Estuvo de visita en Buenos Aires para participar del Congreso Jurisdicción Universal organizado por la Fundación Internacional Baltasar Garzón. Fue amigo de Salvador Allende y hoy es una eminencia mundial en Derechos y Ciencias Políticas. En los ’90 fue el impulsor del proceso judicial contra Pinochet en Inglaterra. “Es la mayor satisfacción que tengo: haber ayudado al pueblo chileno a que sus tribunales se abrieran para las víctimas”, dijo
“Sin dudas, ésa es la mayor satisfacción que yo personalmente tengo: haber ayudado al pueblo chileno a que sus tribunales se abrieran para las víctimas”, dijo en su corta estadía por el país el licenciado en Derecho, doctor en Ciencias Políticas, jurista y profesor de relaciones internacionales español, Joan Garcés. Es una definición categórica para un hombre que ha dedicado más de medio siglo de vida al estudio y al ejercicio del Derecho y ha recibido el Premio Nobel Alternativo y la orden de Caballero de la Orden Nacional del Mérito. Y es una definición importante, sobre todo, por una fecha peculiar: hoy se cumplan 42 años del golpe de Estado en Chile, dirigido por el general Augusto Pinochet y sustentado por el dinero, las armas y los servicios secretos de la administración de Richard Nixon y su secretario de Estado, Henry Kissinger.
Garcés, nacido en 1944 en un barrio de Valencia, es desembarcó en la Argentina para participar en el Congreso Jurisdicción Universal en el Siglo XXI, organizado por la Fundación Internacional Baltasar Garzón en el teatro Cervantes. La Jurisdicción Universal es un principio jurídico que permite a los Estados del Mundo juzgar crímenes de guerra, lesa humanidad o genocidio sino tienen justicia en los países que fueron cometidos. El valenciano intervino en uno de los paneles con un relato preponderante: contó cómo veintisiete años después del ataque sobre la Casa de la Moneda, aplicando ese principio de Jurisdicción Universal, lideró la querella que llevó al dictador chileno tras las rejas. Había logrado revertir una herida personal e histórica.
—Cuando uno va caminando por la vida, se encuentra con situaciones que no necesariamente ha estado buscando— señaló después del panel, en un diálogo con Infojus Noticias y otros medios de prensa—. Y ante ella tiene que tomar posición ante lo que son las convicciones y lo que entiende que son las prioridades. Para mí las prioridades han sido ayudar a las personas cuyas ideas comparto, y cuyos sentimientos también comparto.
-¿Cómo llega a ser asesor de Allende?
-Yo preparé mi tesis doctoral en la Sorbona, en los años ‘60, sobre Chile. Y la defendí en la primera semana de julio de 1970. En ese estudio, yo llegaba a la conclusión que la candidatura de la Unidad Popular que se presentaba a las elecciones dos meses después, en septiembre de 1970, podía ganarlas. Mi entonces amigo Salvador Allende, que era presidente del Senado, compartía esa perspectiva y me invitó a participar en la campaña presidencial, y me complació efectivamente contribuir a su victoria. Era un amigo, además.
Garcés todavía recuerda que en la noche de las elecciones, los chilenos bailaban la cueca en la avenida principal y en casi todos los barrios de Santiago. La tesis doctoral que lo llevó al Chile convulsionado de los ’70 había sido el corolario de una formación meteórica. Se licenció en Derecho en la Universidad Complutense de Madrid a los 22 años. Un año después de su licenciatura, obtuvo el doctorado en Ciencias Políticas en la Universidad de Madrid, y tres más tarde, en la Universidad de la Sorbona, en París. Desde entonces, escribió más de media docena de libros —el último lleva cuatro ediciones y ha sido prologado por Mario Benedetti—, recibió infinidad de títulos, distinciones y reconocimientos y se ha vuelto una eminencia del mundo moderno de las leyes.
-¿Cuáles son sus recuerdos del proceso chileno, y del golpe?
-El proceso democrático llevaba muchas décadas antes de 1970 en que fue elegido por votación directa Salvador Allende. Tenía un programa de transformación social y económico muy profundo, con respeto absoluto a la libertad y a la democracia participativa, con orientación socialista. Ese proyecto nacional y colectivo, asumido con gran alegría por la sociedad chilena, fue visto como un peligro en la Guerra Fría por la administración norteamericana de Nixon. Se estaba profundizando la democracia participativa y su voluntad de autonomizar el país respecto de las fronteras ideológicas (fue el primero en reconocer a la China Popular, por ejemplo). Por eso decidieron utilizar todo el poder de los servicios secretos y la capacidad financiera de Estados Unidos para ahogar al país, subvertir el orden constitucional, sobornar a unos y a otros, y atacar a la república chilena.
El privilegio de encarcelar a Pinochet
Después de la desazón por el golpe de Estado en Chile y el asesinato de su amigo Allende, Garcés regresó a Europa y en 1974 se unió al equipo personal de François Mitterrand en las elecciones a la Presidencia de Francia. Al mismo tiempo que asesoraba a los líderes políticos de izquierda más relevantes del mundo, Garcés daba clases en las universidades de Madrid (España), Lovaina (Bélgica), Oxford (Inglaterra), Los Andes (Colombia) y en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Políticas de Chile. En 1999, al filo del fin de siglo, recibió en el Parlamento de Suecia el Premio Nobel Alternativo y en 2000, el Presidente de Francia lo condecoró con la orden de Caballero de la Orden Nacional del Mérito. Desde entonces hasta hoy, ha sido conferenciante de más de veinte universidades en casi todos los continentes del planeta. Sin embargo, esos años le quedarían impresos por otra cosa: asumía la querella.
—Esperábamos el momento adecuado para pedir una orden de detención internacional contra Pinochet. Era una cuestión compleja. Teníamos que esperar a que viajara a un país cuyo poder judicial fuera lo bastante fuerte e independiente como para resistir la presión política y diplomática que generaría su detención—recordó esos años ante la prensa.
El 15 de octubre, el equipo de Garcés presentó ante la Audiencia Nacional una petición de orden de detención contra Pinochet, para que fuera extraditado a España. La orden se envió al Reino Unido, y a primera hora del día siguiente el dictador fue arrestado. Permaneció bajo custodia en The Clinic, un costoso hospital privado en el que acababa de someterse a una operación.
-¿Qué significó ser el impulsor del proceso judicial contra Pinochet?
-En el primer caso fue un privilegio: ayudar a los chilenos a desarrollar su proyecto democrático. Y en el segundo caso también lo fue: poder ayudar a romper el muro de impunidad.
-No sólo fue la apertura para el proceso chileno, sino también uno de los primeros represores enjuiciados en el mundo.
-Pinochet hizo valer su condición de ex jefe de Estado para pedir inmunidad. Un jefe de Estado que se impuso a sí mismo, a sangre y fuero. Que se apropió del Estado matando a diestra y siniestra, y después ante los tribunales españoles y británicos invocaba haber sido eso. Fue la primera vez que un ex jefe de Estado enfrentó a un tribunal de Estado fuera de su país. Esa era la enjundia jurídica del tema. Durante los 500 días que estuvo detenido en Londres, en prisión domiciliaria, se debatió en los tribunales, y ese debate fue ganado por quienes sostenían que la función de jefe de Estado no tiene como función masacrar y torturar masivamente. Ese precedente está ahí, es invocado en todo el mundo, y es un punto de referencia para que otros jefes comprendan que podrán cerrar sus tribunales, pero la ley está ahí, y más pronto o más tarde podrán ser llamados a rendir cuentas en otros países.
-¿Cómo terminó el proceso? Porque después regresó a Chile.
-En el año 2000 los tribunales chilenos estaban cerrados, y los tribunales británicos concedieron la extradición pedida por Garzón para juzgarlo en España por la impunidad existente en Chile. Cuando ya estaba la luz verde judicial, hubo una presión muy fuerte del gobierno de Eduardo Frei, en Chile, y del gobierno de Aznar en España, diciéndole al primer ministro británico que no lo enviaran a España. Las leyes británicas establecían que la decisión final era del secretario del interior, una decisión política. Póngase usted en la piel del primer ministro británico que el presidente español le diga que no lo quería en su país. No lo podía dejar en el aeropuerto de Barajas, así sin más. Era una posición política prácticamente imposible. Entonces recurrieron a la estratagema médica. A una comisión médica le confiaron la tarea de hacerle análisis y llegar al resultado de que sufría demencia señil, y como tal no podía ir a juicio. Por esa vía llegó a Santiago. Pero allí lo esperaban los chilenos, que pedían juzgarlo. Y efectivamente, le quitaron a Pinochet los fueros que tenía como senador. Él muere desaforado.
-Pero no llegó a ser juzgado…
-No, murió antes. Pero al momento de morir, el proceso ya estaba abierto.
LB/RA