Rosa Bru y su familia y amigos de Miguel Bru participaron anoche de la tradicional vigilia frente a la comisaría 9 de La Plata, por los 20 años de la desaparición de Miguel. Fue un estudiante de periodismo torturado y asesinado por la policía bonaerense. "Voy a estar acá cada 17 de agosto, hasta que Dios me diga basta”, dijo Rosa.
Son las siete y cuarto. En la esquina de 5 y 59, en La Plata, de un barril comienza a salir humo: el fuego para los choripanes está marchando. No hay ningún recital, no juega ningún equipo de fútbol. Se cumplen veinte años de la desaparición de Miguel Bru. Néstor, su papá, es el asador. Amigos, familiares, compañeros, incluso personas que nunca conocieron a Miguel se reúnen en la puerta de la comisaría novena, el lugar en donde lo vieron con vida por última vez en 1993.
Rosa Bru está atenta a todos los detalles. Ayuda a conectar los cables para la radio abierta, prende velas, acomoda dos ramos de flores bajo la placa que recuerda a su hijo. Esa placa duele. Es el único lugar en donde puede llorarlo. “Los días previos son terribles, de mucha angustia, muchos nervios. Cuando llega el día y estamos en plenos preparativos para esto me vuelve la energía, y la impotencia y la bronca de lo que ha pasado. De no comprender por qué nunca dijeron dónde está Miguel. Por qué lo desaparecieron. Llego a este lugar y se me encoje el alma, porque el corazón es poco”, dice a Infojus Noticias. Toma aire, aguanta el llanto, y sigue: “Seguramente a Miguel no le gustaría que esté acá. No le gustaría tener su nombre en este lugar. Quiero que él tenga su lugar, como lo tiene su asesino, que está en el cementerio. Mi anhelo es encontrarlo. Voy a estar acá cada 17 de agosto, hasta que Dios me diga basta”.
Un retrato inunda las paredes de la comisaría, los árboles, las columnas, la calle. Es la cara de Miguel Bru, formada por pequeñas fotos. No es una imagen cualquiera. Es una imagen que representa lo que significaron estos veinte años de lucha para sus compañeros: “Miguel sigue desaparecido pero está presente en cada trabajo que hacemos en su nombre. Algunas fotos fueron tomadas por pibes de la Isla Maciel que participaron de talleres de la asociación. Algunos retratos son de otros pibes víctimas del gatillo fácil. Miguel es todo este trabajo y también todo el trabajo que la gente hace en su nombre”, rescata Laura Sottile, integrante de la Asociación Miguel Bru.
Joaquín tiene 17 años. Se acerca al micrófono de la radio abierta y saca una armónica. Va a tocar un tema que saben todos. Comienza y mucha gente se suma y lo acompaña. “Yo sabía que a Miguel lo mató la policía”, se arriesga y lo engancha con el himno. Joaquín es el sobrino de Miguel. Dice que todo lo que conoce de su tío lo sabe a través de los ojos de su abuela. “Por como lo describen me doy cuenta de que era de mi familia. Es raro y fuerte a la vez, me hubiese encantado conocerlo”.
Miguel tenía 23 años cuando la policía lo secuestró, torturó y asesinó. Estudiaba periodismo y tocaba en una banda punk. Vivía con unos amigos en una casa tomada en la calle 69, cerca del hospital San Martín. Gastón Harispe era uno de esos compañeros. Hoy recuerda: “En esa época era difícil instalar la idea de que Miguel había sido matado por la policía. Los medios instalaban la idea de Miguel como un pibe que era culpable y no víctima de la violencia institucional. Tuvimos que aprender a funcionar con las pintadas, organizando las movilizaciones. Me acuerdo de que había que entrar en las clases y plantear que había un compañero que no estaba. Es una historia de dolor, pero también de esperanza, de que sigue habiendo fuegos encendidos contra la violencia institucional”.
En esta línea, Florencia Saintout, decana de la facultad de Periodismo y Comunicación Social, destacó: “Son muchísimos años de amor de Rosa, de sus compañeros, de todos aquellos que sostenidos por la búsqueda de la verdad, de la justicia, pero fundamentalmente por el amor que tenían por Miguel Bru, pudieron enfrentar todas las adversidades. Son 20 años que recuerdan todo lo que falta. Que recuerdan que todavía sigue habiendo pibes pobres en la Argentina que mueren en comisarías, que son torturados. Que hay que pelear por tener una justicia popular, de todos y todas, de la igualdad, de la soberanía”.
En La Plata ya es de noche. Los tubos fluorescentes de la comisaría, las velas con la cara de Miguel y algunos focos de la calle alumbran la vigilia. Hay baile, charla, reencuentros, emoción. A Rosa, el estandarte de estos veinte años de lucha, también la acompañan otras madres. Madres que al igual que ella perdieron a sus hijos en manos de la “maldita policía” bonaerense. “La acompaño a Rosa porque tenemos el mismo dolor. Yo por lo menos le puedo llevar una flor a mi hijo. Pero ella no sabe dónde está. Y eso es muy doloroso y muy triste. No lo tiene. Ojalá que un día encuentren a Miguel”, dice Porota, la mamá de Daniel Migone, asesinado en 2005 también en la comisaría novena.
En la puerta de la comisaría, Diana, una de las hermanas de Miguel, se encarga de volver a encender las velas, que con las horas y el frío se fueron apagando. No importa si la gente comienza a irse. Tienen una misión, una responsabilidad. Y tienen el dolor y una ausencia que los visita. Una ausencia que los acompaña. También una pregunta, la misma desde hace veinte años. Que se repite, incansablemente, una y otra vez. Que está en las fotos, en las banderas, en los graffitis.
En la esquina se siente el sonido de unas maderas quebrándose. Ya es de madrugada y el frío se hace sentir. Alguien está avivando el fuego adentro del barril. Rosa se acerca y los asistentes la acompañan, la observan. Comienza a tirar al fuego las fotos de los policías que asesinaron a su hijo. Dice algo muy bajito. Apoyado en un Peugeot rojo Néstor la mira a unos metros. Su mirada oscila entre Rosa, su mujer, y el suelo. Termina el ritual. Aplausos. Y otra vez el “yo sabía que a Miguel lo mató la policía”.
A unos metros, un pibe juega con dos camioncitos sobre el asfalto de la calle 5. Corre de un lado al otro. Seguramente no sepa leer, pero juega sobre una inscripción en el asfalto: ¿Dónde está Miguel?