Galeano fue un gran difusor de la teoría de la dependencia y fue en ese papel que saltó a la fama internacional. "Las venas abiertas de América Latina" sigue siendo un bestseller que parece no decaer en popularidad. El texto tuvo la capacidad de cambiarle la vida o la forma de ver el mundo a una cantidad importante de seres humanos de distintas generaciones y regiones. Qué lugar ocupa este autor en el canon: los festejos y las críticas.
Para los que ya peinamos unas cuantas canas, el nombre de Eduardo Galeano genera una serie muy variada de reacciones. Para algunos (muchos más de los que parece), es todavía el gran intelectual de la izquierda latinoamericana, en tanto que para otros (una minoría con títulos universitarios de posgrado y/o con experiencia en la investigación académica), se trata de un intelectual público que muchas veces habla por hablar y otras repite clisés cuya mayor virtud es la de interpelar a las masas bienintencionadas. Estoy seguro que, como casi siempre, estas visiones extremas dejan fuera mucho más de lo que incluyen y que, como todo ser humano, Galeano no puede ser explicado con breves definiciones—del mismo modo que, como bien explica el narrador de Citizen Kane, una persona no puede ser definida por una sola palabra, por importante que ella sea.
Ante todo cabe decir que Galeano fue un gran difusor de la teoría de la dependencia y fue en ese papel que saltó a la fama internacional. Las venas abiertas de América Latina sigue siendo un best seller que parece no decaer en popularidad: desde el Subcomandante Marcos a Zach de la Rocha, pasando por el finado Hugo Chávez, han manifestado su admiración por ese texto. La influencia del mismo es innegable, no solo numérica, sino también cualitativamente: se trata de un texto que, si le hemos de creer a todos los que lo afirman (en los últimos minutos me lo han comunicado tres personas), tuvo la capacidad de cambiarle la vida o la forma de ver el mundo a una cantidad importante de seres humanos de distintas generaciones y de múltiples lugares geográficos. Además, la teoría de la dependencia, que es el conjunto sistemático de ideas que subyace a ese best seller, nunca habría tenido tanta llegada ni tantos adherentes si no hubiera existido esta obra de Galeano—las obras de Gunder Frank, Cardoso, Faletto y tantos otros son, comparadas con Las venas abiertas, un verdadero plomazo, como corresponde a obras de contenido e intención académicos.
Si Galeano hubiera escrito solo ese libro ya habría habido un lugarcito para él en el canon latinoamericano—es decir, en la lista de libros fundamentales que uno debe leer para ser un buen ciudadano en una cultura determinada. Sin embargo, hay otros libros suyos que merecen atención. En estas líneas voy a limitarme a destacar otra gran obra de difusión, acaso más “seria” y elaborada que Las venas abiertas, que se aboca a la difusión y comentario de una serie impresionante de textos coloniales, tanto canónicos como olvidados: Memoria del fuego—que se trata, según creo, de la obra más erudita sobre la época colonial escrita por un no-especialista. En ella se encuentran los textos que mejor pintan el terrible desencuentro entre sociedades y culturas, entre cosmovisiones y sistemas económicos, que tuvo lugar a partir de 1492. Con buena y entretenida prosa, a pesar de las frecuentes caídas en cierto facilismo que caracterizó buena parte de su obra, Galeano nos ofrece en esa serie de libros un amplio, intenso y conmovedor retrato de esa época que marcó el destino del continente sudamericano hasta el día de hoy.
Los desposeídos
No voy a hablar del resto de su vasta obra, pero sí a afirmar que su papel como intelectual público fue, más allá de las discrepancias o acuerdos que uno pueda tener con sus dichos (en mi caso, lo más común fue el desacuerdo), sencillamente irreprochable. En una época en que esa figura está en vías de desaparición, su compromiso con lo que él consideraba su función es admirable: siempre estaba listo a dar opinión y esa opinión siempre favorecía a los más desposeídos. Tampoco le tuvo miedo a criticar a gobiernos de izquierda o de centro izquierda si le parecía que no estaban haciendo las cosas bien. Es decir, su papel de intelectual público de izquierda no le impedía opinar libremente sobre temas espinosos en los que la izquierda no se comportaba con la coherencia que él reclamaba.
Por supuesto que ese continúo salir a la palestra a airear sus opiniones tuvo su costo: muchas veces sus palabras sonaban a clisé o a una versión politizada de Paulo Coelho. Esto, como es de esperar, causó irritación entre aquellos intelectuales que creen (creemos) que a la gente hay que hablarle de manera menos facilonga, pero la llegada (con éxito) de su mensaje a vastos sectores de la población es innegable. Y si bien a algunos no nos gustaba su estilo acaso demasiado populista (en el peor sentido de la palabra) y tampoco nos convencían muchas de sus opiniones (se había acostumbrado a opinar sobre todos los temas que le preguntaran los periodistas), lo cierto es que en este mundo derechizado, donde el capitalismo impera de manera soberbia, impune y sin que se le oponga casi resistencia, su opinión (siempre posicionada desde una mirada subalternista y anticapitalista), su compromiso y su coherencia ideológica, se van a extrañar. Que en paz descanse.
*Investigador y ensayista uruguayo. Es Profesor Asociado de Literatura Latinoamericana y Estudios Indígenas de la Universidad de Michigan.
GV/AF