Después de la lectura de veredictos por los crímenes ocurridos en La Cacha, el represor Etchecolatz, que cargaba con una nueva prisión perpetua dijo algo inaudible dirigiéndose al jurado. Pero los reporteros gráficos de Infojus Noticias habían hecho foco sobre sus manos. Con una caligrafía algo temblorosa, en un papel pequeño y con dobleces, se leía el nombre que desató el escándalo.
La lectura del veredicto, el 25 de octubre de 2014, después de casi un año de juicio oral por los crímenes ocurridos en La Cacha, un centro clandestino en el predio de la cárcel de Olmos, estaba llegando al final. Carlos Rozanski, el presidente del tribunal, hizo una pausa para tomar un trago de agua. Con el punto final, y una nueva prisión perpetua sobre sus espaldas, el ex comisario de la Bonaerense Miguel Osvaldo Etchecolatz perdió el control. Intentó llegar al estrado pero los agentes penitenciarios que le cerraron el paso. Entre el forcejeo, dirigiéndose al jurado, dijo algo inaudible. Pero los reporteros gráficos de Infojus Noticias, dispuestos en el balcón del segundo piso, habían hecho foco sobre sus manos. Con una caligrafía algo temblorosa, en un papel pequeño y con dobleces, se leía el nombre que desató el escándalo: Jorge Julio López, el testigo secuestrado y desaparecido en los días que lo condenaron por primera vez.
El reverso del papel también estaba escrito. En otra toma fotográfica, de forma entrecortada, aparecería el sustantivo "secuestro" y el verbo "secuestrar". Las fotografías de esta agencia, aportadas a la justicia, fueron el corpus inicial para abrir otra causa judicial, donde los fiscales federales de La Plata Hernán Schapiro y Juan Martín Nogueira lo imputaron por intimidación pública. Y provocó que la familia de López pida su citación como testigo en la causa que investiga su desaparición.
Matar de nuevo
Aquella provocación fue la última de una serie en la que el ex director de investigaciones de la Policía Bonaerense, con gestos o declaraciones, se burlaba de los asistentes. En la audiencia del 5 de febrero de 2014, el ex comisario afirmó sin que se le moviera un pelo que “por mi cargo me tocó matar, y lo haría de nuevo”. En mayo, se desmoronó de su silla escuchando a una sobreviviente. Lo llevaron al Hospital San Martín con un pico de presión. Dos semanas después, visiblemente recuperado, volvió a declarar y calificó a sus víctimas de “insectos foráneos”. Cada vez que pidió la palabra para hablar de sus víctimas, fue para ensuciarlos o para aumentar la angustia de los familiares: a pesar de las pruebas abrumadoras en contrario, aseguró que Clara Anahí, la nieta raptada de “Chicha” Mariani, había muerto durante el ataque a la casa de sus padres. Algunos arriesgan que el anciano multicondenado por crímenes de lesa humanidad perdió la razón. La mayoría —sobrevivientes, operadores judiciales, activistas de derechos humanos— sostienen que sus desplantes son parte de una estrategia para entorpecer el proceso judicial, o simplemente una burla.
Julio López fue uno de sus más firmes acusadores cuando la impunidad empezaba a resquebrajarse. Durante el primer juicio por crímenes de la dictadura de La Plata, en 2006, en el que Etchecolatz era el único acusado, dijo haberlo visto torturar con sus propios ojos. Por eso, cuando la ausencia de López se volvió un secuestró evidente, a fines de septiembre de ese año, los organismos de derechos humanos lo señalaron como el autor ideológico. La investigación judicial les dio la razón: cuando escarbaron en su celda de Marcos Paz encontraron irregularidades y contactos con represores que habían estado vigilando el último tiempo al albañil. El papel que fotografió Infojus Noticias en su poder es una prueba más, cuanto menos, de que el episodio no pasó desapercibido para el anciano.
LB/AF