La presencia de Estela de Carlotto en la ciudad donde creció su nieto. La voz inconfundible de un torturador. El "Pájaro" herido. Los tramos de las declaraciones que comprometen a los acusados. Tensiones, emociones y un clima que se percibe histórico. Diez instancias cruciales para empezar a leer el rumbo del proceso.
Estela de Carlotto en el primer día del juicio
Estela entró a la sala, que funciona en la Universidad Nacional del Centro, bañada en flashes y aplausos. No es habitual que la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo asista a los juicios por delitos de lesa humanidad, salvo como testigo. Pero el juicio por los crímenes del centro clandestino Monte Peloni es diferente. En Olavarría creció su nieto apropiado Ignacio Guido Montoya Carlotto. Su presencia fue tan importante como esperada. “Este juicio, esto que vivimos, es un despertar de esta ciudad, es un despertar a la libertad, a tener su identidad. Porque no se puede vivir como si nada al lado de personas que han cometido graves delitos sin ser juzgadas. El que comete un delito debe pagarlo con la ley, acá no hay ni venganza ni odio ni revancha, simplemente debe ser castigado”, dijo Estela a Infojus Noticias. El público no perdió la oportunidad de sacarse fotos con ella, de abrazarla, de agradecerle por su lucha. “Es la abuela de todos”, decían mientras se reanudaba la primera audiencia.
El show de Castaño, defensor de Leites
Claudio Castaño es uno de los defensores del teniente primero retirado Horacio Rubén Leites. Desde la primera audiencia, mostró un afán de protagonismo especial. Su primer cruce con el presidente del Tribunal, Roberto Falcone, dio pistas contundentes de cómo será su actuación en el juicio. En la segunda audiencia pidió para “el general” Ignacio Aníbal Verdura un trato humanitario y también, cenar en el calabozo con su defendido para que su relación exceda la defensa legal. “Es una cuestión humanitaria, dentro de 20 años puedo estar yo en el calabozo o usted puede tener que rendir cuentas sobre este juicio”, le dijo Castaño a Falcone. El juez respondió con una advertencia por “improcedente”.
Lejos de modificar su actitud, el abogado que supo recorrer programas de chimentos en defensa de Rodrigo Díaz, pareja de Ricardo Fort, se encargó de hostigar (y provocar) a las víctimas del terrorismo de Estado preguntándoles a todos si habían cobrado resarcimientos del Estado por ser víctimas o familiares. Luego de declarar Carmelo Vinci y Osvaldo Fernández, pidió que queden incomunicados. “¿Qué? ¿Me quiere meter en cana de nuevo...?, preguntó Vinci. El Tribunal negó el pedido.
Después del conmovedor testimonio de María del Carmen Fernández, hermana de dos víctimas, Castaño pidió preguntar a la testigo. Antes dijo: “Este testimonio atravesó la coraza del defensor y llegó al ser humano”. El público reprobó una vez más su intervención. El punto máximo de repudio a Castaño fue cuando, al final de la audiencia, pidió que Pura Leopolda Puente de Villeres, madre de uno de los desaparecidos de Olavarría, se quitara su pañuelo que la simboliza como Madre de Plaza de Mayo. “No es un símbolo patrio, es un símbolo sectario y partidario que altera el desarrollo de la audiencia”, argumentó y Falcone, una vez más, negó la petición.
A la salida, Castaño fue repudiado por la gente. Carmelo Vinci fue el encargado de llamar a la tranquilidad: “Estimados compañeros y amigos: estamos analizando la conducta del abogado Castaño y sin entrar en mayores consideraciones, queremos pedirle no responder a ninguna de las provocaciones que continuamente lanza. Es necesario que los testigos tengamos el acompañamiento en la sala y la comunidad en general pueda presenciar este juicio histórico para Olavarría. Tratemos que con nuestras reacciones no logre cerrar la concurrencia a la sala. Nunca quisimos tener un juicio a puertas cerradas”, pidió el referente de los derechos humanos por las redes sociales.
Un chancho en el colectivo
Carmelo Vinci, primer testigo, después de declarar.
En su declaración ante el Tribunal, Carmelo Vinci contó que cuando salió de la cárcel, en 1982, siguió haciendo política. “Me dediqué al tema derechos humanos. Al poco tiempo, fue a mi casa va un tal Gómez, no sabía quién era. Él me fue a apretar”. Vinci contó que no salió “temeroso de la cárcel, él (Gómez) venía como a marcarme la cancha. Me decía que en la esquina de mi casa había gente que me estaba mirando. No les tenía temor”. Con el tiempo, Vinci supo quién era Gómez: un primo colectivero le contó que era su compañero de trabajo: Gómez era inspector en la misma línea. “Después me entero, por comentarios, que él había dicho que estuvo en mi detención y que decía: “Este si sigue así va a salir con las patas para adelante”.
Una voz inolvidable: la del Vikingo Grosse
Dos veces en lo que va del juicio se pudo escuchar la voz del imputado Walter “El Vikingo” Grosse. En la segunda audiencia, cuando se negó a declarar. Y en la tercera, cuando pidió la palabra para reconocer que él había entregado el cadáver de Jorge Oscar “Bombita” Fernández. Si de algo sirvió que hablara es para confirmar la particularidad de su voz. Potente, marcial, imperativa. El sobreviviente Osvaldo “Cachito” Fernández, en su declaración, habló de una voz que escuchaba durante la tortura en la Brigada de Investigaciones de las Flores y en Monte Peloni. El “gran interrogador”, lo llamó. Ya en democracia, Fernández escuchó a un exmilitar defendiendo a la dictadura en un acto en la Plaza San Martín de Capital Federal. La voz del gran interrogador, para Fernandez es la de Grosse.
El Pájaro herido
Al principio de la tercera audiencia, el imputado Omar “Pájaro” Ferreyra no estaba en la sala. El Tribunal informó se había quedado en la sala contigua por una descompostura. Cuando tocó el turno en el estrado al testigo Osvaldo “Cachito” Fernández, el “Pájaro” pidió entrar para presenciar esa declaración. El represor sabía que iban a nombrarlo. Se sentó detrás de su abogada y con los anteojos puestos, tomó nota de todo lo que declaró uno de los testigos centrales de la causa. Después hubo un cuarto intermedio. Ferreyra no volvió a la sala. Cuando el abogado querellante César Sivo pidió que lo hicieran entrar para que María del Carmen Fernández pudiera reconocerlo, se informó que no era posible. Estaba con un “diagnóstico” que le impedía presenciar la audiencia. El rumor de que había vomitado corrió por los pasillos de la Facultad de Ciencias Sociales. Ese día quedó internado por una hemorragia estomacal. Ferreyra permanece en el Hospital de Olavarría con diagnóstico reservado. El Tribunal informó que el proceso en su contra seguirá desarrollándose normalmente.
La figura para mensurar lo irreparable
A cada testigo, el querellante César Sivo le pedía que contara cómo lo había afectado la experiencia de ser sobreviviente o familiar de víctimas para comprender la “extensión del daño causado”. Esta figura sirve como agravante a la hora de pedir penas y trata de mensurar lo irreparable.
El defensor de Leites, Claudio Castaño, intentó poner en este plano las indemnizaciones del Estado, ya en democracia, a las víctimas del terrorismo. Sivo intentó explicar la diferencia, pero el Tribunal evitó entrar en ese debate. Si hay una historia que puede graficar la extensión del daño es la de Osvaldo “Cachito” Fernández. La madrugada que fue secuestrado, dormía en la casa de los abuelos de su novia de aquel momento, Marisa. Al día siguiente, debían hacerse los análisis prenupciales: iban a casarse en unos días. Con la desaparición de Chachito, Marisa se sumó a los Fernández en la incansable búsqueda. Cuando pudieron visitarlo en la Unidad Penal 9 de La Plata, ella también estuvo ahí. Pero a la larga formaron sus familias por separado. ¿Hay forma de mesurar ese daño?
El misterio del fotógrafo
Mientras estuvo cautivo, dos veces se le permitió a Carmelo Vinci estar sin capucha. Una vez, para bañarse. La otra, para que le tomaran una foto. Nunca supo para qué era. Carmelo contó que en aquella oportunidad le costaba ver. De tanto tener los ojos tapados, el sol lo lastimaba. Pero pudo notar que el fotógrafo llevaba puesta una media en la cabeza. La Fiscalía y la querella le preguntaron si supo alguna vez quién podía: “Dicen que era Llanos, fotógrafo del Ejército”, contó Vinci ante el Tribunal. Llanos también apareció en la declaración de la familia Fernández. “Vivía al lado de casa de mi padre”, dijo Cachito. María del Carmen contó que en la casa de ese fotógrafo vio a Grosse tocar el timbre, y recordó había llegado hasta el lugar en un Peugeot 504 celeste con tapizados rojos.
El sí de Verdura
Verdura, custodiado al entrar a la sala.
Durante las audiencias, el ex teniente coronel Aníbal Ignacio Verdura pocas veces miró algo que no fuera el piso. Mientras Carmelo Vinci declaraba, su rostro se mantenía impávido. Solo levantó la vista cuando escuchó su apellido. Carmelo contó que su familia fue a entrevistarse con Verdura para pedirle información después de su secuestro.
“Tengo que ser sincero, Verdura creo que hasta tuvo una actitud humanitaria con mi madre. Primero le dijo que no sabía nada y después que no se haga problema, que yo estaba bien”, contó Vinci. En ese momento Verdura asintió con la cabeza como si recordara lo que el testigo estaba contando.
Un jardín sin armas, con libros y revistas
La familia Fernández también contó que se reunió con Verdura. El entonces teniente coronel los mandó a llamar al Regimiento para acordar la entrega del cuerpo de Jorge Oscar. Mario, hermano de Jorge Oscar y de Osvaldo, fue quien entró a la oficina del mandamás. Frente al Tribunal recordó que Verdura estaba detrás de su escritorio, a un costado había un sillón y sobre él estaban dispuestos diferentes números de la revista Crisis. Parado junto a Mario se quedó el Vikingo Grosse. Mario recordó que Verdura le dijo sus hermanos estaban muy comprometidos con el “terrorismo”. Con eso trató de justificar el asesinado fraguado de Jorge Oscar. Las revistas Crisis las habían secuestrado en un allanamiento en el que Grosse estuvo presente. Soldados con palas dieron vuelta el pasto del jardín de los Fernández en busca de armas. Pero encontraron libros y revistas.
Las listas de Loma Negra
El primer testigo intercaló en su declaración algunos datos que encierran algunas pistas sobre la complicidad civil con la que operaron los cuatro imputados. Carmelo Vinci contó, entre otras cosas, que una vez que fue liberado, “cuando quise empezar a trabajar, un compañero de la secundaria me ofreció ir a trabajar con él a una empresa, era contratista de Loma Negra”. La posibilidad se disolvió rápido. Su amigo no lo llamó más. “Con el tiempo me dijo que no lo habían tomado porque cuando presentó mi nombre, en Loma Negra le dijeron que yo no podía entrar en esa empresa”.