No es un improvisado. Martín Cieri tiene 35 años, es licenciado en Lengua Inglesa y fue autoridad de mesa en tres elecciones. Dos en su Chacabuco natal y la tercera en estas PASO porteñas. Cualquier otro domingo esperaría la puesta del sol tomando mate en la costanera de Vicente López pero hoy asumió su deber cívico.
A las 14:35 hay ocho personas en la fila de la mesa 232. Ya pasaron más de seis desde que abrió y las Primarias Abiertas Simultáneas Obligatorias se desarrollan con normalidad en la Escuela Presidente Roca número 7, en la calle Libertad al 581, a metros del Teatro Colón. Martín Cieri fue convocado como vocal, pero a esta hora cubre el lugar del presidente de mesa mientras el original se toma su tiempo de almuerzo. Después de un buen rato en la mesa electoral, los roles, que en un principio eran fijos, empiezan a mutar y reina el compañerismo y solidaridad entre las autoridades de mesa. Martín tiene 35 años y no es principiante, ni mucho menos un desinteresado. Esta es la tercera elección en la que le toca trabajar: dos en Provincia (en Chacabuco, de cuando no había cambiado el domicilio) y una en la Ciudad Autónoma. La costumbre de la votación está muy relacionada a la idea de volver a casa: como muchos jóvenes del interior, Martín tardó en hacer el cambio de domicilio porque octubre siempre fue ese mes en el que está la excusa de viajar para votar, comerse un asado y visitar a la familia.
Este profesor y licenciado en Lengua Inglesa, Magíster en Organización y Gestión Educativa y docente de la Universidad de Lanús se preparó para un día agitado. Usa camisa celeste y pantalones claros. No resulta difícil imaginarse que Martín se levantó a las 6.15 de la mañana, desayunó un café con leche con tostadas, y una hora más tarde estaba en la escuela, recibiendo (él solo en su mesa) los paquetes del correo y empezando a armar la mesa.
Su mesa está ubicada en una suerte de pasillo que habilita el ingreso a dos cuartos oscuros. Ahí, en ese pequeño espacio, también funciona la mesa siguiente, presidida por la única vocal que se presentó a cumplir su labor. Martín sabe que tiene más experiencia que todos y no duda en compartirla. Por ejemplo, conoce la diferencia entre voto en blanco y voto impugnado, y sabe cómo hacer el recuento de votos de forma prolija y sin dejar que los fiscales de los diferentes partidos lo molesten. Sabe que después de tantas horas de trabajo todos preferirían estar en otro lado pero no le resta valor a este domingo: “Vivimos tantos años sin democracia que hay que cuidarla”, asevera sin dudarlo, y agrega que “pocas personas notan que es un valor a cuidar, algo que no siempre tuvimos”.
Los flujos de votantes van variando durante la tarde: por momentos aparecen y se forman filas de hasta cuatro o cinco personas. De a ratos reina la paz en el primer piso de la escuela. Pasadas las 16, un gendarme sube con el DNI tarjeta de una señora mayor que no puede subir. Esto pasará al menos tres veces más durante las horas que quedan hasta el escrutinio. Martín agarra el padrón de su mesa, con los troqueles colgando, una lapicera y la urna. Pide prestado un cuarto oscuro en la planta baja y acompaña a la señora.
“Estos están por el pancho y la coca”, dice un señor, por lo bajo, en la fila para votar. Martín duda en contestarle y luego desestima el reclamo. Más tarde dirá que este hombre no sabe que a cualquiera le puede llegar el telegrama y que nadie lo hace por plata, que se trata de un "deber cívico" que todos deberían estar obligados a cumplir alguna vez.
Un domingo cualquiera, dice Martín, él hubiese ido a almorzar con su pareja y después a tomar mate al río de Vicente López. Dice, también, que ni él se la cree: está convencido de que estaría encerrado en su casa, con la luz de sol entrando por la ventana, escribiendo su tesis doctoral. Investiga cómo género en las imágenes de los libros de inglés.
A las 18:02 sale del cuarto oscuro, acompañado por su hijo de tres años. La escuela ya está cerrada y la mesa de Martín comienza los trámites: acta de cierre, acta de escrutinio y, luego del conteo de votos, el telegrama. Todo terminó en el horario acordado y no hubo cola a la hora de cierre, como Martín temía. La última vez que fue autoridad, todo eso terminó a las 20:30. Ahora le queda darle una mano a la presidenta de mesa de al lado. “Acá hay buena onda, uno la pasa lindo y de paso colabora”, cuenta, cansado, antes de entrar al cuarto oscuro y empezar la recta final.