El 26 de noviembre de 2011, en un PH de La Plata, cuatro mujeres fueron asesinadas a sangre fría. La investigación se orientó hacia un sospechoso y hacia un móvil, pero el caso dio un giro copernicano. ¿Quién las mató? ¿Por qué lo hizo? Con un juicio en curso, las preguntas siguen abiertas.
1-Cuatro crímenes y el asombro de un país. La noche tórrida del 26 de noviembre de 2011, en un PH de La Plata de la calle 28 e 41 y 42, cuatro mujeres fueron asesinadas a sangre fría. A Bárbara Santos, de 29 años; a su madre Susana De Barttole, de 63 años; a su hija, Micaela Galle, de 11; y a su amiga Marisol Pereyra, de 38, las mataron con un palo de amasar y con el uso de varios cuchillos de cocina. Los investigadores nunca habían visto el signo de tanto horror: el departamento estaba inundado por manchones de sangre. A la mañana siguiente, todos los televisores volvían a poner el foco policial en la ciudad de las diagonales, quizás como no lo habían hecho desde el 15 de noviembre de 1992, cuando el odontólogo Ricardo Barreda había disparado contra otras cuatro mujeres: su mujer, sus hijas y su suegra. Los televidentes no salían de su asombro. Los platenses, menos. Aquella vez, no había dudas: Barreda confesó el múltiple crimen. Pero en ésta, la pregunta del millón, la que aún sigue sin esclarecerse, fue dicha a coro: ¿Por qué tanta saña? ¿Quién o quiénes pudieron haber causado tanto daño?
2-Un móvil, un sospechoso. De inmediato, los medios la llamaron como “La masacre del Barrio La Loma” y la instrucción judicial, encabezada por el fiscal Álvaro Garganta, se centró en un principal sospechoso: Osvaldo “Karateca” –apodo también creado por el periodismo- Martínez. Ex pareja de una de las víctimas, la investigación lo procesó por lo que consideró un posible móvil de celos en una hipótesis “pasional”. En pocos días, Martínez recibió una de las peores condenas: la mediática. Fue detenido y se creyó que el caso estaba resuelto. ¿Cuáles eran las pruebas? Garganta había entrevistado al círculo de las víctimas y había concluido que la psicología de Martínez, a quien consideró un joven peligroso por su afán controlador hacia Bárbara, podía conducirlo a un espiral criminal como el que sucedió aquella noche de primavera. También decía tener el registro de una empresa telefónica que aseguraba que el celular del ex novio de Bárbara estuvo en el PH, y los dichos de testigos que dijeron haber visto a Martínez llegar en su auto a su casa en horas en las que el imputado declaró que estaba durmiendo. El as en la manga, sin embargo, fue la declaración del remisero Marcelo Tagliaferro, el hombre que trasladó a Marisol Pereyra –una de las víctimas del múltiple crimen- desde un teatro al PH donde ocurrió la masacre y que dijo ver a Martínez en la puerta del PH. Con ese testimonio, a Garganta no le quedaron dudas: tenía un sospechoso, tenía un móvil. El caso parecía cerrarse.
3- Los medios, actores principales. Desde un primer momento, los medios creyeron y alimentaron la investigación oficial. Hubo pocos periodistas que dudaron de la hipótesis del fiscal. Es más: era frecuente ver a Marcelo Taglierro, cual testigo estrella, en los programas de televisión explicando cómo había visto esa noche a Martínez. El remisero fue asesorado por los abogados de Marisol Pereyra, entre ellos Fernando Burlando. Los programas explicaban el caso desde la celopatía del sospechoso, se lo comparaba con otros expedientes de violencia de género y el apodo “Karateca” construía el escenario perfecto. Más de una vez, Burlando dijo antes las cámaras que sólo alguien con conocimientos de karate pudo haber dominado la escena dantesca del cuádruple crimen. ¿De quién estaría hablando?
4-Dudas sobre la pesquisa. A la hora de cotejar el ADN encontrado en las víctimas y en la escena del crimen con el de Martínez, hubo una gran sorpresa: no eran compatibles. Se caía la prueba irrefutable, la que cerraba cualquier tipo de duda. El fiscal se refugió en sus otras pruebas y el juez Guillermo Atencio, una vez más, le creyó para ordenar una nueva detención contra Osvaldo Martínez. Su madre ofreció cartas a los medios, diciendo que la causa estaba armada y que su hijo era inocente. La pesquisa empezó a recibir preguntas del tipo, ¿el fiscal no había cerrado demasiado pronto la carga de pruebas contra un sospechoso? ¿Había presiones que no podían dejarse de lado?
5- Un giro llamado Hiena. Tiempo después, sin embargo, el caso dio un giro copernicano. Tras una pista que se investigó por fuera de la instrucción oficial, se puso la lupa en otro sospechoso. Y a los pocos días fue detenido Javier “La Hiena” Quiroga, un albañil que había realizado reparaciones en el PH. Su imputación fue contundente: se encontró su ADN en la escena del crimen. El fiscal, entonces, cambió la carátula. Junto a él, los medios hegemónicos tuvieron que hacer malabares para ubicar a otra persona en la escena del crimen, cuando antes habían asegurado que se trataba de una sola. La hipótesis del fiscal, la que sostiene hasta hoy, es que hubo coautoría homicida. Garganta está convencido que, entre Martínez y Quiroga, los únicos dos imputados del caso, existió un acuerdo para matarlas. La gran pregunta es por qué y cómo lo hicieron.
6-Las coartadas. Con el ADN de Quiroga, la pregunta sobre el móvil sufrió un quiebre que se tradujo en la aparición de varias líneas de investigación. Es común que, ante el escenario de un múltiple crimen tan demencial y sangriento, aparezcan las teorías más disparatadas: todos quieren explicarse lo que consideran como inexplicable. Aun así, clásicos como “A sangre fría” (1966), de Truman Capote, enseñaron lo contrario: cómo una familia de un pueblo de Estados Unidos podía ser asesinada por el móvil más sencillo de todos sin ningún telón de fondo por descifrar. En el cuádruple crimen se despertó la sospecha por la pista económica: Susana de Barttole tenía numerosas deudas –que algunos atribuyeron a sus problemas de juego en el bingo local- y había recurrido a prestamistas para saldarlas. Además, estaba en trámite por una sucesión familiar de numerosas propiedades. En el juicio, se espera impacientemente la declaración de los dos imputados. Ambos, se calcula, defenderán su inocencia. Osvaldo Martínez declaró en diversas instancias que el día del hecho y, a la hora en que ocurrieron los cuatro asesinatos, estaba en su casa de Melchor Romero mirando televisión. En tanto, Quiroga narró que ese día Martínez lo fue a buscar a y le dijo que fuera a la casa de su novia a hacer un trabajo. Que a la noche, cuando estaba tomando mate con Susana ya en el PH, Martínez apareció y le dio un golpe en la cabeza a la señora. Que tenía a un arma de fuego en una mano, con la que lo amenazó y “paralizó”, y en la otra un cuchillo y luego un palo de amasar, con los que mató a las otras víctimas. Que, antes de irse, lo obligó a dejar sus huellas donde luego aparecería su ADN.
7- Fabián Lencina y Marcelo Tagliaferro, una controversia clave. “Lo ví a Martínez por el espejo retrovisor de mi auto", dijo Taglierro en el juicio. "Vi algo distinto a lo que dijo el remisero", dijo Fabián Lencina, un sonidista que pasó por la calle en un horario semejante al que relató el remisero. Lencina dijo que vio un automóvil Chevrolet Corsa II que estaba estacionado frente al departamento en donde sucedieron los asesinatos. Que vio a un hombre que desde el interior del auto hablaba con otra persona que estaba en la vereda. Además, dijo que escuchó el grito de una chica y que el conductor del Corsa se volteó para hablar con alguien. Y que de la mano de enfrente vi un automóvil de color negro. Que había dos personas que bajaron de ese vehículo. Su testimonio no sólo contradice lo que dijo el remisero Marcelo Tagliaferro, sino que, a opinión de la defensa de Martínez, lo compromete al entender que el hombre del Corsa señalado por Lencina podría ser él. Esa controversia es clave. ¿Habrá un próximo careo?
8- Cristian Méndez, testigo calificado. En el transcurrir de las audiencias, el perito en criminalística Cristian Méndez dio dos precisiones clave. Méndez, especialista en analizar la escena del crimen, complicó la situación de “La Hiena” Quiroga al declarar: “Tenemos rastros de un único ADN masculino en la escena del crimen que nos indican que actuó una sola persona”. Es decir: no convalidó la hipótesis del fiscal Garganta. En una audiencia posterior subrayó, además, que las muestras tomadas de la huella ensangrentada de una zapatilla "eran compatibles" con las medidas del calzado de "La Hiena". Méndez analizó una y otra vez las pruebas, con rigor científico. Nunca dudó: su exposición fue sólida y contundente.
9- ¿Todos mienten? En numerosas ocasiones, los testigos del juicio rectificaron lo que habían dicho en sus declaraciones en la instrucción escrita. De ese modo, interpelados por las preguntas de las partes, entraron en contradicciones, omisiones y modificaciones de sus testimonios previos. Además varios de ellos, como Silvia Matsunaga, vecina del departamento del cuádruple crimen, denunciaron amenazas. La pregunta que subyace es, ¿saben más de lo que en realidad dicen que saben? ¿Se confunden por temor? ¿A quiénes temen?
10- Los entretelones y las preguntas abiertas en un juicio polémico. A 30 meses del cuádruple crimen, y con un juicio en curso donde las partes no dudan en hacer visible estrategias de todo tipo para discutir la legitimidad de cada audiencia y del expediente mismo, hay una sola prueba irrefutable: la del ADN de Quiroga, encontrado en el palo de amasar, objetos del departamento, los cuchillos y en las uñas de Bárbara Santos. Sobre Martínez pesa el testimonio del remisero Tagliaferro, pero sobre éste pesa otro interrogante: ¿Por qué declaró primero no haber reconocido a nadie y pocos días después señaló a Martínez con tanta seguridad? Alrededor del juicio, ocurrieron hechos extraños: el propio Martínez fue baleado en la calle por un posible hecho de robo que la justicia aún no esclareció y el abogado Burlando fue internado en grave estado por una intoxicación. A un par de semanas de la sentencia, los especialistas en policiales siguen haciéndose las preguntas esenciales: ¿Por qué mataron a las cuatro mujeres? ¿El móvil fue uno sólo o fueron varios? ¿Hubo un motivo sentimental, de venganza, de robo? ¿Por qué tanta saña? ¿Fue un homicida o varios?