Fernando Saint Amant fue un experto en “lucha antiguerrillera”, un aplicado ultracatólico y un temible represor. Ya fue condenado a perpetua y ahora enfrenta un nuevo juicio en San Nicolás. Mañana la Justicia debe definir un pedido de su defensa, que reclamó que se lo aparte del proceso porque “no está en condiciones psíquicas” de afrontarlo.
Mañana comenzará a dilucidarse si el ex teniente coronel Manuel Fernando Saint Amant morirá impune de sus múltiples desapariciones y asesinatos de militantes populares en el cordón industrial ribereño del norte de Buenos Aires y sur de Santa Fe. El militar está imputado en diez de las doce causas que se acumularon en el juicio oral que empezó la semana pasada por los crímenes de Pergamino, San Pedro y San Nicolás. Ya fue condenado a perpetua por la llamada masacre de Juan B. Justo. Su defensa pidió que se lo aparte del proceso porque “no está en condiciones psíquicas de afrontarlo”. La fiscalía y las querellas propusieron peritos de las facultades de Psicología y Medicina de la UBA y de la Asociación Médica Argentina para llevar a cabo las pericias, pero el Tribunal confirmó a los del Cuerpo Médico Forense de la Corte Suprema de la Nación.
Sin dudas que el hombre de modales marciales y férreo catolicismo, ya no muestra la opulencia del hombre poderoso que en sus días de gloria cuentan que tuvo. Nacido en Avellaneda en 1929, entró a la Escuela Superior de Guerra (ESG) en diciembre de 1962. Hizo los cursos I y II y el tercero, iniciado el 11 de marzo de 1963 no figura en su ficha personal. El 16 de octubre de 1971 fue designado profesor del Curso Básico de Comando en la Escuela Superior de Guerra y el 1 de diciembre profesor de Inteligencia.
Experto en “lucha antiguerrillera” en la Dirección de Orden Urbano desde 1971, fue “Ranger” en Bolivia en 1972, y precursor del Proyecto de creación de Vehículos Blindados de Combate en 1973. En 1975, lo premiaron con la jefatura del Batallón 101 de Ingenieros de San Nicolás para neutralizar la avanzada obrera en toda la zona. Allí se confirmaría como un hombre de acción.
En los expedientes que se están juzgando desde la semana pasada –junto a otros 14 policías y militares-, se desnuda a Saint Amant como un hombre que no sólo estaba detrás del escritorio. Le gustaba ir en persona a los procedimientos. “El procedimiento fue efectivizado en persona por el Jefe del Area Militar 132 y del Batallón de Ingenieros de Combate 101 de San Nicolás”, dice el auto de elevación a juicio por el caso de dos hermanas de apellido Alvira y la pareja de una de ellas, de apellido Martínez. En esos operativos, sus hombres saqueaban en las casas todo lo que podían.
Casi todos los 150 secuestrados en la zona, tenían informes secretos que rubricaba el propio coronel en persona. Como el parte “secreto” firmado por él que es prueba de juicio, del cual surge que el 17 de agosto de 1976 Julio Schiel fue detenido por personal militar en la ciudad de San Pedro. A Saint Amant le gustaba participar de todas las fases de la represión ilegal. Visitaba el Penal de San Nicolás donde se torturaba a los presos políticos y en persona participaba de los interrogatorios, como a José D’Imperio, que lo interpeló durante cuatro horas en su despacho donde el detenido vio estantes con carpetas de antecedentes entre las que estaba la suya.
La policía le temía. El ex comisario de Colón Clementino Rojas declaró en una causa que una madrugada Saint Amant llevó a “una persona encapuchada, con una pistola y unos panfletos o libritos, retirándose el militar de inmediato. Que yo le retiro la capucha, el señor me da su nombre y apellido. Se identificó con el apellido de Ocariz, estaba muy conmovido porque hacía 16 días que no iba al baño. En esa época le tenían temor a los militares”.
Podía decidir sobre el destino de todos sus cautivos. Uno de ellos, Mario Verandi, trabajaba en el Juzgado de Trabajo y el juez penal Luis Milesi le había confiado que “diariamente éste le llevaba las causas a Saint Amant de los detenidos para que éste decidiera sobre los mismos”.
El Obispo Rojo
Saint Amaint era un hombre devoto. Asistía a misa invariablemente y entre sus convicciones más profundas se contaba su fe católica. Sin embargo, provenía del ala rancia del integrismo eclesial, que había permeado la doctrina militar a través de la organización “Cité Catholique” de Jean Ousset y el coronel Roger Trinquier. Estos franceses –en obras como “Marxismo-leninismo” y la “Guerra moderna” habían dado el sustento ideológico y estratégico para la guerra colonial de Argelia.
Según la indagación histórica que hizo para este megajuicio la justicia nicoleña, los franceses bendijeron la tortura como herramienta vital para obtener información y aniquilar a la subversión: un enemigo espectral, etéreo, que amenazaba barrer con “el orden cristiano y la ley natural”.
Saint Amant era un convencido de aquella retórica bélica que mezclaba la religión y la Patria, como si fueran héroes de una Guerra Santa. Eso quedó plasmado en documentos que hoy son pruebas del juicio, como la circular confidencial CE MY6 0968/48 que le envió al Comandante del 1° Cuero de Ejército, el general Carlos Suarez Mason: “El marxismo se vale indistintamente de la pornografía, del liberalismo, del capitalismo, de los medios de comunicación, del freudismo, de los partidos políticos, de la pobreza, de la explotación de las injusticias (…). Con respecto a la Iglesia Católica, es sabida la consigna de Lenin: aplastarla, como al enemigo principal.
Pero como el enfrentamiento abierto y desembozado le ha resultado en muchos países perjudicial, el marxismo acude a la infiltración, implícita o explícita, solapada o manifiesta, a través de un amplio abanico de actividades, de grupos, de doctrinas. Es por eso que se hace necesario un informe, en lo posible integral de la situación en la Iglesia de San Nicolás”, dice el paper. Bajo ese prisma, el enfrentamiento con el obispo de la Diócesis nicoleña Carlos Horacio Ponce de León, no tardaría en llegar.
Ponce de León era un hombre muy sensible, sencillo, y cobijaba en su Diócesis a los clérigos acosados por el régimen que habían optado por los pobres. Además recibía evidencia sobre la represión ilegal en zona norte de familiares, en la soledad del confesionario. El obispo tenía una noción clara de los peligros que corría enfrentándose abiertamente con el teniente coronel. En una carta del 12 de julio de 1975 dirigida al presbítero Roberto Teodoro Amondarain, escrita de su puño y letra, advertía: “Hoy he recibido dos amenazas de muerte y otra de volar el edificio”, y se despedía con “un abrazo, y hasta el 22 o hasta el cielo”. El 4 de agosto de 1976, después de los funerales del obispo riojano Angelelli, le llegó una misiva que decía: “Primero fue Angelelli, ahora te toca a vos”.
El propio Saint Amant comenzó a rubricar informes de inteligencia sobre el “Obispo Rojo” y su diócesis, dirigidos a Suárez Mason: “Es evidente que la Iglesia opera en la diócesis de San Nicolás bajo la dirección de Ponce de León como una resultante de fuerzas enroladas sustancialmente en las filas del enemigo”, advirtiendo sobre su persona que “ha declarado su adhesión a los sacerdotes detenidos en Rosario, ha adherido a los ‘obreros en lucha’ en Villa Constitución”. Concluía: “La lucha no se concretará en éxitos si no se erradican los males expresados”.
El último viaje del obispo fue un viaje relámpago. La madrugada del 11 de julio de 1977, en el más estricto de los secretos, Monseñor Carlos Horacio Ponce de León cargó en su Renault 4S los dos portafolios repletos de información y tomó, todavía al amparo de la luna, la vieja ruta 9 que conectaba San Nicolás con Buenos Aires.
A la altura de Ramallo -según contó el seminarista Víctor Oscar Martínez, que dormitaba en el asiento de al lado- una camioneta F-100 que venía de frente se cruzó de carril y los embistió. El conductor de la pick-up declaró que fue un trompo por el frenazo seco de un colectivo. Ponce de León fue trasladado a un hospital de la zona y después a una clínica en San Nicolás, donde murió horas más tarde. Los maletines desaparecieron. El día anterior, había recibido el dibujo de un cajón con un obispo adentro y un cortejo militar custodiándolo.
El “agremil”
Poco tiempo después de esa muerte, Saint Amant dejó San Nicolás e inició un periplo terminaría convirtiéndolo en agregado militar en la embajada argentina en Perú, a principios de los ‘80. Un “agremil”, según la jerga castrense. En esa misma época, según la investigación del periodista Jorge Luis Ubertalli, llegó a ese país otro argentino de nombre Carlos Sergio Bottini: era el dueño de la empresa Agropolo S.A. y el conductor de la Ford F-100 que embistió el auto del obispo.
En junio de 1980, una operativo de servicios de inteligencia argentinos y peruanos, fueron asesinados allí y una mujer de Norma Beatriz Gianetti de Molfino fue secuestrada y apareció muerta en Madrid un mes más tarde. Saint Amant recibió en ese periodo la máxima calificación del general de brigada Alberto Valín, jefe II de Inteligencia del Ejército Argentino: las condecoraciones de varias gobiernos dictatoriales, y la “Cruz Peruana al Mérito Militar en grado de Comendador”.