Del Liceo Naval Militar fueron desaparecidos más de 20 estudiantes por la última dictadura militar. Siete de ellos sólo de la promoción del ‘73. Todos eran militantes políticos. Horacio Enrique Cortelletti, egresado de la institución de la Armada, sobrevivió a las torturas en la ESMA. Hoy declaró ante el Tribunal Oral Federal N°5, que juzga a 68 imputados por delitos de lesa humanidad. Fue el único testigo que habló: dos faltaron y otro fue aplazado para mañana.
Cortelletti tiene 57 años. Declaró los cuarenta minutos que duró su testimonio con voz firme, sin emocionarse, como si hubiera contado su historia cientos de veces.
La mañana del 22 de noviembre de 1976, fue secuestrado cuando salía de su casa de la calle Rivadavia al 6000, en la ciudad de Buenos Aires. Tenía 21 años y había militado en la Juventud Universitaria Peronista (JUP). “Me introdujeron en un Falcon verde. A pocas cuadras fui cambiado de vehículo y me colocaron un antifaz mientras me golpeaban. Me señalaban como traidor, por ser egresado de la escuela naval”.
De cejas gruesas negras y bigotes, Corteletti empezó a hablar de la ESMA: “Me ingresaron a una sala donde había otras personas. Sonaba la marcha de San Lorenzo. Me desvistieron y me interrogaron atado a una cama con elástico. Me preguntaron sobre Luis Lucero, que era mi amigo y compañero del secundario. También por un tal Dante. Uno de ellos dijo que yo era un perejil y que al otro había que haberlo tenido más tiempo. Lucero era ese otro”.
Según el testigo, días antes de su detención, a Lucero lo habían llamado a su casa para que vaya a cobrar un retroactivo en la ESMA. Lucero había trabajado como celador en la ESMA. “Fue y no salió más”, sentenció. También había militado en la JUP de la Facultad de Veterinaria de la UBA.
“En un momento ya no tenía reacción a los golpes y a la picana –continuó el testigo-. Sufrí un estado de semiinconsciencia. Alguien con conocimientos médicos me revisó. Le dije que tenía sed. Me dijo que no tomara agua y que no permitiese que me bañen", dijo, con una sonrisa irónica. Cortelletti una sola vez se bañó en la ESMA, justo antes de salir. Contó que a mitad de su cautiverio, que duró un mes, un grupo de secuestrados fue llamado por su número de identificación y fueron trasladados. El testigo no supo decir adónde. “A los que quedamos, esa noche nos dieron dos panes en lugar de uno”.
La presidenta del tribunal, Adriana Pallioti, preguntó a Cortelletti cómo fue que vio a otras personas en la ESMA. Los letrados se miraron entre ellos: la jueza había cuestionado las palabras del testigo. “Hizo una pregunta típica de abogado defensor, con la camiseta puesta”, dijo más tarde un abogado de la querella. El testigo respondió que lo percibió por los ruidos y los movimientos, pero que él no pudo ver nada porque estaba con capucha.
“Un tiempo antes de salir de ahí, me bajaron a la planta baja. Fui tratado amablemente por una persona. Me convidó un cigarrillo, me sacó la capucha y las esposas. Me preguntó por mi trabajo, a qué me dedicaba. Le consulté si mi familia estaba al tanto de mi situación. Me dijo que no, que era una guerra y que yo había perdido. Tiempo después supe que era el capitán Chamorro. Lo identifiqué a través de recortes periodísticos”, agregó Corteletti.
El padre del testigo era gendarme retirado. Cuando se enteró de la desaparición de su hijo, se entrevistó con el ex general Santiago Omar Riveros y con gente de la Curia. “Lo recibió Suárez Mason. Le dijo que yo estaba vivo. Mi padre fue a la ESMA para demostrar que él sabía dónde estaba yo, pero no lo dejaron pasar”. La familia Corteletti no había presentado haeas corpus.
El sobreviviente recordó que el día de su liberación de la ESMA, Boca Juniors salió campeón. Fue trasladado en auto a algún lugar desconocido. “Cuando se detuvo la marcha, me hicieron bajar y como estaba lastimado en el pie, me caí al piso y toqué pasto. Pensé que era un lugar donde me iban a matar”. Lo habían llevado a la comisaría 31, del barrio de Palermo. Ahí le comunicaron que habían encontrado en su maletín material de Montoneros y del ERP. Después fue trasladado a Devoto y a principios del ‘77 lo ingresaron en la Unidad 9 de La Plata. El 19 de agosto de ese año fue liberado.