Musa Salum llegó de un pueblo pequeño en el oeste sirio hace veinte años para estudiar pero finalmente se quedó a vivir y formó una familia. Volvió varias veces a Siria. La última vez fue en 2009. Firas viajó a Buenos Aires hace dos años. Fue por pedido de su hermano que temía por él.
Cuando Musa Salum tenía 20 años decidió dejar su pequeño pueblo, a 15 kilómetros de la ciudad de Homs en Siria, y viajar a la Argentina. Su sueño era estudiar medicina en la Universidad de Buenos Aires. Llegó en 1975, rindió las equivalencias necesarias para validar sus estudios secundarios y después entró a la UBA. Se recibió de doctor y se casó con una médica. Juntos formaron una familia y tuvieron dos hijos y una hija. Como médico realizó guardias en el Hospital Paroissien de La Matanza, uno de los que presenta mayor conflictividad social. “Un hospital de guerra”, bromea Musa Salum en diálogo con Infojus Noticias porque para él, la palabra guerra significa otra cosa.
Desde que está en el país, volvió a su tierra muchas veces. Ahí quedó su familia. “La última vez que pude viajar fue en 2009”, cuenta en un castellano que es muy claro pero que no abandona el eco de las consonantes fuertes del árabe. En 2011 tenía pensado volver. Si hijo menor iba a conocer la tierra de sus antepasados. Pero no pudieron. En marzo de ese año se desató el cruento conflicto armado que se sostiene hasta hoy. “Los familiares nos decían ‘Va a mejorar, va a mejorar’, pero cada vez fue peor y llevamos ya cuatro años”, contó.
Mientras habla, Musa Salum tiene en el bolsillo de su saco azul un diploma enrollado. Hoy fue uno de los tantos distinguidos en el acto por el Día del Inmigrante. En un día como hoy es muy difícil no pensar en aquellas jornadas del ’75 cuando recién tocó suelo argentino. “Hay mucha diferencia entre cuando yo vine y ahora”, cuenta y enseguida agrega que él eligió este destino, primero como un lugar de estudios, después como su residencia y el lugar para formar una familia. “Ahora vienen obligados, la situación de guerra, de terrorismo”, agrega como si hiciera falta marcar que no es solo una cuestión de elección, sino de vida o muerte.
Basta mirar las estadísticas para dimensionar cómo se fue incrementando la llegada de sirios a la Argentina luego del 2001. Según el informe de anual de la Comisión Nacional para los Refugiados (CONARE) en 2012 se recibieron 52 solicitudes del estatuto de refugiado para llegar al país. Esa cifra se duplicó en 2013 (llegó a 122) y en 2014, de las 830 solicitudes 91 fueron de ciudadanos sirios. En más del 50 por ciento de los casos se trataba de solicitudes de reunificación familiar.
“Las solicitudes fueron formuladas por extranjeros de más de una treintena de nacionalidades diferentes –dice el informe de 2014– entre las que se destacan los pedidos de autorización de ingreso al país por motivos de reunificación familiar formuladas por nacionales sirios que huyeron del conflicto que asola dicho país desde 2011”.
En el mismo informe, además se aclara: “Paralelamente a aquellos que ingresan al territorio nacional y solicitan estatuto de refugiado y aquellos que solicitan ante la CONARE la autorización de ingreso de sus familiares por reunificación familiar, la Dirección Nacional de Migraciones ha implementado también un programa de visados humanitarios –“Programa Siria”– mediante el cual personas que tienen algún vínculo familiar con nacionales argentinos o con nacionales sirios residentes en el país, pueden obtener un visado para ingresar a Argentina como residentes. Nótese que dichas personas no tienen estatuto de refugiado, aunque nada obsta que lo puedan solicitar, si así lo consideran”.
En la situación de estos últimos está Firas. Llegó hace dos años, por pedido de su hermano que ya estaba en Argentina. Pidió la visa en la Embajada y viajó. Firas es oriundo de Homs, una de las ciudades donde el conflicto armado ha impactado con mayor crudeza. Ahí trabajaba como herrero. Tenía un buen pasar. Pero la guerra puso todo en peligro. Hoy fue el portador de la bandera de Siria en el desfile de inmigrantes.
Firas todavía no habla español. Para poder charlar con él Tamara Lalli, también inmigrante y referente de la Asociación Cultural Siria, hace de traductora. Antes de empezar la nota bromea un poco con los hijos de Musa Salum y les pide que ellos sean los que traduzcan. Los chicos se ríen, están estudiando árabe pero aún no podrían cumplir con el pedido. “Todavía no, todavía no”, dice uno de ellos entre risas.
Acá en Argentina también trabaja como herrero. Mientras toma una copa de vino tinto, cuenta que para él lo que ocurre en Siria no se puede considerar una guerra. “Una guerra sería entre un ejército y otro, esto es destrucción, sangre, no sé cómo llamarlo”, cuenta. Para Musa Salum tiene una mirada definida de lo que está pasando: “Es un plan macabro armado hace diez años para dividir a cada país árabe para seguir sometiéndolo y saquear su riqueza”. Y cuando apunta a los responsables habla de Estados Unidos: “Fueron a Libia, sacaron al “dictador”, en Irak terminaron con la “dictadura” y ahora todos los días hay coches bombas”, dice y se pregunta: “¿A dónde está la democracia que llevó el tío Bush”.
La imagen del nene sirio ahogado en el Mediterraneo, para ellos no deja de ser tremenda, pero saben que detrás existen muchas más muertes. “Ahora surgió el tema por el niño este, pero mueren niños todos los días”, dice Musa Salum y reflexiona sobre la labor de los medios de comunicación: “La información que llega de lo que está pasando es muy escaza”.
Firas recorrió varias provincias. Dice que Argentina es país muy grande y que desde que llegó se sintió bien recibido. A pesar de esto, la nostalgia por lo que tuvo que dejar en su tierra es muy grande. Firas siente que nunca va a dejar de sentir la pérdida. Su preocupación por la familia que aún vive en Homs y el deseo de volver están siempre presentes.
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