Nacionalista, ultracatólico y antisemita, fue un cuadro de inteligencia militar y "creador" de la "escuela criolla" de tortura en La Perla. Participó de la sedición carapintada y tras la caída de las leyes de impunidad se fugó a los Estados Unidos. El rol de su esposa y de su hija.
Desde aquel 10 de diciembre de 1983 en que retornó la democracia, Ernesto Guillermo Barreiro ha sido un experto en el arte de eludir la Justicia, a la que sorpresivamente 31 años después, decidió ofrecer un “aporte” que todavía no ha dado más resultados que su repercusión mediática.
Más aún, el ex mayor del Ejército, que eligió el aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos para hacer la supuesta revelación sobre el destino de una veintena de desaparecidos ante el tribunal que lo juzga por crímenes de lesa humanidad, fue un artífice de la impunidad de la que durante muchos años gozaron los represores.
En abril de 1987, Barreiro se negó a declarar ante la Justicia Federal de Córdoba,se acuarteló en el Regimiento 14 de Infantería Aerotransportada de La Calera y desencadenó el alzamiento carapintada que estalló en Campo de Mayo con el liderazgo de Aldo Rico. “En Córdoba fui yo el iniciador”, admitió Barreiro en una audiencia de la megacausa que juzga a los militares y policías de los centros clandestinos de detención del Tercer Cuerpo de Ejército. Los periodistas veteranos de Córdoba cuentan una anécdota insólita: al finalizar aquella crisis, el entonces arzobispo Raúl Primatesta ayudó al militar a eludir a la prensa sacándolo del cuartel en el baúl de su auto. A ese extremo llegaba la afinidad del católico Barreiro con el cardenal, a quien sin embargo en los años de plomo consideraba “un vacilante, sensible a ideologías apátridas” (Doble Juego – La Argentina Católica y Militar, Horacio Verbitsky, Sudamericana, 2006).
Durante 17 años, Barreiro fue un beneficiario más de la obediencia debida hasta que en 2004 la anulación de las leyes de impunidad lo puso de nuevo al alcance de la Justicia. Esa vez optó por fugarse y se radicó en The Plains, una pequeña localidad de Virginia, Estados Unidos. En 2007, fue capturado, extraditado y cinco años después llegó virgen de condenas al inicio de la megacausa La Perla / La Ribera.
Nacionalista, católico y antisemita
La historia de “Hernández”, el “Nabo”, el “Gringo” Barreiro es la de un referente paradigmático de la derecha reaccionaria: joven y promisorio oficial de Inteligencia del Ejército en los comienzos de la llamada “lucha antisubversiva”. En 1975, uno de los fundadores del Comando Libertadores de América, versión cordobesa de la Alianza Argentina Antisubversiva (AAA). Luego del golpe de marzo del 76, jefe de interrogadores del campo de concentración y exterminio de La Perla. Desde 1977, responsable de la Sección Política del Destacamento de Inteligencia 141. Creador, junto a Gustavo Diedrich y Rico, de la “logia integralista”, ultranacionalista y católica preconciliar, de gran predicamento en las filas militares.
El sobreviviente del campo de La Perla Piero Di Monti reveló durante el juicio que Barreiro fue el ideólogo de la “escuela criolla” de la tortura, con la que “quiso hábilmente sintetizar” la formación represiva de la estadounidense Escuela de las Américas y la contrainsurgencia francesa. El testigo reprodujo el dibujo que Barreiro elaboró a partir del célebre Hombre de Vitruvio de Leonardo da Vinci, donde sistematizaba las técnicas necesarias para quebrar la resistencia de los militantes e inducirlos a la “colaboración”.
Varios ex prisioneros recordaron otro rasgo ideológico del entonces capitán: el antisemitismo. En el libro La Perla – Historia y testimonios de un campo de concentración (Aguilar, 2012), de Ana Mariani y Alejo Gómez Jacobo, el sobreviviente Roberto Fermín de los Santos refiere: “Solía decir que el olor de los judíos le daba asco”. Y según Di Monti, Barreiro definía como su enemigo a “la sinarquía hebraico-imperialista”. Durante el juicio, en más de una ocasión acusó a “la patota derecho-humanística y crematística del señor Verbitsky”, quien “conduce subrepticiamente” los juicios de lesa humanidad. Crematística significa “el arte de hacerse rico” y en el contexto de la frase es un implícito agravio racista dirigido al periodista de Página 12 y también a Claudio Orosz, el abogado querellante de H.I.J.O.S.
“Esclavos del siglo XXI”
Con el retorno de la democracia, Barreiro contó con el incondicional apoyo de sus camaradas comprometidos con la represión dictatorial, al igual que Rico, a quien acompañó en la fundación del Movimiento por la Dignidad Nacional (Modin), expresión partidaria del ala dura del Ejército. Desde entonces, hace política donde puede y como puede. Y si no puede él, lo hace su esposa Ana Delia Maggi, lugarteniente de Cecilia Pando en la Asociación de Familiares y Amigos de Presos Políticos de Argentina, entidad que reivindica el terrorismo de Estado. En lo que las querellas consideraron “una provocación al tribunal”, Maggi gestionó y obtuvo la acreditación como periodista de la AM 1300 radio Identidad de Buenos Aires para cubrir el juicio La Perla / La Ribera.
A su vez, María del Valle Barreiro, hija del ex mayor, escribió en una carta de lector publicada el 5 de agosto de 2013 en el diario La Nación: “Estos esclavos del siglo XXI (los represores procesados) son los más de 1500 presos políticos y sus familias, que son usados por los supuestos defensores de los derechos humanos para lucrar. La tarea forzada que deben cumplir es estar presos ilegalmente, ser discriminados, sus familias perseguidas, vigiladas, hostigadas. A los esclavos del siglo XXI se les violan todos los derechos humanos, derechos humanos que supieron conseguir arriesgando sus vidas para todos los argentinos (…) Cuando la sentencia está dictada de antemano, el destino cercano de estos soldados, que sobrevivieron a las guerras del pasado, es la muerte. Derrotaron militarmente al terrorismo montonero y erpiano: los tienen que matar”. Es el mismo diario que hoy valora la jugada de su padre como un “aporte a la reconciliación”.
Profesor de guerra fría
Durante los más de dos años y 197 audiencias que lleva el proceso, Barreiro ha hecho mucho más que lucir trajes que James Bond envidiaría, sonreír sarcásticamente ante los testimonios más desgarradores y desplegar exposiciones en power point, en las que no se priva de citar desde William Shakespeare hasta Rodolfo Walsh. En esas clases de geopolítica desfilan la guerra fría, Cuba, Vietnam, la teoría de los dos demonios y siempre Juan Perón, su Perón, el del 1º de mayo de 1974, el que amenazaba con hacer “tronar el escarmiento” contra la guerrilla (nunca el otro, el del 17 de octubre y los “cabecitas negras”, el de la “juventud maravillosa”, el que “si tuviera veinte años andaría poniendo bombas”). Por eso, a quienes militaron en el peronismo revolucionario y fueron sus víctimas les indigna verlo posar para las fotos haciendo la V de la victoria.
A sus instancias, su abogado Osvaldo Viola ha convocado como testigos “de contexto” a autores tan variopintos como el periodista Ceferino Reato y el ex jefe del Partido Revolucionario de los Trabajadores Luis Mattini, además de varios ex militares. “Habría que traer a Henry Kissinger”, llegó a proponer Viola con el beneplácito de su cliente. Mientras tanto, José Hugo Herrera, ex subalterno y actual escudero de Barreiro, hace el trabajo sucio de intentar desprestigiar a las víctimas sobrevivientes con los rótulos de “terroristas” devenidos en “colaboradores”.
Cartas en la manga
Sin embargo, Barreiro da la discusión política sin descuidar la defensa jurídica. No es un fundamentalista como Luciano Benjamín Menéndez, quien no vacila en autoincriminarse en aras de su justificación ideológica. Cuando habla de hechos concretos, el ex carapintada jamás admite su participación en ellos. En una de sus escasas alusiones al destino de los prisioneros, dijo que por los límites de su propio rol en el campo de La Perla solo “suponía que iban a desaparecer”. Ahora, los nombres y lugares que presentó han sido “extraídos del expediente” y no de su experiencia personal. Como una muestra más de que lo suyo no es ni una fisura en el pacto de silencio, en una entrevista con Radio Mitre Córdoba, además de su diatriba contra el Gobierno nacional y los organismos de derechos humanos, no le tembló la voz para asegurar: “No hubo muertes en La Perla”.
Es que detrás de la verborragia ideológica hay un cerebro pragmático, dispuesto a embarrar la cancha y eventualmente a negociar, si es que puede salir beneficiado. Por eso, entre quienes militan por memoria, verdad y justicia su presentación fue interpretada como un gesto político dirigido a obtener un indulto o reducción de pena de un eventual gobierno que revierta la política actual de derechos humanos. Como un astuto jugador de punto y banca, el más glamoroso de los juegos de casino, Barreiro sabe muy bien que hace rato que no es banca. Y por eso seguramente guarda unos cuantos ases en la manga.