue secuestrada de su casa el 5 de abril de 1976. Dormía con la mamá, la abuela y los hermanos cuando un grupo de Infantería de Marina entró a los golpes buscando “una estudiante de Medicina”. María Adela apenas había terminado el secundario, pero la vendaron y se la llevaron en un auto por “averiguación de antecedentes”. Estuvo detenida en Prefectura Naval, de Ensenada: allí la encapucharon y la amordazaron, atándole las manos. La sobreviviente contó un procedimiento particular en los interrogatorios. “Había una voz buena, que tranquilizaba, y otra mala, que se enojaba”, describió.
En el cautiverio, escuchó sirenas de barcos que encallaban en el puerto: “No había una opción intermedia, me sentía que estaba entre la vida o la muerte”, dijo y contó que la única actividad social que hizo en ese período fue asistir a una parroquia. De Prefectura la trasladaron al penal de Olmos. Estuvo seis meses y luego dos años más en Devoto –en ambas cárceles recibió visitas de familiares-.
Hugo Ruiz Díaz estaba internado por una operación en la clínica La Merced de Ensenada cuando, el 25 de marzo de 1976, una patota de la Armada lo fue a buscar a su casa. “Me agarraron después, cuando salí. Nunca supe por qué. Yo fui un trabajador de Astilleros Río Santiago y después de YPF. Nunca me interrogaron pero sufrí muchas torturas. Me arruinaron la vida”, dijo ante el Tribunal.
Dos veces, dijo, sintió estar cerca de la muerte. “Un día me hicieron caminar desnudo y en cuatro patas diciéndome que había cables en el piso, que si los tocaba me iba a electrocutar”, relató. Pero el momento más dramático fue cuando lo ataron a un poste y le taparon la cabeza. Le dijeron que pidiera un último deseo. “Cuando sentí que iban a dispararme –dijo-, saltó uno diciendo que se habían equivocado. Me corrió un frío terrible por el cuerpo”.
JMM/RA