La psicóloga Paulina Maldonado fue la encargada de acompañar a M.C, una joven que a los 17 años fue engañada por su prima para ser explotada sexualmente. Incluso fue ella quien le transmitió las preguntas en el primer juicio por trata de Tucumán, diferenciándose del proceso de Marita Verón donde las víctimas fueron estigmatizadas y violentadas.
En 2012, después de 10 meses de debate, los jueces de la Sala II de la Cámara Penal de Tucumán absolvieron a los trece acusados de secuestrar a María de los Ángeles “Marita” Verón y obligarla a prostituirse. Las principales testigos fueron otras mujeres, víctimas de los mismos proxenetas. Como si no hubiera pasado el tiempo, los jueces les exigieron a esas mujeres “minutos, horas y centímetros, desconociendo que en esa situación se pierde hasta la noción de si es de día o de noche. Fue una inquisición a las víctimas”, explicó la abogada María Rosa Ponce de la Fundación María de los Ángeles. La semana pasada en el primer juicio por trata que se realizó en Tucumán desde que se sancionó en abril de 2008 la ley que persigue este delito, el tratamiento a las víctimas – testigos marcó la diferencia.
Por primera vez una profesional formada en psicología fue la encargada de hacerle las preguntas a M.C., una joven que a los 17 años fue engañada por su prima para viajar con ella hasta San Julián, en Santa Cruz, donde con otra mujer planeaban explotarla sexualmente en un prostíbulo conocido como El Lobito. “Fue como una luz al final del túnel”, dijo a Infojus Noticias la psicóloga Paulina Maldonado, integrante del equipo de salud mental de la fundación que acompaña a M.C. y estuvo a cargo del interrogatorio. Alicia Taviansky, la dueña del prostíbulo de San Julián, fue condenada a cinco años de cárcel. Verónica Olivera, prima de la víctima, a 3.
Para Maldonado en este debate oral “pasaron dos cosas que resultan invaluables dentro del proceso”. Primero que los jueces del Tribunal Oral Federal Tucumano integrado por Alicia Noli (presidente) y los vocales Gabriel Casas y Carlos Jiménez Montilla dispusieron que las imputadas salieran de la sala mientras la víctima prestó declaración. “Así evitaron que se repitiera lo que pasó en el juicio por Marita, donde los acusados insultaron a las testigos y las maltrataron sin que el tribunal hiciera nada”. Y, después porque al dejar que las preguntas a la testigo las realizara una profesional formada en psicología, garantizaron que se hicieran “sin afectar los intereses de las defensas, pero respetando los derechos de la víctima, es decir atendiendo a que las preguntas no fueran ni inquisidoras, ni acusatorias, ni estigmatizadoras”.
—¿Cuándo supiste que ibas a estar a cargo de transmitirle las preguntas a M.C.?
—Fue una sorpresa. Si bien le estaba haciendo el acompañamiento, desde que se activó el inicio del juicio, ella eligió volver a la Fundación. El primer día del juicio, en realidad yo la acompañé desde temprano y por la tarde le tocó declarar. Cuando bajé a la sala, me llamó el secretario del tribunal y me dijo que me iban a tomar juramento. También me enteré ahí que las preguntas las iba a hacer yo. Uno está formado para eso, es lo ideal, pero no sabíamos que iba a ser así.
—¿Fue un pedido de la fiscalía?
— En realidad la fiscalía propuso que yo me sentara al lado de M.C. mientras daba el testimonio, para hacerle un apoyo logístico. Después me dijeron que iba a acompañarla desde la primera fila, pero cuando bajé me tomaron el juramento. No sabía qué preguntas iban a hacer. Lo que hice fue tomar algunas preguntas y hacerlas en forma más global, menos tendenciosas para que ella no se sintiera atacada. Por lo demás, preguntaba lo que decía el papel donde me las dieron anotadas. Para no re victimizar hice algunas sugerencias para que el tono inquisitivo acusatorio se modere y abrí más las preguntas. Trabajé en el tono en la que estaban formuladas.
En el juicio por Marita, ocho mujeres, todas víctimas de una red en la que fueron explotadas sexualmente desde muy jóvenes (algunas tenían 15 y las más grandes, apenas 17 o 18 cuando compartieron cautiverio con Marita) contaron que la vieron golpeada, teñida de rubio y con lentes de contacto celestes. Otras veces, dopada, hinchada y con rastros de una posible cesárea, en los prostíbulos que en La Rioja, eran regenteados por Lidia Irma “Mamá Lily” Medina y sus hijos José “Chenga” y Gonzalo Gómez. Los jueces no valoraron adecuadamente sus testimonios, aunque los interrogatorios fueron exhaustos: B. V. declaró durante tres audiencias; A.D., del 17 al 19 de julio; para F.M. fueron cinco jornadas y para A.R. del 10 al 12 de abril. Y los malos tratos estuvieron a la orden del día: los defensores las interrogaron agresivamente y los imputados usaron contra ellas insultos de los más soeces. “¡Abortadas!, llegaron a decirles y el tribunal no hizo nada”, recordó Maldonado.
“Estos delitos dejan marcas permanentes, de hecho hay estudios que demuestran que la víctima de trata tiene un efecto postraumático como una persona que ha estado en una guerra, por ejemplo. Los efectos son permanentes”, explicó la psicóloga que destacó la experiencia forjada por el tribunal que presidió la jueza María Alicia Noli e integró junto a Gabriel Casas y Carlos Jimenez Montilla. Es la primera vez que la justicia federal establece un protocolo de interrogatorio que atiende las características particulares de este delito, con perspectiva de género y con una cabal comprensión de las consecuencias. “Es alentador pensar que uno va a empezar a trabajar con un jurisprudencia que pueda dar respuesta -a otro nivel- a las víctimas y a las familias”, dijo Maldonado.