Para la socióloga Cecilia Arizaga, en los countries se configura un nuevo sujeto social que se aleja del afuera y comienza a pensar a quien no está adentro como un “otro” hostil y peligroso. Infojus Noticias conversó con ella sobre este proceso de urbanización que explotó en la Argentina de los ’90, donde un muro separa la opulencia de la pobreza visible.
¿Qué hay detrás de los muros? Además de casas de lujo, inmensos parques, lagunas, canchas de golf, detrás de los muros hay historias que encierran mucho más que anécdotas de las familias que decidieron ese estilo de vida. Detrás de los muros se configura un nuevo sujeto que se aleja del afuera y comienza a pensar a quién no está adentro como un “otro” hostil y peligroso. Además del impacto medioambiental que redundó, entre otras cosas, en las inundaciones pasadas por la crecida del Río Luján, los countries tienen un impacto social que afecta a toda la zona.
Para la socióloga Cecilia Arizaga–investigadora y directora de la carrera sociología de la UCES–, especialista en el impacto social que generan los barrios cerrados este proceso de suburbanización es global, pero tienen características especiales en Argentina. “Se concentran en espacios en los que al mismo tiempo aparecen bolsones de pobreza, de sectores medios empobrecidos, que conviven en el espacio geográfico, físico, con estas nuevas urbanizaciones de sectores medios ascendentes”, explicó.
La privatización del espacio público, el extrañamiento del otro y el deseo de pertenecer a cualquier precio son algunas de las características que Arizaga explica en diálogo con Infojus Noticias.
–¿Cómo se da el proceso de urbanización cerrada en la zona periférica a la Capital Federal?
–El tema de los barrios cerrados tiene larga data. Uno puede encontrar los primeros country en la década del 40, lo que pasa es que tenían otro tipo de función, eran lugares específicamente de fin de semana, de vacaciones, no eran lugar de vivienda permanente. Esto cambia a fines de los 80. En muchos casos son familias que tenían estos lugares como vivienda de fin de semana y a partir de cuestiones económicas deciden quedarse con una sola vivienda y eligen la del country. Ahí empiezan a generarse los primeros barrios cerrados que se diferencias de los countries. Lo que aparece como “boom” surge al promediar los años 90, en donde comienza a haber nuevas urbanizaciones pensadas como viviendas permanentes para sectores medios que dejan la ciudad –su espacio de identidad– y eligen el suburbio en una modalidad privada. Esto no es menor porque el proceso de suburbanización que se da en estas clases medias supone un quiebre en la identidad urbana y en la cultura urbana de la clase media porteña histórica.
–Más allá de estas características que plantea, ese boom que se da a partir de mediados de los 90, ¿tiene alguna característica especial?
–Está vinculado, en primer lugar, a un cambio cultural que viene junto al cambio político, generado desde décadas atrás y que en los ’90 tiene su clímax. Específicamente tiene que ver con la privatización. En todo sentido, hay una cultura de lo privado. Hay que leer este proceso desde ahí. También, hay un cambio de valores en relación a lo público y lo urbano, en el que más allá del factor seguridad frente al delito y la ciudad que aparece como el espacio donde ese delito tiene mayor lugar, las ciudades empiezan a tener un proceso de fragmentación social.
–El fenómeno de los barrios privados es algo global, ¿hay especificidades en Argentina?
–En Argentina, específicamente en la región metropolitana, que es donde se concentran este tipo de urbanizaciones, tienen características locales muy específicas. Se concentran en espacios en los que al mismo tiempo aparecen bolsones de pobreza, de sectores medios empobrecidos, que conviven en el espacio geográfico, físico, con estas nuevas urbanizaciones de sectores medios ascendentes.
–Entonces, el fenómeno del country también está ligado a la clase media…
–No pensemos solo en mega urbanizaciones que suponen un desembolso de plata muy importante. Desde fines de los ‘90, con la ampliación de la oferta de barrios privados, también se abrió a clases medias que tenían que hacer grandes sacrificios para comprar una vivienda. En ese se configura lo que llamo “un imaginario de llegada”. Es decir, de movilidad social vinculada a vivir en un espacio que supone una mejor calidad de vida, un mejor posicionamiento social, una seguridad de pertenecer a un espacio dentro de la estructura social, en momentos en los que nadie tenía bien en claro en qué lugar dentro de esa estructura está, si sigue siendo clase media, media alta, si bajó de nivel o no… En medio de todo ese caos aparecen estos lugares como símbolos de distinción social y de pertenencia a un nosotros frente a la construcción de otro.
–Este tipo de avance inmobiliario que va creciendo sobre todo en la zona norte del Conurbano Bonaerense, tiene un impacto particular en la cuestión pública ¿Cómo se relaciona lo privado y lo público en este sentido?
–Ese es uno de los grandes temas que acarrea esta cuestión. Ahí aparecen un montón de actores y debates e intereses, sobre todo. Lo que ocurre, entre otras cuestiones, es el impacto de pensar el espacio social como un espacio fragmentado, no sólo simbólicamente sino también materiales. El tema de la muralla no es sólo simbólico…. de tener que acceder pasando un control y que son cuestiones que se han extendido a la Ciudad de Buenos Aires, también. En el espacio suburbano tienen un impacto material y simbólico en relación a mostrar de una manera precisa y brutal el proceso de fragmentación que se da en el espacio social. En ese sentido puede decirse que se cumple perfectamente lo que dicen muchos sociólogos: “la nueva cuestión social se presenta en el espacio urbano”. Este tipo de urbanizaciones son la cara más visible de la nueva cuestión social. Por otro lado aparecen las cuestiones de cómo afectan cuestiones ambientales. Hay muchos estudios que muestran ese impacto, por ejemplo en el tema de las inundaciones. Desde lo político se puede decir que hay Municipios que son mucho más propensos que otros a firmar los permisos para este tipo de urbanizaciones. Eso tiene que ver con la necesidad de tener en cuenta el impacto social, ambiental que puede acarrear.
–¿Cómo se percibe el afuera, teniendo en cuenta la construcción de ese "otro"?
–Hay un afuera que entra al barrio cerrado, es el afuera en el adentro, el “ellos” en el espacio del “nosotros”, que tiene que ver con los trabajadores que van a cumplir servicios dentro de ese barrio. En ese sentido aparece una figura de un otro que se lo define a partir de términos positivos: “gente humilde, trabajadora”, “gente digna, respetable” que cumple funciones. Ahora, cuando aparece algún tipo de problema en el espacio del barrio cerrado son ellos los primeros a los que se mira con sospecha. Es un tipo de relación muy precaria en ese sentido. Esta construcción el “otro” sigue siendo muy fuerte. Comparten el mismo espacio con estilos de vidas muy diferenciados. Es como poner una lupa en cuestiones que uno puede ver en otra intensidad dentro del espacio urbano. Después hay otro que comparte el espacio físico tras la muralla que aparece como una figura peligrosa, amenazante y con eso aparecen los que tratan de no salir, o restringen sus salidas a los espacios de recreación que comparten con otros barrios de similares características, espacios de un “nosotros” que tratan de evitar los espacios de “ellos”. Los adolescentes tienen una actitud más crítica que los padres, los chicos comentan que, como hay villas cercanas, sus padres organizan colectas de ropa y otras cosas para ellos y que en realidad lo hacen para que aparezcan lazos entre el “ellos” y el “nosotros” y que así no haya hechos delictivos. Para los mayores eso aparece como una cuestión de simple solidaridad.