Una mujer que lo denuncia por abuso lo encontró en una jornada sobre la equidad de género y nuevas masculinidades. Más tarde descubrió que tenía otras víctimas. Ayer lo condenaron por golpear a su expareja.
Mariana Villani volvió a quién denuncia como su abusador un cuarto de siglo después y en el lugar menos esperado. Había regresado a Puerto Madryn unos meses atrás, después de una larga temporada en Europa que la había llevado por Barcelona, Zaragoza, Amsterdam y hasta un pueblito irlandés estudiando el método dramático del Teatro del Oprimido. Y cuando su organización, La Casa de la Mujer, decidió asistir a las jornadas latinoamericanas de equidad de género y nuevas masculinidades, no podía imaginar que iba a verlo. A esas jornadas asistían grupos de víctimas y de victimarios tutelados psicológicamente por el municipio. Francisco Quevedo, lo sabía muy bien, pertenecía al segundo grupo: había sido la pareja de su madre. “Abusó de mi muchas veces cuando tenía doce años. No recuerdo durante cuánto tiempo, porque eso se te borra”, contó telefónicamente a Infojus Noticias.
Verlo ahí, hablando con uno de los coordinadores de la actividad, la arrancó de ese lugar y ese tiempo y la transportó de un golpe al más oscuro de sus pasados. “Yo sentía miedo y culpa: era la pareja de mi mamá”, contó Mariana. Una noche, por fin se animó a contarle a la madre sus tormentos, y después se quedó dormida. A la mañana siguiente quedaban una mesa de mimbre y una silla rotas, y ninguna noticia de Quevedo. Su madre lo echó para siempre.
El día que lo volvió a encontrar, en un encuentro donde se hablaba de abuso infantil, a Mariana se le aflojaron las piernas. Ella y sus compañeras lo llamaron a solas y le pidieron que se fuera. “Al principio negó conocerme. Me decía que era mentira, que estaba loca. Pero al final me dijo: además, vos ya eras grande”.
Los organizadores no quisieron echarlo porque, le dijeron a Mariana, podían acusarlos por discriminación. Adentro, un fiscal de apellido Báez exponía sobre el abuso infantil. Cuando terminó, Mariana pidió la palabra. Sus compañeras se pusieron de pie.
- Yo le quería preguntar qué pasa cuando uno se encuentra con su abusador, muchos años después, y uno no lo denunció en su momento porque no tuvo el acompañamiento necesario, y se lo cruza. Eso me está pasando: el que abusó de mí está en este auditorio ahora- dijo.
El experto sobre abuso le respondió con pragmatismo. La comprendida, dijo, pero no era el lugar, ni el momento, y le ofrecía una audiencia privada. “Y entonces pasó algo inesperado: las 200 personas que habían llegado desde toda la provincia, se pararon y me empezaron a aplaudir”.
Quevedo, abucheado por todo el auditorio, se tuvo que ir.
Un tiempo después, al regreso de una gira laboral de tres meses por el viejo continente, Mariana leyó en el diario los pormenores del suplicio de Gisella Godoy, expareja de Francisco Quevedo y supo, tantos años más tarde, que el suyo era un padecimiento compartido. El tipo con nombre de poeta español iba a ser juzgado por otros hechos. Mariana y su organización decidieron acompañarla en el juicio. Ayer se cerró el círculo de aquella epifanía: por la tarde les avisaron que Quevedo fue condenado a un año y medio por lesiones leves y amenazas. Seguramente irá preso: la pena se suma a otros tres años en suspenso a los que fue condenado en junio, por golpear ferozmente al marido actual de Gisella.
-Perfil violento
El juicio que terminó el viernes es el corolario de un vía crucis que comenzó para Gisella Godoy hace más de una década, cuando era adolescente y entabló un vínculo con Francisco Quevedo, un empleado portuario veinte años mayor. En una entrevista en la que relató su martirio, la mujer dijo que aunque había agresiones verbales, tuvieron una buena relación hasta que quedó embarazada y, contra la voluntad de Quevedo, decidió tener a su hija. Pronto comenzaron los golpes, las agresiones físicas, incluso durante la gestación. La violencia se volvió una rutina de la que Gisella pudo escapar el día que le puso la mano encima a su hija, que tenía dos años. Se separó de Quevedo y radicó una denuncia judicial. Ese fue el comienzo del asedio.
Quevedo nunca la dejó en paz. Una de las veces que fue a buscar a la hija, según el relato de la mujer, la violó: de allí nació el segundo hijo. “Él trató de matarme más de una vez. La primera fue a golpes y después quiso apuñalarme, pero gracias a Dios logré escaparme”, denunció en la entrevista periodística. Quevedo carga con más de veinte denuncias penales por violencia de género que avanzan, fragmentadas y a fuego muy lento, en distintas fiscalías de la provincia de Chubut.
Sólo dos de esas denuncias llegaron a juicio oral. En la primera, Quevedo fue condenado a tres años de prisión en suspenso por pegarle tres veces con una barreta de 76 centímetros a Cristian Martínez, la actual pareja de Gisella. Los golpes, de aquél 5 de marzo de 2012, le atravesaron el hueso craneal y lesionaron una arteria vital de su cerebro. Martínez quedó con un 40% de discapacidad, y raptos de ausencia: no pudo volver a trabajar pero no puede cobrar pensión porque el porcentaje de discapacidad no es suficiente. La fiscal María Angélica Carcano pidió la pena máxima por “tentativa de homicidio”, seis años de prisión. El abogado Javier Reuters –defensor, también, de los marinos condenados por espionaje en la Base Militar de Rawson-, pidió la absolución por tratarse de un caso de “legítima defensa”. El juez Gustavo Castro lo condenó por “lesiones graves”. Ningún testigo, argumentó, pudo asegurar que Quevedo había pronunciado la frase “te voy a matar”. La sentencia quedó en suspenso.
Dos meses antes de la agresión a Martínez, Quevedo fue a ver a sus hijos y terminó golpeando a Gisella delante de ellos, y arrastrándola de los pelos, de rodillas por el patio de su casa. El juicio por ese hecho duró dos jornadas. En la primera, Gisella Godoy pudo relatar no sólo este episodio, sino el resto de las vejaciones a las que la sometió el hombre todos estos años. El relato fue reforzado por el testimonio de su actual suegra, que vive en una casa delantera y vio todo lo que pasó. Y por un mecánico de enfrente, que también fue testigo y quien esa tarde de enero de 2012 llamó a la policía. Mientras la arrastraba, Quevedo le advertía que haría con sus hijos lo que quisiera. Esta vez, todos los testigos coincidieron en algo. Que Quevedo gritaba: te voy a matar, hija de puta.