Stella Martini analiza la irrupción de la imagen de Aylan como un quiebre del paisaje informativo. Y se pregunta: ¿cómo sería estar frente a la imagen de 11 mil cuerpos pequeños -la cantidad de niños víctimas del conflicto sirio- sobre aquella playa? "Hay una foto más dura y que no tenemos: la de la situación puertas adentro de los palacios gubernamentales", dice.
Aylan está muerto. Tenemos la fotografía que se ha viralizado en la prensa mundial y en las redes sociales. No lo conocimos. Ahora es el símbolo terrible de la violencia. Los medios occidentales reiteran el debate sobre la publicación de la imagen y en el que ellos mismos participan. Parece que aquellos cuyos gobiernos han encabezado políticas de cierre de fronteras y son responsables de alguna manera de conflictos bélicos y hambrunas, no la publicaron, alegando los derechos de la niñez, la privacidad y la decencia.
Y aparece la pregunta del por qué la publicación de la fotografía. Porque hasta ahora no hubo un fotógrafo frente a otro caso similar en el lugar. Es el sensacionalismo para sacudir al poder. O para vender más. O porque es la novedad multiplicada hasta el infinito en internet. Y aparece el recuerdo de otras que se viralizaron, según las posibilidades técnicas de cada momento. Como aquella foto de los niños huyendo de su aldea atacada con napalm, tomada por Huynh Cong Ut en junio de 1972, durante la guerra de Vietnam, o la de Steve Carter con una niña y un buitre que, capturada en Sudán, le valiera el Pulitzer de 1993 y fuera un ícono contra la hambruna en Africa, aunque una versión la desestimara por sacar la escena del contexto de ocurrencia.
Muchísimas otras fotos han retratado niños y niñas en situaciones pavorosas, víctimas de diferentes expresiones de violencia. Ahora las más terribles ilustran sobre los desplazamientos forzados que, sin embargo, no tienen en los medios concentrados del planeta una agenda acorde a la gravedad y urgencia del problema. Por ello mismo, la irrupción de la imagen de un pequeño muerto en la costa de Turquía publicada hace cuatro días quiebra este paisaje informativo discontinuado. Cierto es que los desplazamientos forzados aumentan de modo exponencial: 160 mil sirios llegaron a Grecia por mes durante este año, cuando en 2014 solo lo hicieron 50 mil en total.
La crisis humanitaria no tiene contención ni discusión real. Pero la tristísima imagen de Aylan yaciendo en la arena de un balneario turco no alcanza a mostrar a los casi 11 mil niños muertos en lo que va del conflicto bélico en Siria. Podemos preguntarnos, con mucho temor, cómo sería estar frente a la imagen de 11 mil cuerpos pequeños sobre aquella playa.
La foto más dura
Hay una foto más dura y que no tenemos: la de la situación puertas adentro de los palacios gubernamentales. No hay fotografías de los líderes globales en el momento de la verdad de los efectos de sus políticas migratorias. Hay una política global contra las migraciones, esto es lo que testimonia la foto. O dicho en un sentido más cabal, no hay una política que incluya con dignidad a millones de seres humanos que son expulsados de sus países por la miseria, las matanzas sistemáticas, las guerras. Por la violencia de la economía global. El padre de Aylan pagó un precio muy alto por su insolencia.
Aylan nunca supo por qué viajaba en esa lancha, ni siquiera podía entender todo lo que expresa la palabra refugiado, desplazado, inmigrante. Nadie quiere a los inmigrantes, tampoco sabía esto. Muy pocos asumen que no se huye de la tierra natal sino de la prepotencia de quien o quienes imponen la muerte atroz porque tienen una cuota en el ejercicio del poder.
Aylan está muerto “oficialmente” porque tenía tres años y su cuerpo se estrelló contra la arena de una playa turca y una fotógrafa de prensa, Nilüfer Demir, lo retrató. Y tampoco supo que tantos lloraron de verdad su trágica suerte y otros lo hicieron porque resulta políticamente correcto hacerlo, mientras declaman su intención de abrir fronteras. Pero Aylan está muerto, como su hermano de 5 años, su madre, otros 6 niños que iban en la misma lancha y tantos cientos más, sólo en lo que va de este año 2015.
A partir de la viralización de la foto de este niño pequeño, cuyo cuerpo de bebé delata aún más el horror de la guerra y los desplazamientos forzados, las pantallas televisivas y la prensa toda estallan porque ha estallado gran parte del mundo, en especial el europeo, destino deseado por aquellos que expulsados insisten en lograr una vida digna. La foto es más fuerte que los discursos. Los niños “venden” mercancías e ilusiones, y son los más elocuentes para denunciar la violencia.
La imagen insoportable de Aylan sobre la arena mojada permite un paso adelante a los desplazados no solo sirios, también de otros países que pujan por llegar a Austria o Alemania. Quizás venda más espacio informativo sobre el tema. Quizás construya momentáneas figuras solidarias entre la población civil que alimenta y abriga a cientos de refugiados en la Europa hostil. Quizás dé lugar a un discurso público compasivo y pietista, que siempre suele llegar tarde. O se produzca una apertura relativa, la que sea para que los desplazados puedan tener su plaza. O para que los gobiernos comprueben los efectos de sus políticas bélicas. Pero no se puede afirmar que todo esto vaya a suceder. El poder no cede ante una criatura fotografiada muerta.
Las migraciones de la pobreza
La diferenciación entre refugiados políticos y migrantes económicos es atroz y universal. En nuestro país, las migraciones de la pobreza fueron siempre motivo de discriminación y temor. Sucedió así con los inmigrantes que arribaron a fines del siglo XIX, convocados por el proyecto de la Argentina granero del mundo, cuando se esperó el arribo de europeos rubios. En esta línea tradicional, los sectores conservadores evitaron celebrar la llegada de inmigrantes pobres.
En la década neoliberal de los 90, gobierno y medios atacaron a quienes llegaban desde naciones hermanas con la escena que los responsabilizaba de quitar pan y trabajo a los argentinos. La tapa de la revista La primera del 4 de abril de 2000 anuncia el tema central con una foto que estigmatiza al inmigrante de la pobreza. Retrata a un hombre joven de cutis moreno, vestido con sencillez, y envejecido por efecto del Fotoshop que le arrancó parte de su dentadura. La nota armó una realidad falsa en su “denuncia” sobre un incremento de población latinoamericana pobre, sin registros que lo atestiguaran. También viajan pobremente los desplazados que buscan llegar a Europa.
En la relación tensa entre los desplazados y sus imágenes de prensa, el otro de la foto no es quien quisiera ver cerca de su casa el que la ve publicada. Resulta tan diferente que asusta porque parece lejano aunque viva muy cerca. Cuando ese otro sufre, el pietismo lo envuelve. La conciencia queda tranquila.
*Stella Martini es doctora en Ciencias Sociales de la UBA. Ha publicado los libros “Periodismo, noticia y noticiabilidad, “Los que hacen la noticia” (junto con Lila Luchessi, y “La irrupción del delito en la vida cotidiana” (coeditado con Marcelo Pereyra).
MEL