Más de 300 rescatistas de todo el país trabajaron sobre una montaña de escombros inicial de siete metros. Lola tiene 9 años y su dueño la adoptó cuando tenía 9 meses. Juntos viajaron por el mundo: hicieron tareas de rescate en los terremotos de Haití, Guatemala, Nueva Zelanda y Turquía.
De las tragedias nacen los héroes. El martes, después de encontrar los últimos dos cuerpos sin vida, los brigadistas dieron por finalizadas las tareas de rescate en la Zona Cero del edificio derrumbado en Rosario. En la esquina de Salta y Oroño una multitud los recibió entre lágrimas, aplausos y palabras de agradecimiento. La tragedia dejó un saldo de 21 muertos, más de 60 heridos –7 aún permanecen internados- y 238 personas evacuadas que no podrán regresar a sus casas hasta dentro de seis meses.
Más de 300 rescatistas de todo el país trabajaron sobre una montaña de escombros inicial de siete metros. “Si podíamos dormir tres horas por noche era mucho”, contó a Infojus Noticias Cristian Kuperbank, miembro de la ONG K9, de Ezeiza, que viajó a Rosario con la perra rescatista Lola. Los brigadistas comían y dormían en el campamento montado en el estacionamiento del supermercado La Gallega, lindante con el contrafrente del edificio siniestrado.
Lola tiene 9 años, es de raza labradora. Kuperbank –que heredó el oficio de entrenador de perros de su padre- la adoptó cuando tenía nueve meses. Juntos viajaron por el mundo. Hicieron tareas de rescate cuando ocurrió el terremoto de Haití, en febrero de 2010; en Guatemala, después del paso del huracán Agatha, en junio de ese mismo año y en otros dos terremotos en Nueva Zelanda y Turquía en 2011.
La labradora fue uno de los quince perros rescatistas que estuvieron en el derrumbe en Rosario. Llegó con su amo al día siguiente del derrumbe. “El trabajo que hacían era muy puntual: entraban en la pila de escombros, marcaban los puntos donde detectaban algo y allí seguían trabajando los bomberos, sacando escombros en forma manual. Teníamos que estar las 24 horas en el lugar, nunca sabíamos cuando nos iban a necesitar”, contó Kuperbank.
La pareja de rescatista ya está de regreso en su casa de Ezeiza. Él ya volvió a su trabajo como entrenador particular de perros. “Nosotros nos costeamos todos los viajes, así que ahora tengo que recuperar el dinero perdido”, explicó. Lola -su mascota y la más avanzada de sus alumnas- volvió a su vida normal: jugar con otros perros, nadar y correr por el parque. Tres veces por semana tiene entrenamiento. Una persona se esconde en algún bosque o en una estructura colapsada y ella debe encontrarlo en un radio de cinco kilómetros; si la práctica es de rescate de muertos se entierran o se esconden entre escombros gasas empapadas con sangre.
Néstor Tognolo es el jefe del cuerpo de Bomberos Voluntarios de Pavón Arriba, un pueblo de 1200 habitantes. Junto a otros once colegas de la provincia forma parte de un cuerpo de elite especializado en rescates en estructuras colapsadas. Anoche cuando volvió a su pueblo las calles estaban vacías y en silencio. En su casa lo esperaban sus padres. “Estaban contentos porque volví sano y salvo y orgullosos por el trabajo que hicimos”, contó a Infojus Noticias.
Durante los seis días que estuvo en Rosario, Tognolo dejó a su novia, su trabajo en el campo de su padre y sus prácticas en el club Unión de Pavón Arriba, donde juega al vóley en primera división. “Nuestro trabajo era penetrar en la estructura, ingresar y tratar de rescatar (a las personas)”, explicó. “Mi equipo no tenía relevos. Cuando ingresaban las maquinarias a trabajar sobre los escombros salíamos a comer algo o nos tirábamos bajo los parasoles. Dormíamos dos horas por día”, contó.
Tognolo carga en su historial como rescatista trabajos en las inundaciones de Santa Fe, en 2003 y en el alud de Tartagal, en 2008. “Nunca vi algo de esta magnitud. Nos golpea por la cercanía”, contó el joven, cuyo hermano vive en Rosario, a seis cuadras de la Zona Cero.
Anoche, Tognolo durmió de a ratos. “Me despertaba, pensaba en la gente que perdió a sus familiares”. A las siete de la mañana se levantó y prendió la computadora. En su cuenta de Facebook tenía más de 400 mensajes privados de gente que no conocía y unas 200 solicitudes de amistad.