Una testigo directa de la masacre ocurrida en el pueblo puntano de Naschel le confirmó a Infojus Noticias que Walter Talquenca "se bajó del auto tirando". La mujer vive enfrente del boliche donde sucedió el tiroteo. El policía mató a dos personas hirió a otras 17. Cómo sigue la investigación. El perfil del tirador. Las hipótesis que maneja la jueza del caso.
Naschel es un pueblo del norte de San Luis, de avenida con rambla prolija. Con chalets de ladrillo a la vista y tejas españolas a dos aguas. Sobre el margen derecho hay casas coloridas y más bajas. Hoy llovió todo el día y parece que el agua no quiere parar. Como si fuera el humor de la sierra en un pueblo de luto. Así está después de la madrugada del domingo, cuando el policía Walter Talquenca hizo fuego con su Bersa 9mm, paseando la mira de un lado a otro, en el boliche “Natacha”. Mató a dos personas e hirió a otras 17. La primera de sus víctimas heridas fue Doris Yamila Gatica, una joven de otro pueblo, La Toma, que estaba sentada con su novio en la vereda de enfrente.
“Se bajó del auto tirando y ni bien bajó le pegó a una chica”, dice a Infojus Noticias una señora cuarentona, de pelo rubio, que tuvo el domingo una vista privilegiada: vive justo enfrente del boliche y su ventana está ubicada en línea recta hacia el lugar donde Talquenca empezó a disparar. La mujer tiene miedo y prefiere el anonimato. Por eso no fue de la partida de los testigos que hoy declararon ante la jueza penal de Concarán, Patricia Besso, en esta etapa de la investigación judicial. La vecina del boliche vio mucho. “Caminó a los tiros como veinte metros y entro disparando al boliche”, contó. En la puerta, según relató, se interpuso el dueño de la discoteca, Martín Estrada. Talquenca lo puso en la mira. “Ahí se interpuso el comisario Julio Marcelo Barrio (43) con las manos arriba, y le pegó el tiro”. El policía murió. También el camionero Fernando Brizuela (37).
Talquenca es inspector de la policía de Villa Mercedes. Vivía en el pueblo y cumplía funciones en un pueblo más pequeño aún, llamado San José del Morro. Aún no hay pistas firmes en el expediente, pero su novia y otro testigo relataron un encontronazo que habría tenido con otro bailarín de la pista. El roce habría sido por el lugar en el boliche: había entre 250 a 280 personas. Eso podría haber enfurecido al matador, que además tenía 1,67 gramos de alcohol en sangre, según los análisis que le realizaron. Besso notó en la indagatoria un pequeño corte en la frente del hombre, pero dijo no recordar qué había sucedido.
En las calles semidesiertas del pueblo, en videos, kioscos y despensas, las versiones se multiplican: que hubo una pelea en el boliche en la que alguien no identificado le pegó un botellazo, que algunos adolescentes se burlaron de su aspecto, y otras más descabelladas: que se lo había oído decir que tenía una conexión mística con seres extraterrestres y sólo él y su novia sobrevivirían. Si la posibilidad de un brote psicótico prospera judicialmente, el doble asesino podría quedar eximido de responsabilidad penal.
Los hombres que investigan la masacre están como en un remolino. La jueza Besso tiene “trámites de la causa y mucha tarea porque tiene otros detenidos”, dijeron sus colaboradores, y se excusó de atender a Infojus Noticias. El defensor oficial de Talquenca, José Luis Guiñazú, estuvo toda la mañana en otro juicio oral. El comisario inspector Oscar Contrera, subjefe de la Unidad Regional 3 de Concarán, destinado a la pesquisa, pasó toda la mañana en el juzgado.
Una fuente judicial confirmó a Infojus Noticias, de todos modos, que las pericias psicológicas se harán “lo antes posible” y serán –por cómo se perfila el caso- la prueba clave para determinar si la versión que dio Talquenca es verosímil. Esto es: un bache profundo en la memoria desde el segundo whiskola de la noche hasta que sus camaradas lo trasladaban herido y esposado dentro de una camioneta de la policía. “No sé cuál habrá sido la impresión del fiscal y la jueza. Mi impresión personal es que decía la verdad”, opinó el defensor Guiñazú cuando la prensa le preguntó si podía ser una coartada.
La noche de furia
Nada hacía prever que aquella salida en familia del viernes a la noche, como tantas otras, iba a terminar en esa carnicería. Talquenca, su pareja Laura Pereyra y sus dos hijos -un varón y una nena- salieron a comer una picada en el club del pueblo. Después, como él estaba de franco, dejaron a los hijos en la casa y entraron al pub “Aura” sobre la avenida San Martín. Estuvieron un rato, no más de dos horas. Tomaron algo, y luego cruzaron a “Natacha”, la disco que está a media cuadra, en la vereda de enfrente. Dos testigos hablan de una gresca con un hombre, hasta de un botellazo. Y de una discusión con su novia. Ella decidió volver a casa sola. Talquenca fue al auto, buscó la reglamentaria y empezó a los tiros.
Pero no terminó ahí. El policía llegó en el auto después de dejar el tendal de heridos en el boliche. El inspector Ysaac Cañete, el oficial Santiago Olguín y el alférez Gabriel Isaguirre llegaron en un patrullero persiguiéndolo. Talquenca abrió fuego contra la comisaría: tres balazos en la puerta –uno destrozó un vidrio-. De adentro de la seccional, un policía le acertó al pie. Cañete aprovechó para tirársele encima y quitarle la 9 milímetros. Talquenca le dijo: “Me pegaste un tiro. No te olvides que vos tenés familia”. El resto se le echó encima. Los cuatro policías que intervinieron están de franco desde entonces.
Cerca de las cinco y media de la mañana, se contaron los diecisiete heridos. Se desplegó un operativo de emergencia. Alejandro Merlo, el médico de guardia del hospital, recuerda cómo el lugar parecía un lugar de campaña: alguno heridos llegaban en brazos de familiares, otros en autos particulares, en patrulleros. Habías sirenas, corridas, gritos. El aire se llenó de angustia. Un centenar de vecinos se juntaron en la puerta. “Había sólo dos enfermeras, el chofer de la ambulancia y un médico. Pero unos treinta empleados se sumaron por las suyas. Personal de cocina, que tiene estudios de enfermería, ayudaba a contener a las familias. Hasta los dos médicos particulares del pueblo ayudaron”, dice Merlo, con orgullo.
Perfil de un tirador
Naschel parece no salir de su asombro. “Nadie lo puede creer. El “Mula” era un tipo alto, pulcro, siempre bien afeitado y vestido con jeans, campera de cuero y anteojos negros. Siempre”, dice una señora de unos 60 años que atiende el almacén de la terminal de colectivos. No hacen falta las preguntas. La mujer habla sin parar, como si necesitara exhumar los resabios de un trauma. “Acá, como es un pueblo, las parejas no suelen andar de la mano, pero él y la chica sí, eran muy dulces, iban y venían de la mano, abrazados, daba mucha ternura verlos juntos”. A veces, la mujer iba a jugar a los tragamonedas del casino. Él cumplía adicionales los días feriados.
-¿Cómo andan ellas?- le preguntaba la mujer, refiriéndose a las máquinas.
-Muy bien, señora- le respondía siempre Talquenca.
Hace cinco años que Talquenca vive con su novia Laura Pereyra en una casita humilde que está frente al domicilio de sus suegros. Tiene dos hijos con Pereyra y tres hijos con su primera mujer, que viven en Mendoza. Cuando no cumple servicio en el destacamento de San José del Morro, hace adicionales en el casino. “Nunca tuvo problemas con nadie”, se escucha en el pueblo.
Cuatro mañanas después de la masacre, el pueblo parece volver lentamente al pulso cansino. Nadie se explica por qué llegó enardecido vaciando –al menos- dos cargadores de Bersa Pro 9 milímetros a todo aquél que se interponía en su camino.
“Yo veo los primeros síntomas postraumáticos de lo que pasó el sábado en algunos rostros”, dice el médico Merlo. “Miedo. Miedo de tenerlo atrás, aunque sea una metáfora”, agrega. Un triste honor al nombre del pueblo en lengua indígena: “Senderos y gritos que asustan en la oscuridad”.