El 5 de agosto de 2014 Estela se despertó temprano, escuchó la radio, preparó unos mates y se fue a Abuelas. Iba a ser un día más de trabajo, hasta que la llamaron de un juzgado. Un par de horas después, millones de argentinos se conmovieron con la noticia: la presidenta de Abuela de Plaza de Mayo había encontrado a su nieto, después de 36 años de búsqueda.
El siguiente texto es una parte de la edición ampliada de "Laura. Vida y militancia de Laura Carlotto", de María Eugenia Ludueña, subdirectora de Infojus Noticias. El libro acaba de reeditarse y reconstruye, entre otras cosas, cómo los Carlotto vivieron la restitución de Ignacio Carlotto Montoya.
La imagen que abre la nota fue tomada por el fotógrafo de Infojus Noticias Leo Vaca y fue elegida como tapa del anuario 2014 de fotoperiodismo de ARGRA* (Asociación de Reporteros Gráficos de la República Argentina).
“Mi nieto está en algún lado y en algún momento va a venir”, decía Estela años atrás. El viaje más largo de su vida, el que había empezado con la citación a la comisaría de Isidro Casanova en el invierno de 1978, terminó el 5 de agosto de 2014. Fueron casi 36 años de incertidumbre, de búsqueda, de lucha. Hasta que en junio de 2014, el hijo de Laura escribió un correo electrónico a Abuelas de Plaza de Mayo. La chispa estaba ahí, un ruido blanco acechando a Ignacio Hurban, el joven criado por Juana y Clemente, peones en el poblado de Cerro Sotuyo, a pocos kilómetros de Olavarría. En ese pueblo de canteras, hoy devorado por la piedra granítica, en la cicatriz entre el campo y la industria, la naturaleza y el cemento, este matrimonio cuidaba las tierras del patrón, a 300 kilómetros de La Plata. Ignacio pasó su infancia en esas hectáreas donde trabajaban los Hurban, sin luz eléctrica ni televisión, con mucho afecto, entre tareas rurales y libros. Con el tiempo se convirtió en músico y se estableció en Olavarría, la ciudad más cercana al pueblo de la infancia.
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El 5 de agosto de 2014 Estela se despertó temprano, y como siempre, escuchó la radio, se arregló, se preparó unos mates y leyó los diarios. Después subió al auto que la lleva desde su casa en Tolosa hasta la sede de Abuelas en Buenos Aires. A veces comparte el viaje con Claudia, pero ese día su hija tenía un turno en el dentista y había quedado en ir a la CONADI más tarde. Al mediodía, Estela estaba en Abuelas, reunida con León Gieco y Raúl Porchetto para organizar “Música por la Paz”, cuando recibió un llamado de la jueza María Romilda Servini de Cubría. La magistrada del Juzgado Federal en lo Criminal y Correccional N° 1 le pedía que fuera a verla. Como no le dio más detalles, Estela creyó que querría hablar personalmente de algún caso jurídico delicado.
“Veo cuándo puedo acercarme”, le dijo Estela. La jueza insistió: “No, no. Quiero verte hoy, enseguida”.
-Pensé que me llamaba por algún problema personal. Dejé la reunión y me fui a Tribunales. Me recibió en su despacho. Estaba también María Belén Cardozo, en ese momento directora del Banco Nacional de Datos Genéticos, con alguien de su equipo. Hablamos de bueyes perdidos. Se ve que querían que me sintiera tranquila. Y yo, ignorante total de lo que me iban a decir –contará Estela.
–Mirá Estela, tengo que darte una muy buena noticia. Hemos recuperado a un nieto más –le dijo la jueza Servini de Cubría.
Estela se la quedó mirando.
–Hemos encontrado a tu nieto Guido. El tuyo –le dijo Servini.
Se hizo un segundo de silencio. El nieto 114 era el suyo.
–La noticia se me fue al corazón, al alma, al cuerpo –dice hoy Estela–. Yo, que soy muy calma, me puse a gritar, nos abrazamos con la jueza y lloramos juntas las dos. Ella siempre se propuso encontrarlo, ya había restituido a varios nietos. La alegría fue enorme. Yo no podía creer lo que estaba escuchando y ella me lo repetía. Empecé a pensar en llamar a mis hijos, a las Abuelas.
La jueza le mostró el legajo, las copias de los análisis y la foto del nieto. Y le reveló un dato más. Las sospechas de la familia Carlotto respecto de la pareja de Laura quedaban confirmadas con las muestras de ADN: el padre de su nieto, el compañero de Laura, era otro militante asesinado por el terrorismo de Estado, Walmir “Puño” Oscar Montoya.
La información de la familia de Puño se había incorporado al Banco, después de que en mayo de 2009 sus restos fueran identificados en el marco de la Iniciativa Latinoamericana para la Identificación de Personas Desaparecidas por el Equipo Argentino de Antropología Forense. Había sido enterrado en el cementerio de Berazategui como NN el 27 de diciembre de 1977. Pero unos años antes, una investigación de la que había participado Remo, había llegado a sospechar que Puño había sido el compañero de Laura y padre de su hijo. Era una deducción basada en testimonios indirectos, pero nadie podía decirlo con certeza. Ahora por fin se develaba el misterio: Puño, militante montonero, asesinado a los 25 años, era el famoso “Petiso” o “Chiquito” del que Laura le había hablado a Remo y a Kibo.
Entre lágrimas, Estela llamó a Claudia, que estaba en su casa en La Plata.
–A eso de las dos de la tarde, sonó el teléfono y era mamá. Emocionadísima, me cuenta llorando que habíamos encontrado a Guido. Me puse muy nerviosa, y en ese momento, además de la emoción, me afectó mucho que ella estuviera sola –dice Claudia.
Claudia llamó a Remo. Estaba en su despacho del Congreso de la Nación, en la ciudad de Buenos Aires.
–Me encontró en la oficina. Dejé todo lo que estaba haciendo y salí muy rápido. No podía esperar ni el ascensor, me acuerdo que bajé por las escaleras. No quería que mi mamá estuviera sola. Me fui a buscarla, y cuando llegué a Tribunales, ella justo estaba saliendo. Nos abrazamos. Era tanta la alegría, los gritos –dice Remo.
A la salida del juzgado, Estela se sentía flotar. En la calle, un señor que vendía afiches de Eva Perón se acercó a ella para saludarla y tratar de venderle alguno. En ese momento, sonó el celular: era la presidenta Cristina Fernández de Kirchner.
–Estaba emocionada. Lloramos juntas por teléfono. Mientras, este señor me seguía hablando y yo trataba de explicarle: ¡Encontré a mi nieto! ¡Encontré a mi nieto! El hombre se impresionó tanto que me regaló un afiche. Fue un día de locura. Llegué a Abuelas y era una fiesta colectiva –recuerda Estela.
Después de hablar con Remo, Claudia le avisó a Kibo. “¡Encontramos a Guido, mi amor!”, le dijo a su hermano, entre sollozos. Kibo todavía se ríe, jamás en la vida su hermana lo había llamado así:
–Yo estaba en la Secretaría y no entendía nada. Le preguntaba, ¿qué? ¿Qué decís? Y ella: “Encontramos al hijo de Laura. Pasame a buscar, estoy en casa”, y me cortó.
Kibo dejó todo encendido y partió. “Me voy porque apareció mi sobrino”, dijo mientras funcionarios y empleados se lo quedaban mirando, y él caminaba como un espectro a buscar a Claudia para ir juntos hasta Buenos Aires. “Si manejaba, me estrellaba en la esquina”, recuerda ella. Cuando estuvieron juntos en el auto, iban tan emocionados que anduvieron un largo rato por la autopista, sin poder pronunciar una palabra.
–Era mucha emoción y mucho nudo en la garganta. Se produjo un silencio largo hasta el primer peaje. Yo sentía que se me congelaba la cara y que por dentro me prendía fuego. Se me venían mil pensamientos, mi hermana, la vida –se emociona Kibo.
Entre tantas lágrimas y ansiedad, Claudia sentía que el trayecto se estiraba, el tiempo nunca había sido tan largo. A mitad de camino, su hermano empezó a preguntarle por los detalles: ¿cómo era?, ¿era parecido a Laura? Ella le decía que no sabía, no tenía el legajo, toda la documentación estaba en la CONADI. Claudia pasó el resto del trayecto hablando por celular, dando instrucciones para tener toda la información sobre el caso cuando llegara a Capital.
Los mecanismos habían funcionado diferente de lo habitual. Claudia, como directora de la CONADI, es la que recibe la noticia cuando se origina en una presentación espontánea en Abuelas, como en este caso. Cuando se trata de una extracción por vía judicial, se ocupa el juez. Al existir un expediente por la búsqueda radicado desde 1991 en el juzgado de Servini, el Banco Nacional decidió extrañamente informar a la magistrada. Y de algún modo el nombre se filtró a los medios, cosa que no había pasado nunca antes. Claudia estaba sorprendida por todo el mecanismo.
El primero en llegar a la sede de Abuelas fue Juano Falcone, uno de los hijos de Claudia. Después fueron llegando Estela y sus tres hijos, y se reunieron todos en el despacho de ella. Habían fantaseado muchas veces con ese instante, lo habían imaginado con múltiples formas: ¿cómo será el día que encontremos a Guido? Estábamos en shock, fue de la manera menos esperada. Nada salió por lo menos como yo lo había previsto, ni en lo físico ni en el encuentro –dice Kibo. En circunstancias normales, con los protocolos que se siguen, Claudia hubiera viajado a Olavarría como directora de la CONADI a dar la noticia personalmente a ese nieto restituido. Pero los Carlotto sintieron pánico de que Ignacio Hurban, el nieto 114, supiera la noticia por los medios, que ya los estaban llamando.
Por primera vez en su vida, Claudia debió contarlo por teléfono. Justo a su sobrino. Buscó el número y discó el celular registrado en el legajo. Esa tarde de invierno, Ignacio estaba en su casa en el barrio de Loma Negra, tocando el piano y tomando mate con bizcochos. Claudia saludó y se presentó como coordinadora de la CONADI. Tratando de contenerse, le recordó que él se había acercado con dudas.
–Sí, me acuerdo –le dijo él.
–Te llamo porque llegaron los resultados –siguió Claudia.
–Yo no tenía que decírtelo así, pero sos hijo de personas desaparecidas. El examen dio positivo –dijo ella.
–¡Apa! –exclamó él.
–Además tengo que decirte que sos Carlotto. Sos el nieto de Estela. Sos mi sobrino, en realidad. Soy tu tía –dijo. Y entonces lloró.
Ignacio se rió. Se lo escuchaba contento.
–Mortal. Dame unos días, dejame procesar todo esto –pidió.
Claudia le dijo que lo habían buscado 36 años, tenían toda la paciencia del mundo.
–Me niego a pasar a la historia como una exagerada que me descontrolé –se ríe Claudia–. Él, como buen Carlotto, es un exagerado. Es verdad que se me quebraba la voz de la emoción, pero hay una serie de protocolos que seguí en todos los casos y que no se pudieron cumplir en este porque se filtró la información. Yo estaba muy preocupada por cuidar ese momento. Por suerte él es un divino y salió todo bien. Recién más tarde, cuando nos quedamos a solas con mamá, nos abrazamos y lloramos juntas.
La noticia ya estaba en todos los canales, radios y portales de noticias. En Olavarría los mensajes corrían por WhatsApp y tenía un remate: “Encontraron al nieto de Estela en Olavarría”. “¡Es Ignacio Hurban, el músico!”.
A las cinco de la tarde de ese martes 5 de agosto, Estela dio una conferencia en Abuelas, rodeada de sus tres hijos, sus trece nietos, sus dos bisnietas, sus compañeras de lucha, nietos restituidos, periodistas, funcionarios. La gente se apretujaba en las escaleras del edificio y en la esquina de la calle Virrey Cevallos. Los autos que pasaban por la puerta hacían sonar sus bocinas celebrando. Era como si todos hubiéramos ganado algo. “Le pedí a Dios que no quería morir sin abrazarlo”, decía Estela y por primera y única vez estaba despeinada.
Fue uno de los días más felices de la historia argentina, con casi todos llorando frente a los televisores. Pensando: ¿Qué se hace con los abrazos y los besos acumulados en 36 años? ¿Por qué un caso tan singular –el de una joven mujer militante secuestrada, desaparecida, asesinada, obligada a parir con grilletes, el de un bebé que fue arrancado de los brazos de la madre al nacer y pasó 36 años sin saber quién era– atraviesa y conmueve como si se tratara de alguien de nuestra familia? ¿Porque es una historia que representa a otras tantas que encarnan que sólo con perseverancia y organización colectiva es posible conseguir y transformar? ¿Porque enseña que más temprano que tarde sin reposo el velo de la mentira cae? ¿Porque en esta aparición de un nieto se respira también la aparición de una madre? ¿O estremece simplemente por eso, porque se trata nada más, y nada menos, que de una aparición?
En esa conferencia Estela recordó que en unos días se cumplía el aniversario del asesinato de Laura: “Que mi hija sonría desde el cielo y me repita lo que ella sabía antes que yo, porque nunca fui una mujer de lucha abierta. Y ella dijo: ‘Mi mamá no se va a olvidar de lo que me están haciendo y los va a perseguir’. Ahora ella estará diciendo: ‘Mamá, ganaste una batalla larga. Esto es un premio para todos’”. Al terminar la conferencia, en Abuelas no se podía caminar. Claudia escapaba de las cámaras y seguía pendiente de su sobrino restituido. “Da un poco de angustia. Él necesita tiempo para procesar todo esto. Nosotros venimos hace años y fuimos muy cuidadosos”, decía. “¡Abuelita! ¿Va a alcanzar el estofado de los domingos?”, bromeaba uno de los nietos a Estela. Y ella reía a carcajadas: “Ay, ¡la pastaciutta!”.
Al día siguiente, Estela y sus hijos se encontraron a solas con Ignacio. El primer abrazo, el que se demoró 36 años, llevó más de seis horas. “Fue un encuentro soñado, como lo imaginamos. Si hasta despidió a mamá diciéndole: ‘Chau abu’”, contó Remo.
Siempre me lo había imaginado parecido a Laura –dice hoy Estela–. Pensé que iba a ser bajito y que tendría cara de bueno, tal como mi marido me había comentado del compañero de mi hija. Ese día llegó a la casa de Claudia, donde nos encontramos, escoltado por su mujer Celeste y sus amigos. Yo lo abracé. Él no, se quedó estático, aceptando el abrazo contenido 36 años. Le dije al oído cuánto lo había buscado. “Bueno, vayamos despacito”, me pidió. En ese momento yo era una extraña para él. Teníamos que ir acompañándolo, hablar, conocernos.
Después fue el turno de sus primos: los Carlotto y las primas Montoya, Sabrina y Melina. Por esas vueltas de la vida, una nieta de Claudia y bisnieta de Estela va al mismo jardín de La Plata que el hijo de Sabrina. Y uno de los hijos de Claudia, supieron después, ya era amigo de Melina. La Presidenta de la Nación también quiso conocerlo personalmente y se encontraron con ella en la residencia de Olivos. Con la prensa asediándolo, y sin poder volver a su casa de Olavarría porque los periodistas montaban guardia en la puerta, el viernes 8 de agosto, el nieto 114 se presentó junto a su abuela Estela, los Carlotto, algunos Montoya, sus mejores amigos y Celeste, su mujer, en una conferencia de prensa. Estela sonreía ante una multitud de periodistas empujándose, y se preguntaba: “¿Qué dirá?”.
–Buenas tardes, yo soy Ignacio. O Guido –se plantó él.
Hacía 48 horas que el huracán de la verdad se había instalado en su vida y entre sus primeras palabras pedía a otras personas que sintieran dudas que se acercaran a Abuelas y se dejaran arrasar como él por el derecho a la identidad. “Quiero que esto que me pasa a mí sirva para potenciar esta búsqueda”.
–Mi nieto me sorprendió tantísimo en esa conferencia. Yo pensaba que a veces los periodistas son indiscretos y no sabía cómo iba a reaccionar. Respondió todo con una soltura que parecía que había sido preparado. Quedamos azorados. Parecía uno de los nuestros. Y de algún modo, lo había sido durante mucho tiempo, porque incluso sin saber quién era había participado del ciclo “Música x la Identidad”, y de otras actividades vinculadas a la Memoria a través de lo que él más adora, la música. Hay tantas coincidencias extrañas pero mágicas. Que yo le haya escrito esa carta cuando cumplió 18 y le dijera que seguramente le gustaba la música, y nombré el jazz –recuerda Estela.
“Evidentemente hay una memoria genética y una energía que trasvasa todo, y hace que hoy yo esté acá en el lugar del que nunca me tendría que haber ido. En algún lugar debe estar la relación, porque si no, yo que fui joven en los 90, habría ido para otro lado, hubiera terminado haciendo otra cosa. Ser artista es una actividad política también”, dijo el nieto durante la conferencia. Ya había tocado en el centro Cultural Haroldo Conti (ex ESMA). Desde ese día, el de su aparición pública, ha recibido invitaciones para viajar por el mundo con su música, la que sobrevivió a las muertes y a los campos de concentración.
(...)
*La muestra de ARGRA que recorre el país puede visitarse en el Palais de Glace hasta el 17 de agosto.
MEL