Una de las patotas de la Triple A mató a balazos a Carlos Mugica el 11 de mayo de 1974. “Carlos se fue deslizando hasta que quedó sentado”, repite Ricardo Capelli, el testigo del crimen que identificó como tirador al subcomisario Rodolfo Eduardo Almirón Sena. Sólo pasó unas semanas en la cárcel. La causa no avanzó nunca.
Sintió una trompada en el pecho pero fue una bala. Lo tiró al piso. Las otras tres no las recuerda. Tal vez las recibió mientras estaba parado o cayendo sobre la vereda. Desde ahí, con el pulmón llenándosele de sangre y la respiración que se le empezaba a trabar, vio como el subcomisario Rodolfo Eduardo Almirón Sena disparaba contra el cura Carlos Mugica, que intentaba sostenerse con la espalda apoyada en la pared. Almirón Sena, experto en el uso de pistola-ametralladora, tiraba con un arma oculta en su piloto. “Carlos se fue deslizando hasta que quedó sentado”, repite Ricardo Capelli cada vez que regresa a esa noche de llovizna, del 11 de mayo de 1974. Ese es el único recuerdo que tiene del momento exacto en que mataron a su amigo. No vio a los otros miembros de la banda, ni siquiera al que le tiró a él, a la salida de la Parroquia San Francisco Solano, en Mataderos.
Se cumplen hoy 40 años del crimen. La dictadura, primero, y la falta de decisión política que posibilitó un movimiento judicial pantanoso, después, permitieron que el único acusado del crimen de Mugica pasara apenas unas semanas en una cárcel. Con los otros dos integrantes del grupo operativo, que cometió varios crímenes más, ocurrió lo mismo. La causa judicial hoy está en una vía muerta.
“La cara de Almirón no me la olvido más. Tampoco la de Jorge Conti, otro de la Triple A. Los veía porque estábamos con Carlos con el tema de las villas”, dijo Capelli, que evitó hablar del tema durante muchos años para tener la posibilidad de sobrevivir. Ese silencio obligado posibilitó las especulaciones con las que habían fantaseado los ejecutores, que decidieron no “firmar” el crimen para volcar las sospechas sobre Montoneros. “La Triple A aprovechó perfectamente la situación generada el primero de mayo –cuando los militantes de Montonero se fueron de la Plaza de Mayo y sellaron su enfrentamiento con Juan Perón- y lo mató el 11 para dejar a Montoneros como los responsables”, agregó a Infojus Noticias.
Pero los servicios de inteligencia venían haciendo un seguimiento detallado de Mugica, como lo señaló María Sucarrat en El inocente. Vida, pasión y muerte del padre Mugica. Ese religioso que había formado espiritualmente a quienes luego forjarían los primeros grupos de Montoneros, que se había sumado al Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo y pregonaba la necesidad de que el pueblo sea “protagonista de una alternativa liberadora” les resultaba un personaje peligroso. Había nacido en Barrio Norte y había vivado el golpe de Estado de 1955, pero su trabajo en los conventillos de La Boca, primero, y en la Villa 31, después, lo acercaron al peronismo.
La lupa de la Triple A estaba puesta desde antes de que el sacerdote abandonara su lugar como asesor ad honorem de la Comisión de Vivienda del Ministerio de Bienestar Social. El objetivo original era planificar la construcción de 500.000 viviendas populares, pero para agosto de 1973 había cambiado la política impulsada en el área: la radicación se convirtió en erradicación de villas. Ese cambio no lo convirtió en un crítico del gobierno de Perón pero lo dejó en un lugar incómodo, lejos del ministerio que conducía José López Rega y también de Montoneros y otros sectores de la izquierda peronista.
La banda que mató a Mugica incluía a Almirón Sena y, tal como era la política de la Triple A hasta ese momento, los crímenes no se “firmaban” masivamente. Era una operación de propaganda muy selectiva. Ese comportamiento cambió poco después con el asesinato del diputado Rodolfo Ortega Peña, muerto el 31 de julio de ese mismo año, un mes después de la muerte de Perón. Ese fue el primer crimen contra una figura pública que la Triple A se adjudicó. También ametrallado en plena calle.
El grupo operativo que integraba Almirón Sena se completaba con el comisario Juan Ramón Morales, apodado “Gaucho” y buen tirador con arma corta. Ambos habían sido designados en la custodia del ministro de Bienestar Social. Almirón era un oficial exonerado de la Policía Federal por la comisión de varios delitos comunes, que luego fue reincorporado y ascendido para la misma época en que López Rega pasó de cabo retirado a comisario general.
Almirón Sena cuidó las espaldas de López Rega muchos años; incluso lo acompañó en su exilio español y fue allí que logró conchabo como custodio del presidente de la Xunta de Galicia, Manuel Fraga Iribarne. En diciembre de 2006, el juez federal Norberto Oyarbide inició los trámites para extraditar desde España al ex custodio de López Rega, descubierto por periodistas en Valencia. En enero de 2007, el magistrado ordenó la detención de Morales.
Ambos están acusados de haber participado en los asesinatos de Ortega Peña, Mugica, Alfredo Curutchet, Julio Troxler (ex subjefe de la policía bonaerense durante el gobierno de Bidegain), Silvio Frondizi, José Luis Mendiburu, Carlos Laham y Pedro Leopoldo Barraza.
Finalmente, Almirón Sena fue extraditado a la Argentina en marzo de 2008 pero murió un año más tarde, el 11 de junio de 2009, en el hospital Ramos Mejía, donde estaba internado. Había pasado menos de un año en el penal de Marcos Paz: el juez Oyarbide lo había declarado incapaz para enfrentar un juicio y ordenó la suspensión del proceso. Tenía 73 años.
También el paso del tiempo favoreció a Morales, que murió en 2007, a los 88 años; y al ex policía Miguel Angel Rovira, que completaba el trio operativo y que terminó su vida impune. Murió en agosto de 2010, a los 75 años, en su casa de San Cristóbal. Nueve años antes lo habían descubierto los integrantes de la agrupación HIJOS, que le hicieron un escrache en la puerta de su casa al entonces jefe de seguridad de Metrovías, la concesionaria del servicio de subterráneos de Buenos Aires.