Mayra Martell es una fotógrafa mexicana que viene retratando a las mujeres desaparecidas de esta ciudad a partir de aquellos espacios que les eran propios. La muestra “Ensayo de la identidad” puede verse en la galería Arte x Arte.
“Una vez soñé que llegaba a mi escuela en la secundaria, con el uniforme y mis cosas. Y en el salón estaban ellas, las desaparecidas de Ciudad Juárez que retraté a través de sus ausencias; eran mis compañeras. Las vi y les dije casi a los gritos ´¿dónde estaban? ¡Sus mamás las buscan!´. Pero me respondieron con indiferencia ´no, Mayra, si la desaparecida eres tú´”. De esa pesadilla, o de las obsesiones que llevaron a ella, están hechos los bordes que anuncian el trabajo de la fotógrafa mexicana Mayra Martell, un “Ensayo de la identidad. Desaparición de mujeres en Ciudad Juárez”, expuesto hasta el 26 de septiembre en la galería Arte x Arte.
Originaria de esa ciudad que recorría temerosa de la mano de su madre, “porque Juárez siempre fue un vértice donde se amontonan los peligros”, cumplidos los 19 se repartió entre Cuba y Estados Unidos para estudiar. Volvió a los 25. Sentía una necesidad, más que un deseo, de rastrear lo poco bueno que quedara de su geografía, “pero me encontré con las calles de un centro degradado, una sociedad fracturada por su propio adormecimiento, aunque pienso que sería más apropiada la palabra impotencia. Y en esas recorridas interminables empecé a ver miles de afiches con caras de niñas y jóvenes que se reportaban como desaparecidas”.
En 2005, el boom oscuro de las mujeres que se esfumaban en Ciudad Juárez ya databa de 1992, pero a Martell las imágenes se le volvieron espejismos. “Nunca se terminaban, todos los días nuevos reportes empapelaban postes, paradas, ochavas, vidrieras. Luego supe que ese año habían recrudecido los casos de femicidio y los de trata con fines de explotación sexual”. Alguna mañana se descubrió anotando nombres de niñas, adolescentes y jóvenes con los rostros vueltos papel desteñido por la lluvia y el smog. En horas apenas, tomaba un teléfono para comunicarse con las familias de las ausentes, “por pura curiosidad. Si hasta me temblaba la voz cuando me atendían, porque ni yo sabía muy bien qué estaba buscando”.
Casi siempre, del otro lado se escuchaba una voz amable de mujer mayor. Con el tiempo Martell advirtió que eran tonos envejecidos por el dolor. “Esas mujeres, las madres de chicas que hoy tendrían mi edad, me recibieron cálidas, escucharon pacientes las preguntas torpes, abrieron las puertas de las habitaciones de sus hijas, me dejaron salir y entrar tantas veces como fuera necesario en un mundo del que nunca más pude irme” y de donde surgió el registro de 72 casos que hoy componen un libro a editar y el ensayo fotográfico en Buenos Aires.
No es detalle menor que su primera muestra individual haga pie en esta ciudad: percibe que el espíritu de búsqueda incansable de las madres de Juárez enlaza de algún modo con las desapariciones forzadas en la Argentina durante la dictadura cívico militar y en las luchas por memoria, verdad y justicia. “En Ciudad Juárez, pese a la impunidad de los carteles de la droga y la violencia institucional, también se fue trazando un mapa con las trayectorias posibles de todas las mujeres desaparecidas porque la violencia, pese a sus muchas texturas, nunca logra ocultar las historias de vida. Y esas desapariciones hace tiempo que dejaron de ser cuerpos, masas amorfas en fosas comunes para transformarse en identidades vivas.”
Martell captura imágenes con un pudor que se agradece. En casitas de material, dentro de habitaciones donde sólo hay penumbras o rayos de sol delatores: allí están las camas tendidas amorosamente para personas que hace casi veinte años dejaron esas cuatro paredes, “aunque sus madres las sueñen a diario”, como le sucede a la mamá de María Elena García, desaparecida en 1996. Están la blusa y el pantalón de Erika Noemí Carrillo, que desapareció en diciembre de 2000, bien extendidos para calcular su altura. El vestido de Yesenia Vega Márquez, desaparecida en 2001, que le hizo su abuela cuando cumplió 5 años. El retrato a lápiz de Neira Cervantes, desaparecida en 2003, basado en la memoria de su madre. Una carta de “Anita” Azucena Martínez, que desapareció en 1999, destinada a su papá cuando estaba aprendiendo a escribir. Tres estampas pequeñas de princesas de Disney se pierden en la inmensidad de una pared blanca.
“Son habitaciones que permanecen intactas, con pertenencias guardadas prolijamente de adolescentes que llevan años desaparecidas. Algunas prendas no se lavan para seguir sintiendo el olor de su dueña; los cepillos no se tocan para poder acariciar los cabellos que quedaron enredados entre las cerdas.”
-¿Qué opinan las madres sobre este ensayo?
-Lo vieron y les gusta esa mixtura de imágenes y frases que ellas redactan y yo recojo en una especie de diario alrededor de las vidas de sus hijas. Pero siempre me dicen ´ay, Mayra, cuando salga el libro pon en algún lugar una disculpa, por si lo llegan a ver´. ¿Quiénes?, les pregunto. Y aquí viene esta puñalada que me descoloca y me quita el aire: ¡pues sus hijas! ¡Quieren dejar sentada una disculpa cuando ellas vuelvan a las casas y lean las cosas que dijeron sus mamás!
Ciudad Juárez, una de las urbes más violentas del continente, abrió una oficina de información turística en El Paso. Quiere recuperar su carácter de destino popularizado por la vida nocturna. El Departamento de Estado norteamericano desalienta esa intención. No tiene que esforzarse mucho, la policía local se encarga de espantar cualquier fantasía de servicio a la comunidad. Cuando pidió ayuda en el destacamento central, a la madre de Jazmín Chavarría Corral (desaparecida en 2008) le dijeron que su hija estaba viviendo en Cuernavaca para trabajar con una señora “que le pagaba mucho dinero”. El cuerpo de Jazmín es uno de los 22 que se hallaron en 2011 en una fosa común de Valle de Juárez, en las afueras de la ciudad. Otra de las madres creyó por boca de un policía que su hija había recibido un boleto de avión y se radicó en Canadá. “Dicen esas cosas para que no molesten”.
En 2009, cuando la ciudad se fundía en una guerra de carteles, desapareció Diana Noralí Piaga, una chica de 16 años probablemente desaparecida por la policía. Tras denunciar el hecho en un periódico local, Martell fue amenazada y perseguida. Sufrió un secuestro express, quedó atrapada en medio de un tiroteo del que salió por poco y la mudanza al DF se le hizo urgente.
Sus regresos a Ciudad Juárez son en tiempo relámpago, en domicilios indefinidos, nunca el mismo lugar. En esos períodos intenta registrar nuevos casos, nuevas habitaciones de mujeres ausentes. Qué sentido tiene todo esto, se pregunta, cuando la trata y los femicidios son caras de las mismas violencias naturalizadas. “La memoria. Durante todo este tiempo aprendí a extrañar con esas madres, que me hicieron entender lo que es amar en la profundidad de la memoria. Y ya no pienso en la palabra muerte, porque supe que el extrañar cuando se ama es mucho más eterno que el morir.”