Un nuevo informe revela detalles sobre cómo funcionó el centro clandestino El Infierno, que fue operativo en la Brigada de Investigaciones de Lanús, que dependía del área que dirigía Miguel Etchecolatz. Entre 1976 y 1979 cumplieron funciones allí unos 200 policías. Los sobrevivientes recuerdan las torturas, los calabozos mínimos y la humillación diaria.
Avellaneda fue uno de los epicentros del horror en el Gran Buenos Aires. En pleno centro de la localidad, a dos cuadras de la avenida Mitre, existió el centro clandestino de detención, tortura y extermino conocido como “El Infierno”. Un nuevo informe reveló testimonios de sobrevivientes y enfatizó que “no hay todavía una causa para investigar los crímenes cometidos, como tampoco sobre el destino de los detenidos-desaparecidos que allí fueron vistos”. Así lo detalló la Unidad Especializada de Investigación (UEI), un espacio conformado por el Consejo Municipal de Derechos Humanos y la Comisión por la Memoria de Avellaneda.
En un informe titulado “Avellaneda tiene memoria. Aportes para la verdad sobre las violaciones a los derechos humanos”, se dieron a conocer algunos datos sobre el funcionamiento del ex centro clandestino. Allí funcionó la sede de la Unidad Regional II de la Brigada de Investigaciones de Lanús (URIIBIL), que dependía de la Dirección General de Investigaciones bonaerense dirigida por el entonces comisario general Miguel Etchecolatz. En la pirámide de este aparato represivo estaba el general de División Guillermo Suarez Mason, que estaba al frente del Primer Cuerpo del Ejército.
Los responsables locales de la URIIBIL fueron los comisarios Bruno Trevisán y Rómulo Ferranti. Los dos fueron condenados a tres y cuatro años de prisión por los delitos de "vejaciones y severidades" contra los empresarios Iaccarino. Entre 1976 y 1979 cumplieron funciones en el lugar unos 200 policías bonaerenses. Por tratarse de una brigada de investigaciones, muchos de los efectivos vestían de civil. Según algunos sobrevivientes, en “El Infierno” también había personal militar. Hay otro dato revelador: la patota encargada de secuestrar a las víctimas de la represión estaba compuesta por personal de ambas fuerzas represivas.
El relato de los sobrevivientes
En el ex centro clandestino fueron “vistas” las siguientes personas: Enrique Barry, Horacio Reimer, Héctor Pérez, José Rizzo, Horacio Lafleur, Luis Jaramillo, Carlos Alberto Fernández, Pablo Musso, Víctor Venura, Diana Wlichky, Mario Salerno y Ricardo Chidichimo. En la lista de desaparecidos aparecen: Carlos Daniel Saramaga, Esteban Santos, José Agustín Quinteros, Inés Pedemonte, Carlos Ochoa, Jorge Mendoza Calderón, Carlos Hodlt, Graciela Jurado, Gustavo Fernández Galan, Bonifacio Díaz, Victoria Borrelli, Alejo Avelino, Marta Alonso, Raúl Vassena y Daniel Scimia. Hay registrados, también, tres “NN”.
Por otra parte, entre los sobrevivientes están: Oscar Solis, Eduardo Castellanos, Gladys Rodríguez, Nilda Eloy, Corina Joly, Horacio Matoso, Haydee Lampugnani, Adolfo Paz y Gustavo Fernández. El informe sistematizó el relato de los sobrevivientes, que contaron cómo fueron llevados hacia allí y describieron cómo era el lugar.
Eduardo Castellanos fue detenido por un delito común poco tiempo antes del golpe de Estado del 24 de marzo de 1976 y estuvo alojado en la URIIBIL. Fue un testigo privilegiado de la conversión de la dependencia policial en un centro clandestino. “En la URIIBIL habían empezado los preparativos para dividir y pasar los presos comunes. Pasaron del lado derecho y dejaron todo vacío, empezaron a levantar la pared y los baños al fondo. Hubo una reforma en el techo, creo que agregaron rejas y pusieron custodia. Luego, más o menos en abril o mayo, empezaron de noche a traer gente. Una madrugada a eso vi a una señora grande, canosa, con un uniforme de tela Grafa, con un cartelito y las manos atadas con alambre”, relató Castellanos.
“El lugar a donde me llevaron lo puedo reconocer porque nací a dos cuadras de ahí. Conocía el ruido del tren, porque a dos cuadras de ahí había un ferrocarril de carga donde jugaba de chico. Escuchaba también la sirena de los bomberos, fui Bombero Voluntario y el cuartel está a tres cuadras. Conocía la voz del botellero que todas las mañanas pasaba por ahí. Me eran familiares los ruidos de los talleres vecinos”. El relato pertenece a Adolfo Paz, quien el 31 de diciembre de 1976 fue secuestrado por una patota integrada por policías y militares y trasladado a la Brigada de Investigaciones de Lanús, donde estuvo desaparecido durante 67 días.
Del relato de varios sobrevivientes se pudo obtener una descripción minuciosa de El Infierno. “Acceso principal subiendo cuatro escalones. Acceso para detenidos por un garaje, con portón metálico. A la derecha de un pasillo de unos dos metros de ancho, sala de torturas relativamente amplia. Patio con un cerramiento de barrotes a la altura del techo. Al fondo, cinco celdas con puerta ciega; a la izquierda tres baños. Arriba de las celdas había una pasarela para la guardia y probablemente otras dependencias. Tiene sótano”, acordaron los sobrevivientes.
Nilda Eloy estuvo detenida durante dos meses en El Infierno. “Había seis calabozos con puerta ciega, con mirilla. Los calabozos eran relativamente chicos, de dos metros por uno, y estaban totalmente cerrados. O sea: más que la mirilla no había otro tipo de ventilación ni nada. Enfrente, había como un piletón de esos grandes de lavar la ropa y sobre el costado dos baños con inodoro”, explicó.
Otro detenido que sobrevivió a su secuestro, Horacio Matoso, agregó a la descripción: “Arriba, en los calabozos, había una pasarela en donde se escuchaba que corrían y que pasaban las personas que vigilaban. Frente a los últimos dos calabozos estaba el sector de baños con un piletón grande al fondo y una parecita que separaba. En un costado había ropa tirada, bultos de ropa y zapatos. Ahí nos desnudaban. A mí me dejaron con un pantalón, descalzo, sin ninguna ropa acá arriba”.
En ese punto, Eloy relató: “Allí traían mucha gente, se torturaba todos los días. Suponemos que era de noche. Había gente que traían exclusivamente a torturar y se la llevaban y a otra la dejaban ahí”.
Sin agua, sin comida
La falta de alimentación y la escasez de agua eran, dice el informe, otras de las formas de la tortura ejercida en El Infierno. “En Avellaneda estuvimos casi dos meses sin tomar agua y sin comer. Nos tiraban chorritos de manguera y acumulábamos el agua en los zapatos y luego los pasábamos para exprimir las gotas que pudiéramos. Pero comida no recibíamos por largos períodos. El cabo que estaba a cargo decía que nadie le daba comida para nosotros, y a veces nos traía pan viejo, o comida que le quedaba de algún restaurante”, dijo Matoso.
Eloy agregó, en una de sus declaraciones: “Nos turnábamos para poder sentarnos, porque no había lugar para nada. Allí se nos encapuchaban, nos ataban las manos y los pies. Las condiciones eran muy duras. Recibíamos agua cada cuatro o cinco días, pasaban una manguera por la mirilla, y nada más. Y la comida, en los dos meses que estuve, recibimos dos o tres veces algún plato. Normalmente era cuando venía la gente del Regimiento de La Tablada. Nos ponían en fila contra la pared de enfrente de los calabozos. Nos daban cucharadas de una olla. Entonces, si éramos diez, lo que alcanzaba para diez; si éramos treinta, lo que alcanzaba para treinta”.