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Infojus Noticias

30-9-2014|20:10|Monte Peloni Nacionales
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Quinta audiencia del juicio

"Cuando mis padres salieron en libertad, eran otras personas”

En la audiencia del juicio que transcurre en Olavarría, testimonió la hija de Araceli Gutiérrez, la única mujer cautiva en Monte Peloni. Una enfermera que trabajó en el hospital de Cacharí recordó que tres hombres de traje le dejaron una bebé de tres días.

  • Ilustraciones: kitsch.
Por: Laureano Barrera, desde Olavarría.-

“Fechas no puedo decir, pero puedo contar las consecuencias. Nos parábamos con mi hermano en la última casa del pueblo y soñábamos que mis papás venían. Sabíamos todo lo que había pasado, pero no asociábamos a un desaparecido con la muerte”, dijo Natalia Anastasia Ledesma, la hija de Amelia Gutiérrez y Juan Carlos Ledesma, una pareja de desaparecidos cuyo destino final se intenta desentrañar en el juicio de Monte Peloni, en Olavarría. Natalia nació siete días antes que secuestraran a sus padres y ocho meses antes de que sus abuelos la encontraran abandonada en un hospital de Cacharí. La noción del daño, no sólo a las víctimas sino en sus deudos, recorre el recinto de la Facultad de Ciencias Sociales desde que empezó el juicio por los crímenes de Monte Peloni: los herederos de esas ausencias.

Las fugaces declaraciones de hoy reafirmaron esa tendencia. “Lo que pasa con los chicos, con los que quedan, es algo que quizás no alcanzamos a comprender. A la familia Gutiérrez-Ledesma los devastaron”, razonó después de la audiencia un ex detenido que ya declaró.

Los tres testimonios de la mañana brindaron relatos cortos, sin detalles fundamentales para reconstruir la trama y los hechos. Manuela Cecilia Elizari, otra de las hijas de Araceli Gutiérrez, fue la primera en testimoniar. “Siempre tuvimos una vida complicada, porque cuando mis padres salieron, eran otras personas”, contó ante los jueces del Tribunal Oral Federal de Mar del Plata. El testimonio de Manuela se centró en las huellas que dejó el terror en su vida y en la de su familia. Disfónica, se esforzó para relatar las veces que fue de visita a Devoto a ver a su madre y el sufrimiento que vivió junto a su hermano. “Hasta hoy sueño que me abandonan y me dejan. Ante cualquier relación afectiva pienso que en algún momento me van a dejar, es algo que no pude superar ni en diez años de terapia”, relató.

Tres hombres de traje

Después, fue el turno de María Haydée Esnal Durruty, enfermera del Hospital de Cacharí y de Raúl Oscar Seoane, un hombre que tenía una gomería en el mismo paraje. Sus declaraciones sumaron algún detalle puntual sobre la entrega de Natalia Anastasia Ledesma. María Haydée Durruty contó que una madrugada, cerca de las cinco y media, ella estaba de guardia en el hospital de Cacharí y tocaron el timbre tres hombres “bien vestidos, de traje”. Le pidieron una sala con camilla, ella los dejó pasar, y dejaron un bulto. “Yo no pregunté nada, éramos empleados ahí”, dijo la mujer, ya muy anciana. Cuando los hombres se fueron, corrió la cobija y vio una bebé de apenas días: era Natalia. Llamó a sus compañeros y las autoridades del hospital. La vio dos o tres y después no volvió a verla.

-¿No supo de quién se trataba la beba, por comentarios en el hospital?- le preguntó el juez Néstor Parra.

-No, nada.

-¿Y la fisonomía?- terció Roberto Falcone, el presidente del tribunal.

-No.

El testimonio de Seoane fue aún más escueto. El fiscal Walter Romero le preguntó si recordaba haber hecho el arreglo de una goma de auto esa misma madrugada: se trataría del mismo auto y las mismas personas que la llevaron al hospital. El hombre respondió que no.

Una cita con Verdura

Por la tarde, la familia Gutiérrez-Ledesma siguió contando la dimensión del drama. Eugenio Elizari, hermano del ex detenido Néstor Elizari, dijo que lo llamaron por teléfono para decirle que habían arrasado la casa de su hermano y habían dejado solos a los tres chicos. Eugenio trabajaba con su hermano en la fábrica de ladrillos Loma Negra. Los retiró, hizo la denuncia en la comisaría y se quedaron en su casa. Un tiempo más tarde, el excoronel Aníbal Verdura lo convocó a verlo al Regimiento. “Me tuvo de las dos a las diez de la noche. Estaba rodeado de diez o doce soldados. Me dijo que todas las personas que habían sacado de sus casas estaban bajo su custodia y algún día nos iban a informar qué iban a hacer cuando se aclarara el asunto”, contó Eugenio en el tramo más sustancioso.

-¿Supo de qué asunto se trataba? – le preguntó una abogada defensora.

-El de los terroristas. Es todo lo que me dijo.

Un día de esos –para Eugenio eran todos parecidos- le avisaron que su hermano estaba en la cárcel de Azul. Lo empezó a visitar ahí. Y después en Sierra Chica.

-¿En qué condiciones físicas condiciones lo encontró?- quiso saber el fiscal Romero.

-Desastrosas. Parecía una caricatura de sí mismo. Yo le llevaba a su hijo más chico a visitarlo con el hijo más chico mío. Era el momento más feliz.

La última casa del pueblo

Alejandro Nicolás Elizari es oficial de policía, y tiene un único recuerdo, 35 años atrás: estar parado, sólo, y nada más. Se crió con sus tíos paternos. “Con Araceli y mi papa nos vimos durante una o dos veces por año durante mucho tiempo, hasta que me independicé de mis tíos”, dijo en la audiencia. Y no fue hasta adulto, agregó, que pudo emparchar ese vínculo. “Soy una persona solitaria, tengo a mis hijos y a mi familia biológica que hoy por hoy me apoya en todo. Destruyeron a mi familia. Mal o bien, lo que podría haber sido mi familia biológica la destruyeron”, testificó Alejandro.

Laura Viviana Nichea tuvo esa imagen de niña otra vez, esa noche, en la que civiles y militares se llevaron a sus padres Araceli Gutiérrez y Néstor Elizari y la dejaron sola con sus hermanitos. “Se los llevaron a mis viejos y nos quedamos solos, Manuela, Alejandro y yo. Llorábamos, no entendíamos nada” contó la mujer, que es portera de un colegio en La Plata. A ella la llevaron con sus abuelos maternos y a sus hermanos con sus tíos paternos.

Las secuelas físicas y psíquicas fueron devastadoras. Cuando visitaba a su mamá en la cárcel de Devoto “la quería abrazar y besar, estar con ella. Y no podía. Mamá me hacía cosas en la cárcel de Devoto, un burbujero, una muñequita. Pero cuando me iba, no quería despegarme de ella, se me hacían úlceras en las piernas de los nervios”, dijo Nichea. “Yo hablo por mis tíos que hoy no están, por mis viejos que los llevo conmigo y por los 30.000 desaparecidos”, concluyó.

La última en pasar al estrado fue Natalia Anastasia Ledesma, la beba que llegó al hospital de Cacharí el 15 de septiembre de 1977, con siete días, en manos de tres sujetos trajeados. “Por un reporte del diario, mi abuela materna me encontró ocho meses después de haber nacido”. Sus abuelas, ella y su hermano Juan Manuel –que declaró ayer- escaparon a vivir en un pueblito perdido de Córdoba. Natalia tiene el mismo recuerdo nítido que Juna Manuel. “Nos parábamos con mi hermano en la última casa del pueblo y soñábamos que venían”, contó.

“El daño es muchísimo. Tenemos hijos y se traslada todo. Mi hija cumplió 15 años y nos sacamos la foto. Estaba yo, mi hija, mi abuela, y faltaba mi mamá. Para cada parto, a cada paso, faltaba mi mamá y papá”.

Entre todo el dolor removido por el juicio, Natalia encontró un bálsamo. “La justicia es algo bueno. Desde hace cuatro días está toda la familia junta. Nos reunimos, comemos, estamos bien. De alguna manera es reparar algo de lo que falta”.

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