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Infojus Noticias

29-10-2014|19:15|Causa ESMA Nacionales
Declaró el periodista, que escribió los libros El Vuelo y El Silencio

“Scilingo tiene derecho a salidas periódicas y no las usa, nunca lo hizo”

Lo reveló hoy el periodista Horacio Verbitsky, que declaró en el tercer juicio por la megacausa ESMA. El ex marino es el único represor que admitió públicamente la participación de la Armada en los vuelos de la muerte. El actual director del CELS contó que este año viajó a España y pudo visitarlo en la cárcel: se encontró con un hombre acosado por la culpa.

  • Foto: Mariano Armagno.
Por: Milva Benitez

—Ustedes actuaron como una banda de delincuentes—, recordó Horacio Verbitsky que le dijo al ex capitán Adolfo Scilingo, en una de las entrevistas que mantuvo casi 20 años atrás con el único represor que públicamente admitió su participación en los vuelos desde los que arrojaron al mar cientos de militantes políticos, sociales y los opositores al plan criminal orquestado por la última dictadura cívico-militar. Esa investigación derivó en un libro, El Vuelo.

—Una banda no mueve aviones—le apuntó Scilingo y precisó: —Fue la Armada, las órdenes se recibieron por cadena de mandos—.

El periodista de Página/12 y actual presidente del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS) reprodujo este diálogo y entregó una copia de la grabación de esta entrevista al Tribunal Oral y Federal Nº 5. En el tercer juicio por los crímenes cometidos en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), por primera vez juzga a los integrantes de las fuerzas represivas que tripularon los vuelos de la muerte.

Ante la insistencia de uno de los defensores de cuestionar la salud mental de Scilingo al momento de la entrevista, entre 1994 y 1995, Verbitsky fue tajante: “La existencia de estos hechos no está en discusión”. Recordó los cuerpos devueltos por el mar de la fundadora de Madres de Plaza de Mayo, Azucena Villaflor, y de la religiosa francesa Léonie Duquet, secuestrada en diciembre de 1977, en los que los antropólogos forenses detectaron fracturas compatibles con “las que son habituales observar como producto de una caída de un cuerpo desde cierta altura y su impacto contra un elemento sólido”.

Ambas mujeres forman parte de un grupo de once personas que en 1977-después de estar entre 10 y 15 días secuestradas en la ESMA- fueron cargadas semiinconscientes en un avión que las llevó mar adentro. El océano devolvió los cuerpos: ese mismo año aparecieron en la costa de las localidades balnearias de San Bernardo y Santa Teresita, en Buenos Aires. Estuvieron ocultos en los cementerios como NN, hasta que el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) exhumó los cuerpos y logró identificarlos.

En la instrucción, el fiscal Eduardo Taiano consideró probado que el viaje fue realizado en el “avión Skyvan, matrícula PA-51, de la Prefectura Naval Argentina, que despegó a las 21.30 desde el Aeroparque y aterrizó a las 0.40 del día siguiente en el mismo destino”. Un dato que, como corroboró luego el periodista Diego Martínez, también de Página/12 y citado como testigo hoy, se desprende del análisis de las planillas de vuelos que Prefectura le entregó al fiscal Miguel Ángel Osorio para su investigación. De las 2758 planillas aportadas es la única que tiene por objetivo la “navegación nocturna”, apuntó Martínez en una de las primeras notas donde reflejó el hallazgo.

Ante los jueces Daniel Obligado, Adriana Palliotti y Leopoldo Bruglia, Martínez también dio detalles sobre sus indagaciones periodísticas y aclaró que, según se desprende de las fuentes que consultó hasta el momento, el método de arrojar personas desde aviones y helicópteros lo aplicaron las tres fuerzas armadas y varias fuerzas de seguridad, incluso antes del golpe de Estado. Recordó que uno de los primeros testimonios data de 1981, cuando el suboficial Luis Martínez declaró que grupos de tareas de Seguridad Federal interrogaban a los secuestrados en el tercer piso de Azopardo 680 y luego recurrían a vuelos nocturnos que despegaban desde un sector de aeroparque custodiado por la Fuerza Aérea.

La isla El Silencio

Al promediar su declaración, Verbistsky tuvo que salir de la sala por pedido de la defensora oficial Julieta Mattone. La abogada abundó en tecnicismo y pidió “que el testigo se limite a referirse a hechos de los vuelos”. Dijo que si no encontraría “dificultades” para ejercer su función. La fiscal Mercedes Soiza Reilly recordó que no se pude limitar a un testigo en lo que sabe o conoce, y que de hacerlo se estaría “limitando a los acusadores en la búsqueda de la verdad”. El tribunal hizo lugar al pedido de la defensora, dejó continuar la declaración de Verbitsky, pero aclaró que si alguna defensa lo requiere deberá volver a la sala como testigo a responder los interrogantes que surjan tras este primer testimonio.

Cuando lo interrumpieron, Verbitsky había empezado a contar las pistas que lo llevaron a demostrar la complicidad y/o participación de la cúpula de la Iglesia Cátolica en la represión. Recordó que cuando trabajó para El Silencio, uno de los libros en los que muestra esta connivencia, Jorge Bergoglio, el actual Papa, le hizo llegar una carta. Contenía los datos del juzgado donde está el expediente de sucesión de una propiedad que la iglesia le vendió a los grupos de tareas de la Armada, para que en 1979, durante una de las visitas de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), ocultaran allí a los prisioneros de la ESMA.

Una fuente cercana a la investigación explicó a Infojus Noticias que es un dato fundamental porque demuestra el funcionamiento de una red de centros clandestinos “anexos”, vinculados a la ESMA. En su declaración, Verbitsky recordó que la propiedad aludida –la isla El Silencio, ubicada en el delta del Tigre– antes de caer en manos de los marinos estuvo en manos de monseñor Emilio Grasselli, hoy investigado en otros dos expedientes por delitos de lesa humanidad.

El testigo y el método

Cuando retomó la declaración y volvió sobre su libro El Vuelo, Verbitsky recordó cómo empezó la investigación. Se encontró por primera vez con Scilingo en la estación Pueyrredón del sutbe. En una serie de encuentros durante 1994 y 1995,  el ex marino le confesó la metodología de los vuelos de la muerte. En una de esas oportunidades Scilingo estuvo a punto de caer al mar y tuvo real dimensión de cómo estaban matando. Buscó consuelo, según le contó a Verbitsky, y se lo dieron los sacerdotes que actuaban como capellanes. Le dijeron que estaban en “guerra” y que debían “separar el trigo de la cizaña”.

Scilingo fue juzgado por esos hechos en España, porque hasta entonces en Argentina estaban vigentes las leyes de Obediencia Debida y Punto Final. Condenado hace diez años, está detenido en una cárcel española.

Este año, el periodista viajó a España y aprovechó la oportunidad para pedirle una nueva entrevista. Scilingo accedió otra vez. Esta mañana, en la audiencia, Verbitsky recordó ese encuentro. Lo describió como a un hombre acosado por la culpa: “Por el tiempo de la condena tiene derecho a salidas periódicas, una semana cada tres meses, y no las usa. Nunca hizo uso de estas salidas”, ejemplificó.

En sus investigaciones Verbitsky dio con una declaración del represor Jorge "Tigre" Acosta en el Juicio a las Juntas (1984), donde relató que un tribunal simulado, integrado por los oficiales, imitaba un juicio para seleccionar a las personas que iban a arrojar al mar. Después, durante las entrevistas para El Vuelo, Scilingo explicó el “método” de los vuelos. Hoy el periodista que lo entrevistó lo detalló en los tribunales de Comodoro PY:

“La plana mayor decidía, se comportaban como una suerte de juez”, explicó Verbitsky. Los seleccionados eran luego llevados a la enfermería, y les aplicaban una inyección de Pentotal para adormecerlos. “Pero no tanto, lo suficiente como para que pudieran caminar por sí mismos”, aclaró el periodista.

“Los subían a los camiones y salían en caravana de la ESMA hacia el Aeroparque. Cuando llegaban, ‘como zombis’, los hacían subir a los aviones. Antes, habían montado una operación mediática para hacerles creer a los secuestrados que iban a ser trasladados a una granja para su ‘reeducación’”, detalló. Y concluyó: “Ya en el vuelo, les aplicaban una segunda inyección para dejarlos inconscientes. Después, los desnudaban. Y por una portezuela los arrojaban al mar”.

Tres de los tripulantes de esos vuelos rinden cuentas ante el TOF Nº 5: son los pilotos Enrique De Saint George, Mario Arru y Alejandro D’Agostino. A ellos se suman: Gonzalo Torres de Tolosa, citado en 1997 por el juez español Baltasar Garzón, tras haber sido señalado por Scilingo como parte de la tripulación de los vuelos de la muerte; Julio Poch, que se jactó públicamente de haber tirado al mar a “terroristas de izquierda”; y Ricardo Ormello, que era mecánico aeronáutico y habría sido parte de la tripulación.

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