Eso le dijo Walter Talquenca al comisario de Concarán, un pueblo puntano cercano a Naschel en el que el hombre asesinó a dos personas e hirió a otras 17. Otro policía, Oscar Contrera, es quien investiga el tiroteo y le reveló a Infojus Noticias los detalles de los 30 minutos de locura que dejaron el sábado a la madrugada los restos de una batalla.
En Naschel, un pueblo con 3.500 habitantes que está a 120 kilómetros al noroeste de la capital de San Luis, todos creen que Walter Talquenca es culpable. Unas doscientas personas vieron al policía matar, gatillando a corta distancia contra Diego Brizuela, un camionero nacido en Rojas que nunca había visto, y contra Julio Marcelo Barrios, un comisario muy respetado por todos los pobladores de ese páramo agrícola del Valle de Conlara. Las mismas que lo vieron herir a 17 desconocidos, amigos y camaradas, vaciando a quemarropa sobre una pista de baile la carga de su arma reglamentaria. Y que podrían contarlo ante Patricia Besso, la jueza de instrucción penal de Concarán, en un desfile judicial inacabable. Pero aún falta dilucidar una cosa no menor en el expediente: el móvil de la masacre. En su declaración indagatoria, Talquenca –que cumple funciones en el destacamento San José del Morro- explicó que no recordaba nada de lo que había pasado. Algo que podría eximirlo de la responsabilidad penal, y de la cárcel.
-Las pericias psicológicas ya fueron ordenadas y se conocerán en los próximos días -dijo a Infojus Noticias el agente fiscal Carlos Leloutre cuando se retiraba apurado de Tribunales-. Serán vitales para que la ciencia nos dé una respuesta de lo que pasó. Fue algo extraordinario, en un lugar de gente muy tranquila, que nos hace acordar a las películas norteamericanas.
El comisario inspector Oscar Contrera es el hombre elegido por la Jefatura de la policía puntana para investigar por qué Talquenca desató el baño de sangre. Recibió a Infojus Noticias en su despacho de la Unidad Regional 3 de Concarán.
-Había un policía de alto rango entre los muertos y había que investigarlo a fondo- dice Contrera.
Su oficina es austera. Un perchero sin ropa, una computadora, una biblioteca con cuatro o cinco libros, trofeos deportivos –fútbol y vóley- y un adorno de mármol de Ónix verde del Mundial ’78. Sobre su escritorio está la gorra de la fuerza, y casi más nada. Detrás de él, dos trofeos de fútbol de un metro de alto: el botín de los campeonatos policiales.
-Como policía era un buen efectivo- recuerda Contrera-. Tanía una foja de servicio normal. Lo conozco porque trabajé con él en varios procedimientos en Villa Mercedes y conozco su carácter.
Talquenca era un policía orgulloso del uniforme. Había sido condecorado en el año 2001 por resultar herido en una salidera bancaria en Villa Mercedes. Integró durante muchos años el Grupo COE, la tropa de elite de la policía puntana. En los allanamientos de riesgo, después del “brechero” (entrar a una casa), era el que hacía la “barrida”: entrar primero a ver qué se encuentra.
-¿Ellos tienen un adiestramiento especial?-preguntó Infojus Noticias.
-Sí. En tiro, en defensa personal, armas largas y cortas.
La reconstrucción minuciosa
Talquenca entró con su esposa a las 3.45 a Natacha, la discoteca de Naschel que está sobre la avenida San Martín, a media cuadra de la plaza central. Había unas 280 personas que habían llegado del valle: los viernes es el único boliche que abre por la zona. Entró y se dirigió a la barra. Compró dos fernets con coca cola, y una gaseosa para Laura. Después dio unas vueltas por el local y bajaron a bailar.
Cerca de las 5, tuvo un roce con otro tipo. Talquenca le recriminó y el otro –según la declaración en sede policial de su mujer- le pegó un botellazo en la cabeza. No hay otros testigos que hayan visto el botellazo. Talquenca tenía un corte en la ceja derecha que no supo responder qué era, al declarar ante la jueza. Discutieron con la mujer y salieron a la vereda por una de las puertas de emergencia. Ella quiso llevárselo. Él le gritó y le dijo que volviera a la casa, que él iría más tarde.
Tres jóvenes que estaban en el pub de enfrente vieron que algo se le cayó al piso. Luego escucharon el ruido del montaje del cargador. Ralquenca salió con el arma empuñada. Ellos corrieron al boliche para resguardarse. Cuando estuvieron en la puerta, escucharon un estampido y Doris Yamila Gatica, la chica, recibió un tiro en la espalda. En ese momento, salió Diego Brizuela, el camionero que a la mañana debía volver a Buenos Aires con el cargamento de chalas de los cereales. Talquenca iba con el arma en alto y le disparó al lado de la nariz. La bala quedó alojada en la nuca.
Adentro estaba Gabriel Garro, un empleado de 15 años del local, que quiso ayudarlo. Talquenca le pegó un tiro en la zona lumbar. Garro le avisó a los cuatro policías que estaban adentro, entre ellos el comisario Barrios. Se topó con el tirador enajenado en el hall. A menos de dos metros de distancia, le dio un tiro en el pecho. Mientras tanto, el principal Pérez corrió a asistir a Garro, y recibió un tiro en el hombro izquierdo, cayendo herido.
Talquenca siguió su peregrinaje asesino hasta la baranda que rodea la pista de baile. Cientos de testigos lo vieron barrerla con su arma en alto, de izquierda a derecha, haciendo fuego sin un blanco fijo. “Apuntaba y tiraba al voleo”, relató Contrera. Muchos de los heridos, supone, fueron en esa balacera.
Talquenca caminó después hasta la barra, donde se encontró de frente a Gimena Ledero, que estaba atrás de la caja. La chica de 20 años, oriunda de La Toma, alcanzó a llevarse las manos a la cara. No podía creer que el hombre que la apuntaba a un metro iba a gatillar. La misma bala le perforó la mano y el maxilar inferior.
En ese momento, vio que Martín Estrada –el dueño del boliche- salía a la calle por la segunda puerta de emergencia. Lo apuntó, pero al mismo tiempo entraba el comisario Barrios, que a pesar de la herida en el torax se había levantado, y se interpuso entre ellos. Hubo un forcejeo. Otro policía vio como Barrio se tomaba la cabeza y caía muerto al suelo. El tiro le fracturó el cráneo, pero no entró en la cabeza. Los peritos balísticos tendrán que dilucidar cómo fue posible.
Salió afuera, donde había un tendal de heridos, corridas, gritos, histeria. Hizo unos disparos más y subió a su auto. El policía Izaguirre le disparó al vidrio, y la bala dio en el tablero. Arrancó fuerte entre la multitud. Tomó la calle San Martín y Bertoluzzi hacia la autovía que se va del pueblo.
Pero no era todo.
Talquenca llegó a la comisaría 24 por la calle Pedernera y estacionó el Renault 12. Se quedó unos segundos quieto. El inspector Ysaac Cañete, el oficial Santiago Olguín y el alférez Gabriel Isaguirre, que venían persiguiéndolo desde Natacha, le dieron la voz de alto. Talquenca se bajó empuñando el arma y los apuntó haciendo un “barrido”. Abrió fuego contra la comisaría: hay tres balazos en la puerta. De adentro de la seccional, el principal Godoy le acertó al pie derecho. Talquenca entró a la seccional, y allí Cañete aprovechó para tirársele encima y desarmarlo. El imputado le soltó: “Me pegaste un tiro. No te olvides que vos tenés familia”. Y después le hizo una sonrisa burlona. Mucho más tarde, atendido en el hospital de Concarán y aprehendido, le dijo al comisario de esa ciudad:
-Yo jamás pude haber matado al comisario Barrios. Él era mi amigo.
Las pulsiones que lo llevaron a matar siguen siendo un misterio en todo el valle del Conlara. “No tenemos concretamente un móvil”, afirma Contrera. Y agrega: “Existieron momentos previos. El altercado en la pista, el alcohol en sangre. Pero no explican ni justifican la brutalidad del hecho”.