Juan Pablo Villeres tenía 6 años cuando presenció en Olavarría el secuestro de sus padres, hoy desaparecidos. Su abuela, Pura Leopolda Puente, le tapó los ojos con una frazada. Ambos declararon en el juicio por los crímenes de Monte Peloni.
La madrugada del 16 de septiembre de 1977, Argentino Villeres escuchó el timbre de su casa de Belgrano al 1500 en Olavarría. Un hombre de civil le preguntó por su hijo Rubén. Había soldados parapetados en el zaguán. Su nieto, Juan Pablo Villeres, tenía 6 años y esa noche dormía con sus padres, Rubén de 25 años y Graciela Noemí Folini de 23, porque una de las habitaciones estaba recién pintada. Juan Pablo se despertó cuando el abuelo encendió la luz. Hasta hoy recuerda lo primero que vio desde la cama: el uniforme verde y los borceguíes negros. Un soldado le pedía a su padre que se parara. Otro se agachó para alzarlo a él y se le cayó la gorra. El militar lo llevó alzado a la habitación de Pura Leopolda Puente, su abuela, y lo tiró sobre la cama. Juan Pablo pudo ver cómo sacaban a su papá encañonado. Pura le tapó la cabeza con las mantas. Nunca más volvería a verlos.
Juan Pablo creció con sus abuelos, Argentino y Pura. “Me criaron rodeado de amor y siempre con la verdad”, contó esta semana ante el Tribunal Oral Federal de Mar del Plata en el juicio donde se juzgan los crímenes de Monte Peloni y también la desaparición de sus padres. Porque lo que investiga este debate oral tiene su inicio el 13 de septiembre de 1977 en Tandil, con las primeras detenciones. La del matrimonio Villeres ocurrió poco días después y se hilvana en esa cadena de tragedias. “Ahí arrancó la más larga pesadilla. Cuando era chico pensaba que esto era un sueño y que un día me iba a despertar de esa madrugada”, declaró. Durante toda su infancia, ese operativo se replicó en los miles de dibujos que hizo con crayones y fibras: hombres de verde y borceguíes.
De La Plata a Olavarría: ida y vuelta
Se sabe que a Rubén y a Graciela Villeres los trasladaron a la Brigada de Cuatrerismo de Las Flores junto con otros detenidos desaparecidos. La madre de Juan Pablo compartió cautiverio con Araceli Gutiérrez. Por el testimonio de Araceli -sobreviviente y hoy casera de Monte Peloni- se sabe que juntas escuchaban llorar un bebé. Graciela decía que no podía dejar de pensar en Juan Pablo. Entonces le pidió a Araceli: quería que cuidara a su hijo si no sobrevivía.
Aunque ellas no lo supieran, las historias de la madre de Juan Pablo y de Araceli ya estaban unidas por las redes de la represión. A fines de 1976, las fuerzas armadas cayeron sobre la casa de Amelia Gutiérrez y su marido Juan Carlos Ledesma. Amelia era la hermana de Araceli. En aquel momento de 1976, Amelia y los Villeres eran vecinos en La Plata. Durante ese operativo, militares y policías habían golpeado a Rubén (Juan Pablo cree que por error). Al día siguiente, el matrimonio tuvo que presentarse en una comisaría. Los entrevistaron y les pidieron disculpas por la golpiza. Pero los Villeres tomaron una decisión: volver a Olavarría, de donde se habían mudado un par de años antes. La Plata era un lugar demasiado peligroso para los jóvenes como ellos (Graciela militaba en el barrio La Cumbre). Uno de los abuelos de Juan Pablo fue a buscarlos en camión a La Plata. Ya en Olavarría, Rubén aprendió el oficio de tornero. Estaba trabajando en eso cuando lo secuestraron.
Un día quienes compartieron cautiverio en Las Flores, como Graciela y Araceli, fueron divididos en grupos. A algunos secuestrados los trasladaron al centro clandestino de detención Monte Peloni, a 20 kilómetros de Olavarría. A otros, entre ellos al matrimonio Villeres, los trasladaron a La Plata. Lo último que se sabe es que pasaron por la Brigada de Investigaciones de la capital bonaerense.
El camino de madres y abuelas
Desde aquella madrugada, Pura recorrió el periplo de las madres. A los 48 años, no había salido nunca de Olavarría. En una pequeña libreta con espiral anotó direcciones, formas de viajar hacia la Capital Federal, recorridos de colectivos, oficinas, nombres de gente que le decían podía ayudarla. Abogados. Militares. Curas. Pura tocó todas las puertas que pudo junto a Zulema Mohorades, la abuela materna de Juan Pablo. Algunos exigían dinero a cambio de información.
“Recuerdo los viajes de mi abuela durante el Mundial, las primeras movilizaciones de las Madres. Haber ido en camión por caminos insólitos. Me acuerdo de ir a ver al obispo, la actitud pedante de Emilio Bianchi di Cárcano (de la diócesis de Azul y presidente de la Pastoral de Educación Católica). Una vez estuvimos esperando un día entero hasta que se hizo de noche y recién entonces nos atendió”, contó Juan Pablo en el Informe por la Memoria.
El 31 diciembre de 83, la familia Villeres recibió la noticia del Juzgado de Azul: en el cementerio de Hinojo, una localidad cercana a Olavarría, había cadáveres NN. Ninguno era de los padres de Juan Pablo, que siguen desaparecidos.
El día que declaró Pura, Claudio Castaño -uno de los defensores- le pidió que se quitara su pañuelo que la simboliza como Madre de Plaza de Mayo. “No es un símbolo patrio, es un símbolo sectario y partidario que altera el desarrollo de la audiencia”, argumentó. El presidente del tribunal le negó la petición.
“No hay dictaduras más feroces que las que se dan en pequeños territorios, en estos lugares aun hoy se convive con quienes fueron parte de un sistema organizado para desparecer personas, torturarla y amedrentar al resto”, dijo ante el tribunal Juan Pablo, ahora periodista, abogado y militante por los derechos humanos. Sus abuelos Argentino y Zulema ya fallecieron. “Los dos se fueron sin un atisbo de justicia”.