En el juicio "Escuela Naval", por delitos de lesa humanidad, este lunes declara el ex delegado sindical Carmelo Cipollone. Su testimonio podría marcar un quiebre en cómo concebir la complicidad empresarial y las responsabilidades civiles. En el juicio sólo están sentados en el banquillo los jefes de la Armada.
Carmelo Cipollone dice que está tranquilo. En su casa de Berisso, cuna del movimiento obrero peronista, vive junto a la familia las horas previas de un testimonio clave. Este lunes, en el juicio por delitos de lesa humanidad conocido como “Escuela Naval” en La Plata, su testimonio ubicará no sólo a los represores de la Armada sino a los cómplices civiles que participaron de su cautiverio. Los militares lo secuestraron, lo golpearon y lo encarcelaron. Meses después logró la libertad porque su madre tenía contactos en el consulado italiano. Pero, aún así, al salir de la cárcel la empresa donde trabajaba le negó la reincorporación. “Ellos me habían marcado antes y después de la dictadura. Son los principales responsables”, adelantó Cipollone a Infojus Noticias.
Cuando tenía 24 años militaba en la Juventud Peronista (JP), que tenía una influencia política creciente en el Polo Industrial. Ex delegado de Propulsora Siderúrgica, fue secuestrado en la madrugada del 24 de marzo de 1976, a horas de concretado el golpe de Estado. Se lo llevaron de su casa de la calle Mitre al 4000, y lo cargaron en un colectivo verde de la Armada junto a un gran grupo de obreros de Siderúrgica, Astilleros y el frigorífico Swift. "Alrededor de mi casa había tropa de Marina, apuntando", recordó. Esa madrugada ocurrió un mega operativo en el que cientos de personas con actividad gremial fueron detenidos ilegalmente. Los “pasearon” por los barrios de Ensenada y luego los subieron a un barco, donde fueron torturados. Encapuchados y desnudos, fueron conducidos hasta un edificio de la Armada que funcionó como centro clandestino. Allí los interrogaron, con simulacros de fusilamientos y los amenazaron con arrojarlos al Río de La Plata.
-Mi ex jefe, Néstor Corteletti, y un abogado de apellido Fidanza ficharon a los trabajadores que luchábamos por mejores condiciones. También hay dos sindicalistas de la Unión Obrera Metalúrgica (UOM).
Para Cipollone, es imposible pensar que los empresarios desconocían las acciones represivas de los militares. Además, apuntó a dos líderes de lo que denominó “la burocracia sindical”: Rubén Diéguez –secretario general de la UOM, ya fallecido- y Antonio "Nino" Di Tomasso –secretario adjunto-. En 1975, la lista Blanca –integrada por miembros de la JP y de izquierda- ganó en las elecciones de comisión interna en Propulsora. “Pero no nos dieron el mandato y volvieron a hacerlas, y ganó la lista Azul, donde estaba Diéguez y Di Tomasso. Los denunciamos por fraude y ahí nos marcaron”, comentó. La mayoría de los que fueron parte de la lista Blanca serían desaparecidos o asesinados por los militares. “Esos burócratas me dijeron que era un fiel exponente de la revolución bolchevique, a un compañero le balearon la casa. Ya había hostigamiento antes del golpe”, enfatizó el ex delegado.
-¿Cuál es la relación que encontró entre esas acciones de persecución y la dictadura militar?
-Pienso que los burócratas sindicales y los empresarios nos mandaron al frente. Cuando me liberaron, volví a la fábrica, no entendía por qué me habían despedido. Le habían mandado un telegrama de despido a mi mujer por abandono de tareas, pero ella les explicó que estaba detenido en la Unidad 9 y que habían intervenido las Fuerzas Armadas. No investigaron ni movieron un pelo.
-¿Eso es prueba de complicidad?
-Sí, absolutamente. La complicidad empresarial y sindical fue manifiesta, ellos estaban al tanto de lo que pasaba y se valían de los militares como grupo de tareas para desaparecer a los trabajadores que luchaban contra el modelo económico y social que querían imponer. Esto mismo pasó en Ford o Mercedes Benz. Acuso al Grupo Techint de haber sido cómplice de mi secuestro como de la desaparición de cientos de compañeros. Son unos canallas.
-¿La fábrica nunca lo quiso volver a tomar como empleado?
-Jamás. Corteletti me pagó unos pesos mugrientos y me dijo ´andate o te van a matar´. Ellos son cómplices de mi detención y responsables de mi despido. En Propulsora trabajaba desde 1969, era el empleado más antiguo. No podía conseguir trabajo en ningún lado. Me fui a Italia, el viaje me lo pagó el consulado italiano. En Nápoli viví con abuelos y tíos, gracias a ellos pude comer y comprarle zapatillas a mis hijos. Después de la democracia quise entrar a la fábrica y nunca me dejaron, no me dieron ninguna explicación.
Los jefes de la Armada, en el banquillo
El de Cipollone es uno de los casos de “Escuela Naval”, un proceso que empezó a comienzos de julio y donde por primera vez se juzga el accionar de los jerarcas de la Marina. Se calcula que habrá cerca de cien víctimas. Con su testimonio y el de otros sobrevivientes, el juicio pondrá la lupa en cómo la dictadura cívico militar benefició a algunas empresas –como Propulsora Siderdúrgica, del Grupo Techint- mientras persiguió duramente a los trabajadores sindicalizados.
En el banquillo de acusados están el ex comandante de Operaciones Navales, Antonio Vañek; el ex comandante de la Fuerza de Tarea 5 (FT5), Jorge Alberto Errecaborde; el ex director del Liceo Naval y también comandante de la FT5, Juan Carlos Herzberg y el ex comandante del Batallón de Infantería de Marina Nº3 (BIN3), José Casimiro Fernández Carró. También están imputados los ex jefes de la Prefectura Naval zona Río de La Plata, Carlos José Ramón Schaller y Luis Rocca y el oficial Eduardo Antonio Meza, mientras que Osvaldo Tomás Méndez. que iba a ser también juzgado, falleció en marzo pasado cuando cumplía detención domiciliaria en su casa de Berisso.
En el proceso se investigan los delitos de secuestro, tormentos y homicidio, cometidos en perjuicio de 40 víctimas. "Quedó probada la existencia de un aparato organizado de poder desde la Armada que privó ilegítamente de la libertad y apllicó tormentos, siendo agravado el delito por considerarse funcionarios públicos y por ser las víctimas perseguidos políticos", leyó en la primera audiencia la secretaria del Tribunal Oral Federal Nº1 de La Plata, presidido por el juez Carlos Rozanski.
"Fueron viles y me arruinaron la vida"
Cippolone reconstruye el itinerio de su cautiverio con asombrosa calma. Dijo que lo detuvieron delante de su familia, que salió en cuero y con un jean: lo llevaron a la Comisaría de Berisso y le hicieron una ficha. Después, a Astilleros, en el embarcadero de la Escuela Naval, donde les ataron las manos con una soga “casi hasta cortarnos la circulación”. Contó que le hicieron una revisación médica en el Liceo Naval y los alojaron en la habitación de los cadetes. Tras una semana, no supo donde estaba: no podía hablar con nadie y perdió la noción del tiempo. A intervalos, le pegaban cachetazos, lo interrogaban para que diera nombres. “A muchos de mis compañeros los llevaron al centro clandestino de 1 y 60 y a otros a La Cacha y les dieron con todo. No sufrí torturas, pero me hostigaban psicológicamente. Cada tanto pasaba un milico cargando un arma y no sabías qué iba a pasar”, precisó.
Encapuchado, una mañana lo trasladaron a la Unidad 9. “De acá no sale nadie vivo”, gritó un represor. Les dieron patadas y golpes de puño y los metieron en un calabozo. “Había tipos que no se pudieron levantar del piso de la paliza”, recordó. Le rasuraron la cabeza. Apenas podía moverse entre el piso mugriento, un inodoro y sufrió el invierno sin frazadas ni colchón: dormía en el piso, tapándose con diarios. “A fines de mayo del ´76, mi mujer me visitó por segunda vez y ahí vi a un hombre que me dijo `Cippolone, prepárese que sale hoy´. No lo podía creer”.
Tiempo después, supo que su mamá había ido a comisarías y al BIM3 averiguando por él. “La sacaban a culatazos, pobre mi vieja lo que sufrió. Hasta que un día se atrevió a ir al consultado italiano y ellos averiguaron. Cuando salí de la cárcel, mi vieja me dijo que me fuera a Italia y yo no entendía nada. Tenía dos hijos y mi familia tenía mucho miedo. Así que fuimos hacia Nápoli”, contó. Trabajó de chofer, de campesino, de lo que pudo. Su oficio, dibujante mecánico, entró en extinción con la aparición de las computadoras.
Con la llegada de la democracia, retornó a Argentina. Cipollone quiso volver a la fábrica del Polo Industrial de La Plata: pidió audiencias, pero los mismos que lo habían echado seguían en sus puestos y se las negaron. “Nadie se ocupó de hacer una lista de los desaparecidos y detenidos de Propulsora. En cambio en Astilleros son muy unidos, ellos lucharon y los volvieron a tomar. Nosotros formamos una comisión para que nos volvieran a tomar y no hubo respuesta”, dijo. Y, como expresión de deseo, hizo un pedido a la justicia.
-No tengo nada de qué arrepentirme, pero estos señores fueron viles y deben pagar por arruinarme la vida. Quiero que este Tribunal entienda que los militares contaron con cómplices directos e interesados en la represión.