La última semana se reanudaron las jornadas en un nuevo juicio por delitos de lesa humanidad en Tucumán. Los testimonios contaron cómo fue el horror en el penal de Villa Urquiza. Las audiencias continúan este martes, con más de una decena de testigos.
Esta semana se reanudaron las audiencias en el juicio por delitos de lesa humanidad que se lleva adelante en la provincia de Tucumán. La última vez que el tribunal escuchó un testimonio en este debate oral y público fue el 8 de octubre. En aquella ocasión Teresa S. hablaba con la firmeza que los años de militancia en busca de verdad y justicia forjaron en ella. Esa declaración, que no escatimó detalles, fue interrumpida por uno de los represores ya condenado en otras causas.
"¡Mentirosa!•, fue el grito que dejó sin reacción a los jueces. El que sí reaccionó fue el hijo de Teresa que lanzó un zapato desde su lugar hasta donde estaba el imputado. Esa fue, quizás, la única respuesta que encontró ante la impotencia que le provocó escuchar al reconocido genocida de la provincia: el ex Jefe de Policía Roberto Heriberto Albornoz.
Después de este mes de espera, el martes 7, Teresa S ingresó a la sala de audiencias y se sentó nuevamente en la silla dispuesta para los testigos. Con su andar pausado pero resuelto respondió las preguntas de las partes y concluyó su aporte a la reconstrucción de esa verdad que tanto buscó estos casi 40 años. “Ya dije lo que tenía que decir, conté lo que tenía que contar. Ya está”, dijo a Infojus Noticias al finalizar la audiencia. “Declarar ayuda porque te sacás todo, parece que es una porquería que tenés adentro y te la sacás”, agregó aliviada.
Este mes, recordó Teresa, trató de vivirlo lo más tranquila que pudo. El temor de quienes la rodean la hizo tomar algunas precauciones. Ver llorar a sus hijos fue lo que más la angustió y entiende esa reacción de uno de ellos ante la increpación del imputado. “Yo he tratado de explicar desde el punto de vista de cómo la han pasado mis hijos”, reflexionó suavemente. “Ellos se han criado en la mayor de las pobrezas. Esa es la bronca, la bronca de decir: ‘me las he pasado 8 años con un canasto vendiendo pan por la calle para tener qué comer’ y ahora tienen que escuchar que me llame mentirosa”.
Palabra de mujer
Teresa estuvo recluida en el penal de Villa Urquiza. En esta cárcel de varones se había improvisado un pabellón para alojar a las mujeres. La narración de lo que allí pasaron fue escalofriante y otros testimonios de otras mujeres que se escucharon este martes y miércoles ratificaron los dichos de la testigo. Las ollas de comidas en las que, en el mejor de los días, nadaban pezuñas de vaca con pelos. Los niños y bebés que también estaban allí viviendo el cautiverio junto a sus madres. La leche que calentaban con una cuchara y el calor de una vela. El agua apenas tibia que quedaba después de bañar a los bebés y que ellas se turnaban en usarla para higienizar sus ultrajados cuerpos. La mujer embarazada a la que las celadoras le decían ‘la loca’. La otra mujer que estaba totalmente aislada, vendada y a la que solo sacaban para ‘divertirse’. El parto que tuvieron que asistir ellas mismas en las más precarias condiciones.
“La gorda no aguantó más y nació el bebé”. “Le cortamos el cordón umbilical con una ‘gillette’”. “Se podría haber muerto desangrado porque primero cortamos el cordón y después lo atamos”. “Hortensia se llamaba ella. Enrique se llamaba el bebé”. Palabras más, palabras menos, todas coincidieron en esos detalles. Graciela del Valle Achín y Silvia Nélida Nybroe vivieron ese mismo calvario y no olvidaron nunca la vez que, junto a Teresa S, tuvieron que hacer de comadronas y atender un parto en las peores condiciones.
Silvia tenía 16 años cuando fue secuestrada en la calle. Un cuchillo en la garganta, cuenta que le pusieron y la llevaron a la Jefatura de Policía. De allí la pasaron a la Escuelita de Famaillá y finalmente terminó en el penal de Villa Urquiza. “Una se adapta a todo”, dijo con una mezcla de resignación y dolor. “Y yo me adapté a pensar que no iba a vivir”, agregó y habló de sus deseos de morir. No era la única menor que estuvo en el penal, pero sí fue la única que quiso rendir un par de materias para terminar el secundario. “Fue la peor tontera que hice”, dijo arrepentida. Es queentró a la escuela esposada, rodeada de hombres armados. “Todo el mundo mirando cómo iba la ‘guerrillera’ a rendir”. Y ese estigma, contó Silvia, la acompañó toda su vida, a ella y a sus hijos.
Dos embarazos y dos historias diferentes
Aisladas, separadas del resto de las reclusas, cuentan las testigos, había dos mujeres. Entre ellas tampoco había conexión. Una era ‘la loca’. “Las celadoras decían que tenía un embarazo imaginario, que no nos acerquemos a ella”, contaron las testigos que fueron pasando a lo largo de estas siete audiencias. De la otra no se hablaba. Estaba encerrada, vendada, atada.
Juana Peralta sobrevivió porque lo único que la mantenía en este mundo era la esperanza de ver nacer a su hijo. Las torturas que recibió cuando estuvo en los centros clandestinos conocidos como la ‘Escuelita de Famaillá’ o en el que funcionara en la Escuela Universitaria de Educación Física dejaron secuelas físicas en aquel hijo. Nadie quería creer en su embarazo. Pero un día tuvieron que sacarla y llevarla a parir.
SN en cambio vivió una realidad diferente. A ella la pusieron sobre un colchón que habían tirado en el piso para que diera a luz. Con los ojos vendados solo escuchó el llanto de aquel pequeño que le fue arrebatado en ese mismo momento. Con las manos atadas no pudo si quiera tocarlo. “Yo hasta hoy siento que es un varón”, dijo la testigo y la voz se hizo un nudo con el llanto. Un hijo que fue engendrado en esa reclusión absoluta, en una de las tantas violaciones a la que fue sometida.
Ella nunca supo dónde la tenían. No veía nada, no hablaba con nadie. El olorcito a pan, algunos ruidos y algunas voces que escuchó decir algunos nombres le permitieron, con el tiempo, entender que era la cárcel de Villa Urquiza. El pabellón de mujeres, según la descripción de los testigos, se había dispuesto al lado de la panadería del penal.
Hasta hoy SN no se anima a salir de su casa, no quiere ventanas abiertas y hasta el patio pidió que sea techado. Le costó mucho declarar y cuando salió le dijo a la psicóloga que la acompañaba: “Me he sacado como una cosa grande que me apretaba el pecho”. Para tomar su testimonio, el tribunal desalojó la sala y los imputados escucharon todo desde una sala en el subsuelo del edificio por medio de un circuito cerrado.
El asesinato en el pabellón de hombres
Era la hora de la comida. Juan Carlos Medrano (imputado) era el encargado de servirla. Los hombres hacían una fila para retirar su ración. Uno de ellos estaba muy nervioso, era un ex policía que no interactuaba demasiado con los otros reclusos. Los testigos Ricardo Daniel Roosdschild y Benito Moya recuerdan que era de apellido Córdoba. “Este hombre iba a buscar la comida temblando, yo le digo: ‘déjeme que yo le traigo la comida, y él me dice que no, que deje nomás’”, recordó ante el tribunal Benito.
La escena fue descripta por ambos testigos que estuvieron más o menos cerca. Córdoba tiró el tacho de comida. “Motín”, había gritado el guardiacarcel Medrano y en pocos segundos todos fueron reprimidos. Los sacaron a golpes al patio y cuando llegó el momento del recuento de internos faltaban dos: José Cayetano Torrente y el ex policía al que ellos recuerdan como Córdoba.
De Torrente les dijeron que se había fugado, más tarde supieron que había muerto después de aquel violento episodio. La versión oficial afirma que fue apuñalado por uno de los presos durante el supuesto motín. “Cuando nos sacaban de las celdas, Torrente iba corriendo cerca mío y García (otro de los imputados) le dice: ‘no, vos no, vos te quedás acá’”, contó Ricardo Roosdschild ante el tribunal. José Cayetano es una de las víctimas del universo de esta megacausa.
Todos los testimonios coincidieron en que después de ese episodio los considerados ‘presos políticos’ fueron trasladados a otro pabellón. Las ventanas de este nuevo lugar habían sido soldadas. Apenas entraba luz y aire. Ese era el pabellón “E” también conocido como el ‘pabellón de la muerte’. El supuesto motín fue la excusa para endurecer aún más las condiciones infrahumanas en las que se encontraban. “Para mí esto estaba preparado”, dijo Ricardo que rescató la velocidad con la que habían llegado todo el personal para reprimir el mentado motín.
Entre el martes 11 y el miércoles 12 se espera seguir escuchando más de una decena de testigos. El tribunal compuesto por Carlos Jiménez Montilla (presidente), Juan Carlos Reynaga y Gabriel Casas dispuso que el miércoles 19 se realice la inspección ocular en el penal de Villa de Urquiza.
Ese día, muchos de estos testigos volverán a ingresar pero desde otro lugar, ya no como víctimas pasivas, sino como testigos sobrevivientes que tienen la oportunidad de señalar dónde y quiénes fueron los responsables de los tormentos vividos.