Con la llegada de la dictadura, el rastro de Raúl Rogelio Moleón se perdió. Como operativo de la Concentración Nacional Universitaria (CNU) de Mar del Plata, está acusado de integrar el grupo responsable de la matanza del “cinco por uno”, el 20 de marzo de 1975. En los ’90 reapareció como fotógrafo de la revista Caras, y entre otras cosas, tuvo un altercado con Maradona.
Apoyado contra la pared, Raúl Rogelio Moleón movía, despacio, la cabeza de lado a lado. Escaneaba el salón del juzgado con su ojo de fotógrafo o de miembro operativo de Concentración Nacional Universitaria (CNU). En ese grupo político, que derivó en una asociación lícita forjó su identidad al calor de la disputa por espacios de poder. Una de las primeras batallas fue en 1971, cuando el movimiento universitario de Mar del Plata comenzaba a despertar, y terminó con la muerte de una estudiante en medio de una asamblea. Esa fue la primera vez que lo acusaron de un crimen. Luego hubo más, como la causa por la que lo están juzgando ante un Tribunal Oral Federal 1. Pero, entre unas y otras, tuvo tiempo de reinventarse una vida como fotógrafo y ganarle un juicio por “lesiones” a Diego Armando Maradona.
Moleón fue uno de los jóvenes que se sumó a la CNU a fines de los sesenta. La agrupación se había gestado en el ámbito universitario de La Plata y, bajo las ideas del profesor Carlos Disandro, aglutinó a militantes provenientes de la ultraderecha. Su influencia se extendió a Buenos Aires y Mar del Plata, donde entusiasmó a quienes habían militado en Tacuara. “Su accionar se caracterizó por la intervención de grupos de choque que no tenían por objetivo generar consensos y obtener representatividad entre el estudiantado, sino funcionar como agente desarticulador del movimiento estudiantil irrumpiendo en las universidades con armas, cadenas y otros elementos contundentes para intimidar y amedrentar al estudiantado que por ese entonces promovía la apertura de espacios democráticos y participativos en el ámbito universitario”, definieron los jueces Jorge Ferro, Martin Bava y César Álvarez.
Lo que reclamaban los estudiantes era un proyecto educativo alternativo al modelo verticalista, elitista y academicista. Era el modelo heredado de las últimas dictaduras y lo querían cambiar. Esa disputa, con fuerte contenido gremial, fue la que derivó en el primer crimen de la CNU: el asesinato de Silvia Filler, que produjeron en medio de una asamblea universitaria donde venían perdiendo del debate político. La resolución fue a los tiros: varios militantes de la CNU entraron al aula magna de Arquitectura, arrojaron bombas de humo, cortaron la luz y dispararon varias veces. Una de esas balas dio de lleno en la cabeza de Filler, que cursaba primer año y tenía 18. Otras balas hirieron a dos estudiantes.
En ese grupo estaba Moleón, que tenía 20 años. La justicia lo condenó junto a otros trece miembros del CNU.
Dos de ellos -Marcelo Arenaza y Raúl Viglizzo- también están siendo juzgados junto a él por ocho crimenes contra militantes políticos, profesionales o autoridades universitarias cometidos entre 1975 y 1976. Todos ellos fueron beneficiados con la amnistía a los presos políticos que dio el gobierno de Hécto Cámpora, en mayo de 1973.
En los dos años siguientes, la convivencia política fue tensa y estuvo cruzada por la disputa por el control del proceso de integración entre la Universidad Provincial de Mar del Plata y la Universidad Católica, que “se llevó a cabo mediante la persecución y eliminación de opositores políticos”, señalaron los jueces en el procesamiento a Moleón. En ese enfrentamiento político, que alineó al CNU con la Triple A, fue que Montoneros emboscó y mató al líder de la CNU, el empresario Ernesto Piantoni. Era abogado egresado de la Universidad Católica de Mar del Plata, tenía el monopolio local de la distribución de golosinas y cigarrillos, miembro fundador del Sindicato de Abogados Peronistas, asesor legal de la CGT local y coordinador de los cursos de Doctrina Peronista. La noche de su muerte, el 20 de marzo de 1975, juraron venganza y salieron a cazar a cinco militantes de distinta extracción política.
Cinco por uno y otras muertes
La seguidilla de secuestros y muertes comenzó en la madrugada que siguió a esa noche con el cirujano Bernardo Goldenmberg, que había tenído militancia política en una agrupación de izquierda marxista. Lo encontraron con 42 heridas de bala. Luego fueron por el teniente primero (RE) Jorge Videla y a sus hijos Jorge y Guillermo. También, a Enrique “Pacho” Elizagaray, hijo del senador provincial del Frejuli, Carlos Elizagaray. Todos ellos alineados en el ala izquierda del peronismo: fueron militantes de la Resistencia Peronista o eran para de la Juventud Universitaria Peronista y Montoneros.
Esa noche también irrumpieron en la casa del padre del abogado laboralista Jorge Candeloro pero no lo encontaron. Candeloro, que se había formado con Norberto Centeno, se había mudado.
En abril de 1975, sobre la avenida Edison, a unos tres kilómetros de Mario Bravo, apareció un Peugeot 504 gris quemado. En su interior estaba el cuerpo calcinado del contador público y militante de la JP, Daniel Gasparri. A pocos metros, otro cuerpo, el de Jorge Alberto Stoppani. Tiempo después, María del Carmen Maggi, Coca, decana de la Facultad de Humanidades y secretaria general de la Universidad Católica, fue secuestrada (el 9 de mayo de 1975). A un mes de su secuestro, y mientras estaba desaparecida, se ordenó el archivo del sumario judicial. Su cuerpo fue hallado más tarde y de casualidad, en cercanías de la laguna de Mar Chiquita un día antes del golpe de Estado. Gustavo Demarchi, quien pasó a conducir el CNU tras la muete de Piantoni, era entonces fiscal federal.
Según la investigación judicial, Moleón integró el grupo que cazó y asesinó a Enrique Elizagaray, Guillermo Enrique Videla, Jorge Enrique Videla, Jorge Lisandro Videla, y Bernardo Alberto Goldemberg. La reconstrucción de esa noche se forjó con varios testimonios. Uno de ellos llegó desde un lugar muy cercano al CNU: la ex mujer de uno de los miembros operativos del grupo, Mirta Massid. “Esa noche el lema era ‘cinco por uno’”, dijo la ex pareja de Carlos González y detalló que la patota, que se integró también por militantes del CNU llegados desde La Plata, estuvo compuesta por “Eduardo Ullúa, Carlos González, Mario Durquet, Gustavo Demarchi, Fernando Delgado, Patricio Fernández Rivero, José Luis Piatti, Raúl Viglizzo y Raúl Moleón”. Para abundar, agregó que por esos días Moleón estuvo parando en su casa junto a su mujer.
Poco después, llegó el golpe de Estado y el rastro de Moleón se perdió. La CNU siguó actuando pero bajo otro formato: varios de sus miembros se sumaron a los grupos de tareas de la dictadura. Su rol central, además de integrar los grupos de asalto, tuvo que ver con la información que manejaban sobre las víctimas.
Vida nueva
Las noticias sobre Moleón volvieron a escucharse a mediados de los noventa. Un fotógrafo de la revista Caras (Perfil) lo vió cuando se fue a ofrecer como colaborador. “Lo conocía de Mar del Plata. Estábamos en veredas políticas opuestas. En cuanto supe que estaba colaborando como fotógrafo se lo dije al que era el jefe de Fotografía pero no hicieron nada”, dijo Tito Lapenna.
Su carrera fotográfica fue en ascenso. Moleón conseguía algunas fotos difíciles, de personajes un poco escurridizos. Algunos de sus ex compañeros de la revista creen que esa capacidad de encontrar “figuritas difíciles” tenía que ver con su relación con los servicios de inteligencia.
En una de esas guardias largas que solía hacer fue herido por los balines que disparó Maradona con un rifrel de aire comprimido, desde dentro de su casa. Lo hirió en las costillas y en una de sus manos. Le hizo juicio y un tribunal civil condenó al futbolista a pagarle 15.300 dólares.
Desde aquellos días, el pasado de Moleón convivía con su nueva vida sin mayores conflictos. Pero la causa judicial por los crímenes de la CNU lo llevó hasta los tribunales porque -según entienden los fiscales- integró “una asociación ilícita enmascarada en la agrupación CNU”. Allí, sentado y apoyado contra la pared, recorrió con la mirada todo el salón en el primer día del juicio oral. Parecía que buscaba reconocer el lugar, escanearlo.