“Vetar esta obra es a la vez señalar los límites de un territorio, marcar hasta dónde se puede y hasta dónde no ampliar la diversidad de estrategias editoriales, de estéticas y de procedimientos. Por esto es que la defensa colectiva y la insistencia en el desprocesamiento de Pablo Katchadjian son una forma de defensa de la libertad creativa, de los medios editoriales independientes y de la diversidad estética y crítica que toda cultura saludable requiere”, dice la carta de apoyo al autor de El Aleph engordado.
¿Qué significa heredar? ¿Qué lugar ocupan las viudas de la literatura? ¿Qué significa leer al autor de Ficciones? “Borges: ¿Qué hacer?” Un capítulo más en esta historia. Ayer en la explanada de la Biblioteca Nacional, con frío, a la noche, decenas de personas emponchadas se reunieron para manifestar su apoyo al escritor Pablo Katchadjian y pedir que se dé un paso atrás con el procesamiento que dictó la Justicia (luego de dos fallos que lo sobreseyeran) por lo que se acusa como una violación a la propiedad intelectual: haber intervenido el cuento El Aleph, de Jorge Luis Borges, y escribir así un nuevo libro, El Aleph engordado, agregándole palabras al texto original, como lo indica la postdata agregada al final del libro. La del 3 de julio fue una noche literaria en Recoleta, que terminó con una mesa de debate intensa, que tuvo sus momentos de humor y de rotunda solvencia intelectual de la mano del escritor César Aira, el crítico literario Jorge Panesi y la socióloga e investigadora María Pía López. Coordinados por Damián Ríos, alma mater de toda esta movida, y acompañados por Katchadjian.
“Vetar esta obra es a la vez señalar los límites de un territorio, marcar hasta dónde se puede y hasta dónde no ampliar la diversidad de estrategias editoriales, de estéticas y de procedimientos. Por esto es que la defensa colectiva y la insistencia en el desprocesamiento de Pablo Katchadjian son una forma de defensa de la libertad creativa, de los medios editoriales independientes y de la diversidad estética y crítica que toda cultura saludable requiere”, dice la carta de apoyo al autor de El Aleph engordado que se leyó al comienzo junto algunas de las más de tres mil adhesiones. Hubo más. Carlos Gamerro, en representación del PEN Internacional (la asociación mundial de escritores), explicó que la institución hizo un llamado a la acción mundial para protestar por el juicio penal que consideran “una reacción desmedida para un experimento literario” y que “ofende los estándares más básicos de la libertad de expresión”. A un costado, Ricardo Strafacce, abogado de Katchadjian, observaba en silencio.
Katchadjian cerró la primera parte del encuentro en las puertas de la Biblioteca. Agradeció y habló sobre la soledad de todo escritor. “Ahora la tensión está distribuida acá y eso la alivia un poco”, dijo y cerró con una observación: “Ayer vi que el primer objetivo de la Fundación Borges según la página oficial es propiciar la correcta interpretación de la obra de Borges. Creo que los que estamos acá no creemos que haya ninguna correcta interpretación de ninguna obra”. Adentro, un rato después, el auditorio del Museo del Libro y de la Lengua quedó colmado. El debate “Borges: ¿Qué hacer?” transcurrió entre las participaciones de Aira, Panesi, López y Katchadjian.
“Estoy un poco cansado de esta fantochada y espero que termine pronto. Las conversaciones que hemos tenido estos días con Ricardo Strafacce, con Pablo, me han convencido de que todo esto pertenece al rubro de lo cómico”, fueron sus primeras palabras. El escritor César Aira suele ser esquivo para dar entrevistas a medios nacionales, sin embargo anoche dijo presente. Reflexionó sobre este proceso y sus muecas y pensó en la diferencia entre la tragedia y la comedia para concluir: “En la tragedia, todos son poemas, salvo que se enfrentan, porque pertenecen a regímenes jurídicos distintos. Es el choque de las civilizaciones. Como todos son buenos, no puede haber final feliz. La comedia, en cambio, es intracivilización. Sucede en un solo régimen jurídico entonces, si se enfrentan, es porque hay malos y buenos, y ganan los buenos, como esperamos que pase esta vez, y que pase pronto”. También, habló, claro, de la literatura de Borges y de la necesidad de experimentar: “No hay clásico que no haya sido antes un experimento”, dijo.
“Con la literatura, María Kodama tiene una tarea específica: litigar”, dijo, afilado, Jorge Panesi cuando le llegó su turno. Se refirió a ella como “la viuda litigante” y señaló: “Me parece que la litigante no tiene en cuenta ciertos gestos escriturarios, como por ejemplo el de Katchadjian, que consiste en admirar aquello que se lee, aquello que trasluce, pero que es evidente, aunque evidentemente la misma Kodama no puede comprender ¿Si al viejo Borges le encantaba estar en el panteón de la pléyade, por qué negárselo después de muerto? Es un gesto doblemente cruel. El odio a la crítica literaria borgeana es el odio a la lectura de Borges, en la medida que el lector Borges siempre ponía a la lectura por arriba de cualquier otro valor, y es, evidentemente, un odio secreto por la obra misma de Borges que está destinada a cuidar, como aquel que cuida tanto una cosa que impide justamente el goce de la misma”.
María Pía López retomó la idea de los herederos y su influencia en el destino editorial que corren las obras al morir sus autores. Mencionó el caso de la hija del escritor Roberto Arlt, que mientras tuvo decisión sobre los derechos del autor de El juguete rabioso, sólo permitió publicar versiones de Los siete Locos y Los Lanzallamas que estuvieran corregidas por ella, que se había dedicado a “corregir” las palabras que consideraba feas. “¿Qué significa heredar?”, se preguntó López y dijo que es ése el problema general detrás de la discusión Kodama- Katchadjian. “¿Puede ser que una ley defina no sólo la herencia material de derechos de una obra sino también que dé potestad a quien es nombrado heredero para decidir sobre esa obra? –siguió-. Están afectando la relación entre la obra y las tramas culturales; algo que es del orden de lo común”.
Katchadjian no quiso agregar demasiado. Escuchó, retomó la idea de lo sagrado y lo profano a la hora de abordar obras del tamaño de la de Borges, y agradeció. Agradeció a todos. Así cerró esa noche de literatura nacional, con un debate que quitó el polvo de ciertas discusiones que parecían adormiladas. La otra historia, la judicial, todavía tiene puntos suspensivos que se hilan en la espera de una nueva audiencia en la Cámara de Apelaciones.
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