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Infojus Noticias

13-4-2015|19:47|Perfil Nacionales
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Falleció esta mañana

Los rituales de Eduardo

Galeano fue uno de los grandes intelectuales de los últimos tiempos. Su mirada sobre el periodismo estuvo fuertemente anclada en los conflictos e injusticias latinoamericanas, y ésa fue su marca de autor comprometido. Cuatro amigos, colegas y compañeros de vida, lo recordaron para Infojus Noticias.

  • Sergio Goya
Por: Ana Soffietto

Eduardo Galeano tenía sus rituales. Siempre andaba con una carterita chiquita abrochada en el cinturón: guardaba una libreta minúscula. Cada vez que escuchaba algo que le interesaba, la sacaba y anotaba. “Insumos para sus cuentos”, dice el fotógrafo uruguayo Oscar Bonilla.

También tenía sus bares. El Café Brasilero, donde iba a diario a escribir y recibía a los periodistas o el Bar Bacacay, frente al Teatro Solís, donde se encontraba con amigos. “Cuando uno elige un café, uno sabe muy bien que pasa a ser como una segunda casa. Eso le pasaba a Eduardo”, dice Bonilla.

Y tenía un perro, Morgan, que había fallecido hace algunos meses. “No sé cómo voy a hacer para escribir sin él”, le había dicho a una amiga argentina luego de su muerte.

Hace poco tiempo, una editorial argentina le preguntó si estaba de acuerdo en sacar una biografía suya, pero él se negó rotundamente. “No quiero saber nada sobre ese libro”, le dijo el escritor a su amigo fotógrafo. Bonilla pensó que las biografías suelen aparecer cuando uno está por irse y que por eso Galeano, que sabía que estaba mal, se negaba al homenaje. Galeano murió esta mañana, después de luchar años contra un cáncer de pulmón.

Antes del final, Galeano hizo escuela en las redacciones, fundó varias medios míticas y publicó libros sin descanso. Allí narró con una extremada preocupación por las formas narrativas los conflictos e injusticias latinoamericanas. Cada uno de ellos vale por sí mismo pero con Las venas abiertas de América Latina se hizo conocido en forma mundial. Tenía apenas 31 años cuando lo publicó. El año pasado, sin embargo, mientras participaba de la Segunda Bienal del Libro en Brasilia, se quejó del texto. Dijo que ya “no sería capaz de leerlo de nuevo”.

Otro de los libros que se destacaron fue Memoria del fuego, donde analizó una gran cantidad de textos coloniales para reflexionar sobre los conflictos que desató la colonización a partir de 1492. También dejó Los días siguientes, Vagamundo, El libro de los abrazos y Patas arriba.

“Era una persona exquisita, sencilla, hasta humilde. El hombre que quería estar con su pueblo, conversar con él”, dijo Sylvia Lago, escritora y presidente de la Fundación Benedetti, donde Galeano participaba.

Poesía para fumar 

Un fotógrafo exiliado en Suecia recibe unos papeles de cigarrillo. Se los da una mujer miembro de Amnistía Internacional tras visitar el Penal de Libertad, la principal cárcel de presos políticos de Uruguay. El fotógrafo entiende que en los papeles hay un mensaje escrito en letras milimétricas. Noches enteras se dedica a mirarlos con lupa y transcribir a máquina todo lo que encontraba.

Entonces el fotógrafo, Oscar Bonilla, decide llamar a su amigo Eduardo Galeano, exiliado también, pero en España. Aunque Galeano no logra identificar de quién podían ser esas líneas, está seguro que son unos poemas bellísimos. Como parte de la campaña mundial por la amnistía, los poemas se publican en Suecia con prólogo de Galeano bajo el nombre La canción de los presos.

Hoy Oscar Bonilla siente dolor por la pérdida de su amigo, pero recuerda con cariño profundo esta historia. Para él, es una foto de toda la lucha de aquellos años de dictaduras y exilios. Aunque afuera del continente, el compromiso no se marchitaba. Y cada pequeña oportunidad era esperanza.

Ambos volvieron a Montevideo después del exilio. Junto a otros periodistas que habían participado en la mítica revista Marcha, Galeano lanza Brecha. Fiel columnista en los primeros años, luego se convertiría en miembro del Consejo Consultivo de la publicación. Bonilla lo acompañaría como editor de fotografía. “Era muy cariñoso con todos”, recuerda Bonilla.

La publicación recogió la tradición rupturista de Marcha y, esta vez desde Uruguay, Galeano volvía a apuntalar un medio de referencia para la discusión política e intelectual en América Latina.

Muchas veces Brecha estuvo a punto de cerrar. El problema eran los números, siempre. Y siempre también era Galeano quien ayudaba a remontar el vuelo.

Muchos años después de que se publicara la primera versión, artesanal, de La canción de los presos, Bonilla recibió un llamado. Era Galeano, con un nombre y una dirección.

—Tengo la sospecha y el dato de que es el autor de los poemas.

El nombre correspondía a un funcionario de la facultad de Ciencias Veterinarias.

—Yo sé por qué venís. Te estaba esperando— le dijo el hombre a Bonilla apenas lo vio llegar.

Galeano pide Memoria, Verdad y Justicia 

El día del sepelio de Ubagesner Chaves Sosa fue el 14 de marzo. Ese día se conmemora en Uruguay el Día del Liberado. Pero Chaves Sosa no es un liberado sino un desaparecido que apareció en democracia. Trabajador metalúrgico, dirigente  de la Unión Nacional de Trabajadores y Ramas Afines y militante comunista, había sido secuestrado el 28 de mayo de 1976.

“Más que un sepelio es una celebración”, dijo ese día Galeano. Era el día en que se celebraba la memoria de Ubagesner y de “todas las mujeres y de todos los hombres generosos que en este país enviaron su fuego hasta el final”.

En la explanada de la Universidad de la República, Galeano no dudó: “Este militante obrero encarna el sacrificio de muchas compañeras y de muchos compañeros que creyeron en nuestro país y en nuestra gente, y que por creer se jugaron la vida. Hemos venido hoy a decirles a todas ellas, a todos ellos, que valió la pena”.

Y pidió memoria.

Y pidió justicia.

Para el periodista Ángel Ruocco, que conoce a Galeano desde la adolescencia, la defensa de los derechos humanos marcó toda su obra. Su preocupación principal era “escribir contra la injusticia, contra la desigualdad, la discriminación, por amor a los desposeídos y parias en todo el mundo”, dice Ruocco.

Ambos se conocieron desde chicos y también compartieron muchas experiencias de trabajo juntos. Mientras Ruocco era corresponsal en la agencia de noticias Prensa Latina, Galeano lo era en Caracas. Para su antiguo compañero y amigo, Galeano “no era un intelectual separado del mundo”.

El compromiso de Galeano con los derechos humanos se expresó también en sus reiterados pedidos de voluntad política para la investigación de los crímenes de lesa humanidad. Como parte del consejo de la Fundación Mario Benedetti, impulsó reclamos de memoria, verdad y justicia en el país. También integró la Comisión Nacional Pro Referéndum para revocar la Ley de Caducidad de la Pretensión Punitiva del Estado, promulgada en 1986 para impedir el juzgamiento de los crímenes cometidos durante la dictadura militar uruguaya.

Su vínculo con Macarena Gelman es símbolo de ese compromiso personal. Amigo incondicional de Marcelo y Juan Gelman –padre y abuelo de Macarena- apoyó desde siempre la búsqueda de la joven. Desde su recuperación, la acompañaba con mucha cercanía junto a su mujer Helena.

En el libro Los hijos de los días, Galeano relata que cuando Macarena aún no conocía su verdadera identidad, tenía una pesadilla recurrente, espantosa. “Durante muchísimo tiempo, toda su infancia tuvo esa pesadilla que la perseguía y ella no sabía por qué, de dónde venía. Hasta que conoció su verdadera historia y supo que ella estaba soñando las pesadillas que su madre había vivido mientras la modelaba en el vientre. La madre, una estudiante de apenas 19 años, era perseguida de verdad por otros señores armados hasta los dientes que la encontraron y la mandaron a morir a Uruguay. Macarena estaba en el vientre de esa mujer acosada y perseguida. Desde el vientre padecía la persecución que su madre sufría y después lo soñó y se convirtieron en sus propias pesadillas. Ella soñó lo que su madre había vivido”, contó Galeano en una entrevista con el sitio uruguayo La red 21.

En Argentina

Tenía apenas 33 años cuando en 1973 asumió en Buenos Aires la dirección de la revista Crisis, una publicación bisagra en la historia de los medios de comunicación y la cultura de los países de Latinoamérica. Desde Crisis, se arengaba el sueño en el que las izquierdas y el peronismo revolucionario convergieran para forjar un nuevo sistema político y económico. Las banderas de la descolonización y la democracia eran el fundamento de cada una de las páginas que Galeano imaginaba de la mano de un pequeño equipo de redacción.

Galeano llegaba al país expulsado de su tierra natal. Dos años atrás había publicado su libro más conocido, Las venas abiertas de América Latina, que aún es literatura de cabecera. Todavía faltaban tres años para el golpe de Estado en Argentina, que lo volvería a empujar a otro exilio, en Barcelona.

La salida de Crisis, en mayo de 1973, buscó ir más allá del espacio literario y se convirtió en una referencia cultural. Número a número, la intención era desplegar también las tradiciones de cultura popular latinoamericanas, relegadas hasta entonces a espacios marginales. Esa era una de las preocupaciones fundamentales de Galeano. Las otras eran eminentemente políticas.

Allí llevó sus primeros textos literarios el escritor y periodista Carlos María Domínguez y quedó a cargo de una sección de reportajes sobre oficios con un fuerte componente narrativo. “Era una idea de Eduardo para darle voz a los que no la tenían. Este tipo de textos ingresaban por primera vez con Crisis”, recuerda.

El clima de violencia, sin embargo, eclipsó cada vez más esos días míticos. Domínguez todavía recuerda el día en que llegó a la redacción y encontró a todos desesperados. Haroldo Conti, miembro del equipo, había sido secuestrado.

Los últimos días de Galeano en el país, todavía el frente de la revista, fueron pavorosos. Sabía que lo esperaban en su casa, que lo perseguían. Andaba armado y cada noche dormía en un lugar distinto. Aunque tampoco podía dormir.

Luego del golpe de marzo de 1976, cada número de la revista debió someterse a la censura. Para Galeano, la resistencia solo podía ser una: el silencio. “Él decía que era mejor cerrar con dignidad la revista y no humillarse a sufrir una censura que estaba impidiendo la salida de Crisis”.

AS/PW

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