Apenas hacía quince días que Gonzalo Crespo y Fiama se habían mudado a su nueva casa con su hijo de seis meses. Según los vecinos, Gonzalo fue acribillado a quemarropa. Sus amigos y familiares lo despidieron en el velatorio con profundo dolor.
Apenas hacía quince días que Gonzalo Crespo y Fiama, ambos de veintipico, se habían mudado a su nueva casa con su hijo de seis meses. Con ayuda de familiares y ahorros, la construyeron arriba de la casa de los padres de Fiama en el barrio Mitre. Habían pintado las paredes de naranja. Estaban contentos.
-Tía, venite que quiero que conozcas la casa- le dijo Fiama a Romina el jueves a la tardecita.
-Hoy estoy muerta, pero mañana voy.
El viernes a la noche se juntaron a cenar. Charlaron. Gonzalo no se despegaba de su hijo Máximo. Desde que lo tuvo, no lo soltaba. Cerca de las once, Romina le pidió a Gonzalo que la llevara a su casa en moto, esa que se había comprado para conseguir algún trabajo. Media hora después estaban en Congreso y Vidal. Se quedaron charlando un ratito más en la puerta. A Gonzalo le sonó el celular. Era un amigo que también quería conocer la casa.
Aún no había pasado la medianoche cuando se escucharon los tiros y gritos en la canchita del barrio. Había una murga cerca de allí. Varios chicos jugaban.
-¡Alto!-escucharon y enseguida sintieron el estallido de siete disparos mientras un patrullero huía.
Según los vecinos, Gonzalo fue acribillado a quemarropa. Tenía tiros en la nuca y el cuello. Siete agujeros. Lo remataron y lo dejaron en el suelo. Gonzalo tenía 23 años, una compañera, un hijo chiquito y no tenía antecedentes. La fiscal Cristina Camaño esperará los resultados de la autopsia. Pero todos, en el barrio, saben que fue asesinado.
***
Desde los edificios cercanos, por Huidobro y Naón, los vecinos vieron que cincuenta personas con palos y bombas molotov hechas con botellas de cerveza buscaban a la policía. Muchos tenían la edad de Gonzalo.
-¡Vamos a quemar a la policía!
-¡Agarren los fierros, pongan huevo!
En la canchita, algunos vecinos trataban de contener a todos los chicos que querían correr a la policía. Tenían miedo que les mataran a otro. Claudia Riveros, vecina de Gonzalo y Fiama, se acercó a un patrullero para que exigieran calma. “Me tomaban para la joda”, recordó luego.
Fiama llegó y se acercó al cuerpo de Gonzalo. Lo vio, pero no lo podía creer.
Por la ventana de un edificio gritaron:
-¡Negros de mierda, váyanse!
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En el comedor de la casa de Gonzalo y Fiama, su familia y amigos organizaron el velatorio. Cortaron hojas blancas y con marcadores armaron cartelitos para pegar en el barrio. Fiama, los ojos enrojecidos, húmedos, estaba inquieta: quería saber cuándo le darían el cuerpo de su compañero. Su tía fue la última que lo vio con vida.
-Hay chicos que tienen miedo de entrar al barrio –dijo, con la mirada en seco-. Una posibilidad es que Gonza le haya dicho al amigo que lo quería visitar que lo esperaba en la esquina de la canchita para acompañarlo.
Y luego agregó: “O quizá solo tardó en sacar su documento, tiene un problema en la mano, casi que ni la podía usar”.
Unas casas más allá, su vecina Claudia Riveros vio cómo los amigos de Gonzalo y Fiama se abrazaban y se contenían. Había un profundo dolor.
Parada en la puerta de su casa, Claudia pensó: “el pibe valía más que los coches que estaban ahí”.