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Infojus Noticias

7-4-2014|17:24|Mansión Seré Nacionales
Segunda audiencia

“Solo no podía escapar. Teníamos que salir los cuatro de la pieza”

En la audiencia del juicio por Mansión Seré Guillermo Fernández contó los pormenores del escape dramático en 1978. Muchos años después llegó al cine con "Crónica de una fuga".

  • Télam
Por: Natalia Biazzini

Cuando se cortó la luz en la sala de audiencias, el sobreviviente Guillermo Fernández se quedó en silencio, a metros de sus torturadores del centro clandestino de Mansión Seré. Minutos después se levantó para señalarlos. Mientras el testigo los perforaba con sus ojos, los acusados le esquivaron la mirada en esta jornada del juicio por delitos de lesa humanidad del circuito represivo del oeste bonaerense que encabeza el Tribunal Oral Federal N°5 de San Martín. Fernández es uno de los cuatro jóvenes que se fugaron del centro clandestino de detención en 1978.

A partir de esta segunda audiencia se dio inicio a la etapa de declaraciones testimoniales. Los jueces Marcelo Gonzalo Díaz Cabral, Alfredo Ruiz Paz, María Claudia Morgese Martín y Elbio Osores Soler analizan los hechos en perjuicio de 96 víctimas. Al igual que en la primera, hoy estuvieron los ocho imputados. Se trata de los ex cabos Daniel Alfredo Scali y Marcelo Eduardo Barberis. Ambos pertenecían a la Fuerza Aérea. También los ex brigadieres Hipólito Rafael Mariani, César Miguel Comes y Miguel Ángel Ossés. Los otros tres eran policías: Néstor Rubén Oubiña, Felipe Ramón Sosa y Héctor Oscar Seisdedos.

Pasadas las once de la mañana, el exmilitar Mariani, sentado en la última fila de los acusados, de traje verde claro, se limpió los anteojos y en un cuaderno tamaño oficio tomó nota con una lapicera de tinta. Durante las cuatro horas de declaración de Fernández,  Mariani escribió cerca de tres carillas.

El testigo llegó a los tribunales acompañado de sus hijos. Para empezar, el juez Díaz Cabral le pidió que contara cronológicamente su secuestro y liberación de Mansión Seré, un casa de dos plantas con muchas habitaciones y  de estilo europeo, entre las localidades de Ituzaingó y Castelar. 

La madrugada del 21 de octubre de 1977, un grupo armado de 15 personas vestidas de civil llegaron a la casa Fernández. Vivía con sus padres sobre la calle Humberto Primo, en Morón y además de ser militante de la Unión de Estudiantes Secundarios (UES), trabajaba en una gestoría. “Me subieron a una camioneta, tipo F100. Estaba esposado y con los ojos vendados. Cuando bajé pisé pasto y pensé que me iban a fusilar”, contó el hombre que cumplió sus 20 años en el chupadero. “Me acuerdo del día de mi cumpleaños porque trajeron a un grupo de gente que fue salvajemente torturada. No volví a ver a ninguno de ellos”.

Uno de los que participó en el operativo de su secuestro fue Scali, que hoy se sentó a tres metros de distancia. Durante su relato, Fernández lo describió como una persona sádica y perversa.  “Cuando entré a la casa me dijeron que iba a conocer a la pequeña Lulú. Así le decían a la picana eléctrica. Me torturaron con picana dos veces, querían saber los nombres de mis compañeros de militancia”.

“La tortura no era solamente física. Las distintas guardias se divertían dándonos esperanzas de salir liberados. También nos hablaban de comida o se burlaban de cuestiones sexuales. Nos hicieron el catálogo de torturas que les habían enseñado”, contó y declaró que también lo obligaban a realizar tareas domésticas como limpiar y repartir comida. La sala estaba colmada de familiares querellantes y militantes de derechos humanos.

El fiscal Martín Niklison le preguntó por los represores del centro clandestino. Guillermo habló de los alias que conoció: Huguito era el jefe de la patota. Con Lucas tuvo una relación tormentosa en el centro. Tanto que cuando se fugó escribió en la pared “Gracias Lucas”, como venganza. “Con ellos se hablaba de todo menos de política”, llegó a decir. El testigo dijo que nunca supo los nombres reales de esos torturadores. Fuentes judiciales dijeron a Infojus Noticias que los apodos no coinciden con los nombres reales de los imputados en este juicio.

También habló de los compañeros de cautiverio, de Alejandro Astiz y David Brid, y contó que este último se moría de dolor cuando escuchaba que picaneaban a su papá, Jorge, también secuestrado en Mansión Seré. Los tres están desaparecidos. Después de un tiempo de estar secuestrado, a Guillermo lo pasaron a otra habitación donde conoció a sus compañeros de fuga: Claudio Tamburrini, Carlos Alberto García y Daniel Russomano. Todos veinteañeros y con militancia política.

La fuga

“Solo no me podía escapar. Teníamos que salir los cuatro de la pieza”, dijo Fernández después de relatar la conversación que mantuvo con uno de los represores. "La primera fuga que pensamos se frustró".

-Soy el juez, el que decide si te matamos o no- le dijo uno de los represores al que nunca pudo identificar.

Ese hombre también le dijo que si en diez días no daba los nombres de sus compañeros, lo iban a matar. A partir de ese momento, Fernández perpetró el plan de fuga. El rumor de la fuga llegó hasta la patota, “pero creo que lo tomaron como una broma”, dijo Fernández y agregó que por esos días estaban encadenados.

La noche que planearon escaparse, los jóvenes sabían que tenían tres horas. Habían estudiado a la guardia, los alrededores y lo que harían una vez que estuvieran afuera. El 24 de marzo de 1978 se escaparon atando frazadas y colgándolas desde una ventana. Fernández recordó que llegó al piso y se recostó sobre el pasto, que estaba alto. Junto a sus compañeros, caminaron unos metros y se escondieron en una obra en construcción, salvo Fernández, que tocó el timbre de una casa. “Salió una señora y le dije que me habían robado. Pedí llamar por teléfono y me dio ropa limpia y unos pesos. Estábamos desnudos, todos golpeados.  Caminé un poco más y llegué a la plaza de Ituzaingó, a dos cuadras de Mansión Seré".

Fernández contó que consiguió ayuda para rescatar a sus tres compañeros de cautiverio y las noches siguientes las pasó de casa en casa hasta que se exilió a Uruguay. El compañero de Guillermo, Russomano, se escondió en la casa de su hermana, cuyo marido era policía y lo delató. A las horas lo atraparon y lo llevaron a la base de El Palomar. Ahí estuvo encerrado con una sola guardia que lo maltrató. Un día le dijo: “Yo era el oficial  que estaba de guardia cuando se escaparon. Me cagaron la carrera”. Russomano le respondió que a él le “habían cagado la vida”. Al tiempo fue trasladado a una cárcel común, a disposición del Poder Ejecutivo, y salió en libertad a los cinco años.

Cuando desde la querella le preguntaron qué consecuencias había tenido en su vida el secuestro, Fernández respondió conmovido: “Durante años no pude ver a mi familia, fui obligado a irme del país. Tuve que aprender otro idioma, no pude estudiar lo que yo quería, tuve que aprender a caminar de nuevo”.

Después de la fuga, los militares decidieron evacuar Mansión Seré y la prendieron fuego. Hoy no queda nada de la casa original pero los sobrevivientes y familiares de las víctimas convirtieron el lugar en un museo de la Memoria. 

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