Gonzalo Lizarralde está detenido en la enfermería del Penal de Bouwer (Córdoba) para evitar que lo maten. Lo acusan de asesinar a su ex pareja y de intentar hacer lo mismo con la hija de un año y nueve meses, que sobrevivió milagrosamente en una alcantarilla, junto a su madre muerta.
El cuerpo de 1,92 metros de Gonzalo Lizarralde es grande para la camilla de la enfermería donde debe dormir. Está ahí para que los internos del Penal de Bouwer (Córdoba) no lo maten a golpes. Está acusado de asesinar a Paola Acosta y de intentar matar a su hija de un año y nueve meses, arrojándola al fondo de una alcantarilla. Ahora vive en un cuartito con dos camillas y un baño, en el Servicio Médico del Módulo, al que van a parar los presos más acomodados.
–Acá adentro todo el mundo lo quiere comer vivo– dice un penitenciario.
Ya estaba en ese cuarto cuando recibió la noticia, el domingo pasado. Su hija de un año y nueve meses había sido rescatada de un sumidero donde pasó tres días, junto al cuerpo acuchillado de su madre.
Él insiste en que es inocente. Aunque las manchas de sangre halladas en su camioneta y frente a la casa de la víctima y los testimonios de los vecinos lo complican. Ayer la fiscal Eve Flores agravó su imputación, inculpándolo además por “homicidio agravado en grado de tentativa”, por tres heridas superficiales de arma blanca en el cuerpo de su hija. El lunes Lizarralde - fotógrafo y gerente de una empresa familiar de panificaciones- será indagado por la fiscal.
Desde el miércoles en que a Paola y a su hija Martina las vieron por última vez en la puerta de su casa, hasta el domingo a la mañana, toda Córdoba buscó a Paola y Martina. Ese día, ambas aparecieron en las entrañas de la ciudad. La madre, muerta; la hija, viva. Estaban en un desagüe de la esquina de Igualdad y Zipoli, en una zona de la ciudad que Lizarralde frecuentaba. A ocho cuadras del comercio de su familia y de su propia casa. En esa esquina hay una panadería del circuito de repartos que él hace a diario. A diez días de la investigación judicial, nuevos testimonios y numerosas pericias, lo complican.
Lo que vieron y escucharon los vecinos
Paola Acosta y sus tres hijos vivían en un departamento de tres habitaciones sobre la calle Martín García, en barrio San Martín, una zona de clase media cerca del centro. Frente al edificio, una larga muralla protege un terreno en desuso. Allí estacionó su camioneta Peugeot blanca Gonzalo Lizarralde, el miércoles 17 a las diez de la noche. Llegó para pagar los 1400 pesos de la primera cuota alimentaria. Había retrasado varias veces la cita. En el camino escribió a Paola tres raros mensajes de textos: “¿Vivís sola o con tu hermana?”, “¿Quién cuida a los chicos cuando no estás?” y luego, “voy en camino, llevo la plata, un peluche para la gorda y algo más”. Los mensajes quedaron en el teléfono que ella dejó sobre la mesa, junto a su billetera y la mamadera de la niña, cuando bajó a recibirlo.
Esa noche, en la puerta de su casa, los vecinos vieron por última vez a Paola y Martina. Los peritos del caso volvieron ahí recién una semana después, el miércoles 24 por la noche. Cortaron la luz en la cuadra e hicieron la prueba de luminol: sobre el asfalto aparecieron varias manchas de sangre. Todavía no se sabe si es humana. Otras 14 manchas fueron halladas días atrás en la parte trasera de la camioneta. La sangre era del mismo grupo y factor que la de Paola.
Sobre el asfalto y en la vereda quedaron varias cruces pintadas con tiza. Marcan los sitios donde los peritos encontraron rastros. Los vecinos evitan pisarlas.
–Justo donde están las crucecitas quedó estacionada la camioneta del chico esa noche, como hasta las doce –cuenta una mujer que vive enfrente y declaró en Fiscalía–. Ellos estaban junto a la camioneta, hablando. Después me acosté a ver tele. A eso de las doce y media de la noche, escuchamos gritos, muchos gritos, como por cinco minutos.
Un comerciante que tiene su local a pocos metros contó que los vio juntos cerca de las 22.30:
–Ella estaba sentada en la verja de su edificio con la nena, mientras él caminaba por la vereda, parecía nervioso y agitado. No hablaban. Estaban lejos el uno del otro. Era la primera vez que lo veíamos por acá, por eso nos llamó la atención –dijo el hombre–. Una hora después me asomé de nuevo y habían cruzado la calle. Estaban apoyados en la camioneta. Cuando cerré el negocio, a las 23:45, todavía estaban.
Otro testigo afirma haber visto la camioneta aún más tarde. En la causa una persona declaró que vio como Paola subía por su propia voluntad (posiblemente engañada) a la camioneta. Pero la pista de la sangre encontrada en la calle abre una nueva hipótesis: que el feroz ataque que finalizó en la alcantarilla, haya comenzado allí mismo. Frente a su propia casa.
En el frente del edificio donde vivían, se hallaron rastros de sangre.
La batalla judicial con el padre
El fin de semana anterior, Martina estaba engripada. Paola la llevó a un sanatorio donde –creía– sería cubierta por la obra social del padre.
–Ahí nos enteramos que mi sobrina no tenía obra social, tampoco él. Pero él le había dicho que la había anotado –contó Marina, hermana de Paola, a Infojus Noticias–.
En la Superintendencia de Servicios de Salud, el padre de Martina no figura en ninguna obra social. La familia aún no sabe si Lizarralde inició el trámite para darle a su hija el apellido. La relación de la que nació Martina no duró más de dos meses.
La primera vez que Lizarralde vio a su hija fue el 14 de mayo pasado. La niña tenía ya un año y cinco meses. Fue en el laboratorio donde se realizaron el ADN que confirmó la paternidad que Lizarralde negaba. Tras un largo tironeo judicial, él llegó acompañado de su abogado. Martina, la niña, en brazos de su madre. Gonzalo no las saludó. El 20 de agosto un juez de familia le ordenó darle el apellido, una cuota alimentaria y cobertura social. Lizarralde no obedeció.
La segunda vez que la vio, fue la noche del miércoles 17, cuando habría intentado matarla.
Demoras y avances de la investigación judicial
La familia empezó a buscar a Paola y Martina el jueves 18 por la mañana. Los otros dos hijos de la mujer, adolescentes, despertaron y notaron que no habían vuelto a dormir. El rastrillaje tardó en activarse en la Fiscalía a cargo de Miguel Oyanharte, el instructor natural del caso.
–En la Unidad Judicial nos hablaron de un protocolo de búsqueda de personas desaparecidas. Sugirieron que se habían ido por su propia voluntad– contó la hermana.
Después de dos manifestaciones de familiares y amigos exigiendo justicia, la Fiscalía General decidió apartar a Oyanharte. Lo remplazó Eve Flores, especialista en violencia familiar. Este lunes habrá una nueva marcha con antorchas por las calles de la ciudad, con la consigna “basta de femicidios”. En lo que va del año, 11 mujeres fueron asesinadas por sus parejas o ex parejas, y 26 murieron el año pasado.
Gonzalo –un hombre que cuida su físico, come bien y disfruta de viajar con amigos–tiene en su cuenta de Twitter una reflexión que, a la luz de los hechos, no lo ayuda: “Hasta que un mosquito no se te posa en los testículos, no comprendés que todo no se soluciona con violencia”. Los investigadores creen que no tuvo cómplices al momento del crimen. Tampoco para arrojar los cuerpos. “Pesa 110 kilos, el doble que la víctima. Le alcanza para manipularlos”, dijo un investigador.
Los elementos que complican al acusado
Dos empleados de un lavadero de autos de avenida Colón declararon que el jueves 18, llevó la camioneta y pidió una limpieza “a fondo”. Dejó 150 pesos de propina para cada uno. El agua no alcanzó para lavar la sangre indeleble en la parte trasera. Los peritos encontraron 14 manchas. “Es sangre de los pecetos que usan para los sándwiches de miga”, dijo su abogado defensor, Sebastián Macari Gaido. Resultó que era humana, y del mismo grupo y factor que la de Paola. Esperan el ADN.
Los peritos hicieron dos inspecciones oculares al lugar. Comprobaron que el cuerpo de Paola cabe por el espacio del desagüe. También midieron el nivel de oxígeno dentro de la cavidad donde la pequeña sobrevivió más de 80 horas. Por los cortes en el cuerpo de la niña, sospechan que Paola la tenían en brazos e intentó defenderla. El homicida la arrojó a ese pozo hediondo, posiblemente esperando que no sobreviva.
El cuerpo de Paola tiene cuatro puñaladas. Las dos mortales, en el cuello. Eve Flores secuestró varios cuchillos filosos de la casa de Lizarralde. También las filmaciones de las cámaras de seguridad de su domicilio y de la panificadora familiar. Busca reconstruir paso a paso la secuencia criminal.
El hallazgo milagroso
Una mujer barría la vereda el domingo pasado, cuando vio algo raro en la alcantarilla. Se agachó y encontró a Martina, viva. El que la sacó del pozo fue Alejandro Taborda, un vendedor ambulante de 54 años.
–Me ayudaron a bajar. Vi el cuerpo de la mujer y la nena sobre su pecho, como dormida. Me miró con unos ojos de espanto. Le dije: ‘Vení, la mami ya viene’ y la saqué –contó Taborda a la prensa.
Cinco días después, Martina salió de la terapia Intensiva del Hospital de Niños. Está en una sala de cuidados intermedios donde, según su tía, “pide juguetes y pregunta por su mamá”. A mediados de esta semana, la niña volverá a su casa.
No hay un solo cordobés que no esté atento a su recuperación. “Los tíos de Martina” es un texto escrito por el escritor José Playo, que se trasformó en plegaria para el milagro de la alcantarilla. En uno de sus fragmentos dice: “Allá donde las ratas te perdonaron la vida, allá donde te destetó la muerte, hoy vivimos todos. Cada noche estamos ahí debajo, turnándonos para hacerte upa. Es una guardia horrible ver tus ojitos abiertos en la noche, girando en falso, adivinando los motores indiferentes, las bocinas de la prisa. Estamos ahí debajo con vos, niña, empujando hacia la superficie tus balbuceos de milagro en primavera”.