Infojus Noticias fue testigo de un juicio a 2500 metros de altura: por el crimen de Eugenio Cussi fueron condenados tres sobrinos suyos, dos de ellos hermanos. El homicidio partió en dos a los Anco y los Cussi, familias directas de víctima y victimarios. Crónica de un drama familiar en la puna salteña.
Ángela sigue inmóvil, con el sombrero de cuero sobre la pollera de raso verde y negra, aunque dos de sus diez hijos acaban de ser condenados por asesinar a su primo. Tiene, como casi todos en la sala y en Santa Victoria Oeste, Salta, rasgos andinos: la piel cuarteada, los pómulos prominentes, los ojos pequeños y pacientes que miran desde hace años sin esperar demasiado. “Siempre los tratamos bien”, se amarga la mujer. Habla como si coqueara las palabras, haciéndolas flotar en la boca antes de soltarlas acentuadas en la última sílaba. “Les cuidé las crías, les di azúcar, coquita, lo que venían a pedir”.
Sus hijos, Ramón Anco, 28 años, y Miguel, 26, suben esposados a una Traffic del Servicio Penitenciario de Salta. Son dos de los tres condenados. Pasarán los próximos tres años en una cárcel de la capital de provincia por haber golpeado en una fiesta de marcada del ganado –un ritual donde se bendice al animal y se pide prosperidad- a su tío Eugenio Cussi, a quien encontraron a la mañana siguiente en el fondo de una quebrada. Murió luego de agonizar un día entero.
La fiscalía había pedido ocho años para ellos, por considerar que habían cometido homicidio simple. Su abogado particular, la absolución. Alegó que Cussi estaba borracho y había caído por accidente a los tres metros y medio de la quebrada. La sala segunda del Tribunal Oral Criminal de Salta finalmente los declaró culpables de homicidio preterintencional, lo que implica que aunque la golpiza existió, no tuvieron voluntad de matar. “La fiscalía decía que lo habían golpeado para matarlo y lo tiraron a la quebrada. La defensa dijo que se resbaló y se golpeó al caer. Fue una decisión intermedia”, resumieron los jueces ante Infojus Noticias.
Angela, madre de los hermanos, y parte de su familia: Sixto Chauke, Roxana Vilca, Patricia Anco. Reclaman la inocencia.
El crimen, ocurrido la madrugada del 29 de abril de 2012, partió la familia en dos. Pero ninguna de las dos mitades quedó conforme con el fallo. Los Anco esperaron a Infojus Noticias después del debate. Ángela, madre de los condenados, junto a Patricia, hermana, Roxana Vilca, prima, y los primos Sixto y Luis Chauke, nos condujeron hasta un bar por las calles de tierra que serpentean ese pueblito de montaña. Allí, alrededor de una mesa y bajo una bombita de luz tenue, dieron sus motivos para explicar en la inocencia de los hermanos Anco.
Santa Victoria Oeste es un pueblito de 2.000 habitantes. Se llega después de cinco largas horas en auto. Por el camino de ripio que nace en la Quiaca, con tramos que superan los 5.000 metros de altura, se avanza durante un rato colgado del cielo: las montañas tapizadas de un pajonal amarillento y tajeado por las sendas que serpentean a lo lejos, como cicatrices de tierra. Hay un solo hospital, una escuela primaria y un colegio secundario con 270 alumnos. Muchos de ellos vienen de los parajes de la zona y se quedan a dormir allí. Hay un solo hospedaje comercial y una iglesia frente a la plaza.
Sombrero de cuero, pollera de raso verde y negra, saco azul. Y los rasgos andinos de casi todos en Santa Victoria Oeste.
-Es injusto. Los changos son inocentes- dice Patricia.
-Yo estoy fuerte porque todo es mentira- agrega Roxana.
La familia, en pleno, abona la teoría de un complot entre los familiares más íntimos de Cussi y algunos pocos protagonistas a la hora de testificar. Se refieren a Pedro Vilte y su señora Lorenza Caminos, los dueños de la casa donde se hizo la marcada. Ambos declararon que habían visto a los hermanos y a Horacio Peloc –el tercer culpable- salir al patio con Eugenio. Que hubo, antes, una discusión acalorada. Y describieron además un indicio que resultó vital: un surco de 60 centímetros de ancho –la medida de un cuerpo- de pasto aplastado que se inicia desde la mitad del patio y termina en el barranco en el que apareció.
Los Anco afirman que dijeron lo que dijeron por miedo a quedar enredados en el crimen. “Ellos tienen culpa en esto. Eugenio estaba en su propiedad y no le avisaron a nadie. Nely, la hija, los amenazó con denunciarlos, y por miedo declaran a favor de ellos”. Como parte de esa conjura de chivos expiatorios incluyen a Cebriano Maidana, el hermano de Eugenio (“dijo que no tomaba y fue a declarar borracho”), y a Sergia Quispe, otra asistente a la celebración de esa noche.
La familia Cussi: los hijos Nélida Y René (a la izquierda), Eduardo, Florencia y doña Evarista.
También denuncian que faltaron testigos. Sólo nueve personas que estuvieron en una fiesta donde había entre veinte y treinta asistentes. Los jueces alegan la dificultad de convocarlos, en los parajes inhóspitos donde viven. Pero ellos mencionan una ausencia que les llaman la atención: Pastora Caminos, la señora que escuchó los gemidos que subían del cañadón, y avisó que allí abajo había un hombre herido. El detalle no es menor. Una de las circunstancias que generan mayor polémica es si la agonía de Eugenio le permitía hablar o no: algunos testigos cuentan que señaló a sus atacantes.
-¿Qué creen que pasó realmente?
-Yo creo que se cayó por ebriedad.- dice Roxana Vilca. Y remarca:- Era un borracho anónimo.
-Estaba mal de la rodilla. Caminaba con un bastón.- agrega Sixto, uno de los primos.
-¿Y los golpes que tenía en la cara, las costillas rotas, lo que determinó la autopsia?
-Son de la caída- dicen los Anco, casi al unísono.
Los Cussi reclaman un fallo mayor para sus familiares condenados. En la casa de Nélida y Eduardo, Santa Victoria Oeste.
Miguel tenía 26 años y vivía muy lejos de su tierra, en Puerto Madryn. A pesar de su juventud había formado una familia con una mujer con la que había tenido un hijo varón y tres nenas. Trabajaba duro en una empresa que explotaba la piedra. “Era bien bueno, bien mimoso con su sobrino”, recuerda Roxana. Había llegado a Trigo unos días antes de la marcada. Del día que le cambiaría la vida.
Ramón, su hermano mayor, vivía en Trigo Waico. Se ausentaba en temporadas más cortas para ir “al norte” -más al norte- a trabajar en la cosecha del tabaco, o a Mendoza a en el arte de cultivar la vid. Trabajó siempre en las condiciones pésimas de los cosecheros golondrina. Cuando volvía a su casa, después de temporadas agotadoras, se conchababa arreando ganado y cuidando fincas vecinas.
Nélida Cussi. "Yo creo que ellos sí le pegaron y lo arrojaron ahí", acusó.
Horacio o Valentín
A Horacio Enrique Peloc, el tercer condenado, nadie lo espera. Irá preso doce años por ser reincidente: se le suma a una condena anterior por abuso sexual. Todo el pueblo lo llama Valentín Chauke. “No tiene DNI, sus padres no se ocuparon y él se siente excluido de la familia. Eso lo angustia muchísimo”, contó Irma Jovanovich, su defensora oficial.
Valentín, el menor de cuatro hermanos, no tiene un pasado fácil. Desde los seis años su padre se lo llevó a Jujuy a trabajar en la zafra. “El pago era para su padre, que no se ocupaba de cubrir sus necesidades”, explicó Jovanovich. A los doce años empezó a trabajar por su cuenta: jornalero golondrina en la zona, ayudante de albañil. A los 16 años conoció un matrimonio en una finca que tenía cinco hijas mujeres y lo adoptó. Empezó a ir a la escuela nocturna y por primera vez en su vida pudo dejar de trabajar. Estaba feliz. Según cuentan, por ese entonces hizo una “mala junta”. En algún momento le sacó plata a la familia adoptiva y escapó.
“Cuando los psicólogos le preguntaron por qué lo hizo, contestó que creía que por envidia. Él nunca había tenido lo que tenían esas chicas. Él está muy arrepentido de eso”, dijo Jovanovich. “Si hubo algún tipo de golpe sobre la víctima, no fue con la intención de matar”, concluyó. Para la defensora, fuere cual fuere su participación, Valentín ha sido siempre una víctima.
Los tres imputados, Ramón y Miguel Anco (a la izquierda) y Horacio Lepoc (camisa a cuadros).
En busca de respeto
Tal vez Los Anco, los Chauke, los Cussi -apellidos de una misma familia nacida en Trigo Waico, un paraje rural a 45 kilómetros de Santa Victoria- no cuenten todo. Tal vez haya algo más, conflictos más hondos que los que parecen haber desatado el trágico final. Pero lo que se dice y desmiente, lo que sobrevuela las dos partes de la familia como el móvil del crimen, es el respeto.
Una persona no se va a hundir las costillas y morir por caerse ahí. Yo fui al lugar del hecho, estuve ahí, y no es alto- dijo a Infojus Noticias Nélida Cussi, una de los doce hijos de Eugenio, la tarde posterior al veredicto. Junto a ellos está Eduardo, su esposo policía, y sus dos cuñadas.
-Yo creo que ellos sí le pegaron y lo arrojaron ahí –dice Nélida.
La familia Anco espera oír la sentencia. "Los changos son inocentes", dirán después a Infojus Noticias.
Eugenio Cussi vivía en un rancho de campo con paredes de adobe y techo de paja. Un lugar sencillo pero apacible, a la vera de un río manso y bajo el limpio cielo de Salta. Había trabajado de sol a sol hasta hace pocos años: una vida entera en la que el viento altiplánico y el labrado incesante de la tierra le habían oscurecido el humor. Últimamente se limitaba, dice Nélida, a cuidar lo suyo.
“Arreglaba un poco su propiedad para que no se hagan dueños porque esta gente, a pesar de que sus mamás eran tías mías, no respetaban el lugar. Y hasta ahora no respetan porque echan ahí sus vacas, sus ovejas, sus caballos, sus burros, todo. Y eso a mi papá le molestaba. Y a mí me parece que quizás por eso en esa fiesta empezó la pelea porque sus animales estaban en la tierra de mi papá”.
-La defensora y su abogado dijeron que se había caído porque tu papá tomaba y andaba con bastón.
-Nada que ver: mi papá tenía 58 años y caminaba bien, normal. Eso inventaron ellos, como nosotros no podíamos hablar, nos la tuvimos que aguantar. Pero no es verdad que andaba con un bastón. Y no es verdad que andaba borracho: sí tomaba, es verdad que tomaba, pero no andaba temblando como para decir que no podía caminar. Además era criado en la zona: Iba y venía de noche, siempre. Una persona con bastón no va y vuelve como él: son seis horas de camino a pie.
René, el hermano menor de Nélida, se ha sumado a la charla. Sentado en el respaldo del sillón muestra su inconformidad con la sentencia judicial. “Sólo tres años para quienes mataron a mi papá”, dijo, visiblemente afectado. “Espero que cuando salgan no vuelvan para acá, que se vayan a otro lugar. Son personas malas”.
-¿Tu papá estaba peleado con el papá de Valentín?
-Sí, porque el hombre tenía mucha hacienda y se pasaba siempre a nuestro terreno. Entonces mi papá le pedía que respete. Valentín, cuando estaba “machado”, empezaba a decir cualquier cosa. Un día andaba con un hierro con una punta, y decía que no le tenía miedo a nadie, que iba a matar a cualquiera. Por eso yo no estoy conforme, porque es un pibe que no vale la pena.
Nélida y René tienen otros diez hermanos. Uno se suicidó hace dos años. Ocho viven Salta y no asistieron al juicio por la muerte de su padre. “Los llamamos por teléfono –cuenta René- pero como nunca se ha hecho un juicio acá pensaron que los estábamos bromeando. Mi hermana se ha enojado con ellos. Ayer volvimos a llamarlos, pero ya era tarde para que vinieran”.
A ocho hijos de la víctima, el juicio a los culpables les parece un chiste de mal gusto.
-Mi abuela y mi papá nos enseñó que teníamos que respetar, que no podíamos pasarnos a otro lugar. Nosotros teníamos que criar la hacienda en nuestro lugar- dice Nélida.
El pastoreo parece un argumento irrisorio para matar. Más si, como Valentín y Nélida, como Ramón y René, iban y volvían juntos todos los días juntos las dos horas de caminata que los separaban de la escuela. Si eran recibidos con afecto, a pesar de los roces de cualquier familia, en casa de sus tíos. Algo que no volverá a pasar.