En la villa del barrio Bellavista, un hombre disparó para todos lados e hirió a una chica en la cadera. Mientras era operada en el hospital, unos treinta vecinos derribaron el búnker, en el que se vendía droga, a mazazos.Denuncian complicidad policial.
Los vecinos de uno de los pasillos de la villa del barrio Bellavista, en Rosario, escucharon la ráfaga de disparos y se metieron en sus casas. Afuera, en la puerta de un kiosquito de drogas, un hombre de 54 años disparaba en todas direcciones. Una adolescente que había salido a comprar pan recibió una bala le dio en la cadera y cayó al suelo. Sus hermanos escucharon los gritos y quisieron ayudarla, pero el hombre continuaba disparando. Cuando cesó la balacera cargaron a la chica en un patrullero y la llevaron al Hospital de Emergencias Clemente Álvarez (HECA), donde se encuentra internada fuera de peligro. Mientras la chica era operada, unos treinta vecinos derribaron el búnker a mazazos.
“Estaba acá y seguía tirando”, le explicaba un joven a otro en la calle, en la boca de ingreso al pasillo de no más de un metro y medio de ancho. Unos 15 metros adentro tres jóvenes trepados al tapial del búnker intentaban derribar la pared reforzada de ladrillos. Habían pasado siete horas del ataque y seguían demoliendo. “Esta es la tercera vez que lo tumban, al rato traen un camión con ladrillos y lo vuelven a levantar”, contó uno.
En el barrio los vecinos tienen miedo. “Por favor no pongan ningún nombre”, remarcaron, “si no después vienen y te queman todo o te cagan a tiros”.
El kiosco era una estructura cuadrada de dos por dos con paredes de 45 centímetros y un pequeño pasillo de un metro de largo y otro de alto, que obligaba a quien quiera ingresar a hacerlo agachado. En la pared del frente había un agujero de diez por diez por donde el hombre de 50 años entregaba la mercadería. Frente al búnker, los jóvenes se pasaban las mazas y el hacha para terminar de tumbarlo. A esta altura ya le habían sacado el techo y parte de las paredes. Unos metros más allá estaban apiladas la pequeña puerta, las cinco chapas del techo y las dos vigas que las habían sostenido.
“A veces este tipo estaba solo y a veces eran varios”, cuentan en el barrio. Esta mañana el hombre estaba solo y armado. A eso de las 8 salió al pasillo. Cuentan que estaba “empastillado, re loco” y que gatilló unas cincuenta veces. “No se que arma tenía, debe haber cargado varias veces”, dijo uno. Una de la balas le dio en el costado derecho del abdómen a una chica de 14 años que había salido a comprar pan. Desde la casa, sus hermanos escucharon los gritos y quisieron ayudarla, pero afuera seguían sonando las balas. Incluso se escuchaban las detonaciones cuando llegó un patrullero de la comisaría 13.
“Los policías miraban y no hacían nada. Al tipo lo habían sentado atrás y tuvimos que meter de prepo a la nena en el asiento de adelante”, contaron los vecinos. El patrullero partió hacia el HECA, a unas diez cuadras del lugar. Allí, la chica fue operada y quedó internada, ya fuera de peligro. Unos minutos después, el móvil regresó al lugar. Los canales de televisión registraron la escena:
-¿Por qué lo tienen acá y no lo tienen preso?- reclamó una vecina a uno de los policías. En el asiento trasero del patrullero seguía sentado el acusado.
“Lo trajeron y lo iban a soltar, pero como estaban las cámaras se lo tuvieron que llevar”, contó una mujer. Según denuncian en el barrio, la comisaría de la zona protege a este y a otros búnkers. En el lugar la policía secuestró drogas y una pistola calibre 22. Según indicaron fuentes policiales a Infojus Noticias, el hombre quedó detenido a disposición de la Fiscalía de Delitos en Flagrancia.
“Hace unos días a este kiosco lo tumbó la policía porque el dueño no había pagado”, contaron los vecinos. Según dijeron, el domingo a la noche un agente rompió a mazasos la puerta del negocio. “Al otro día estaban vendiendo de nuevo”.
“Este kiosco funciona desde hace tres o cuatro meses, el dueño es un ex policía que tiene varios búnkers en la zona, por eso la comisaría lo protege”, contó una mujer. Según explicó, un mes atrás, los vecinos lo derribaron luego de que un soldadito le cortara el cuello a un chico que había ido a comprar. “Los pibes del barrio corrieron al soldadito y después tiraron el kiosco abajo”.
“No se cómo vamos a hacer para que no lo vuelvan a levantar”, razonó un joven mientras se secaba las gotas de sudor de la frente. Juntó aire y volvió a treparse al tapial. A seguir volteando paredes. Un adolescente que se había arrimado con una carretilla empezó a cargar los escombros con una pala. “Acá tenemos que salir las mujeres -dijo una-, porque a nosotras nos respetan un poco. A los pibes si los ven haciendo esto los cagan a tiros”.