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Infojus Noticias

1-4-2014|19:50|Violencias Nacionales
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El joven fue hoy dado de alta y excarcelado

Linchamiento en Palermo: la cuadra del pacto de silencio

El fiscal de la causa analiza las filmaciones callejeras para identificar a las personas que atacaron a un ladrón, el sábado pasado. En el edificio donde pasó todo, por pudor o espíritu de cuerpo, nadie quiere recordar ese día. “Este es un barrio donde el ‘no te metás’ es muy fuerte”, contó un vecino. “La mitad decía que había que matarlo", dijo el portero.

  • “Sólo veía las patas" de la gente, relató Alfredo, el encargado. Fotos: Mariano Armagno.
Por: Laureano Barrera

“Yo estaba sentado en ese bar cuando escuché que se rompía el vidrio de enfrente y una señora gritaba que la robaban”, relató Alfredo, el encargado que el sábado pasado por la tarde atrapó a un pibe que habría querido robar una ferretería. El hombre tuvo que protegerlo con su cuerpo de las patadas de unas 30 personas rabiosas, para que no lo mataran. “Salí corriendo porque es mi instinto y mi forma de ser”. Hoy el joven –que estaba internado por las heridas, pero seguía detenido-, fue dado de alta y excarcelado por el fiscal Marcelo Roma, que abrió una causa por lesiones. El funcionario judicial analiza las filmaciones callejeras para identificar a los atacantes y quebrar el pacto de silencio que flota en la cuadra.

Alfredo es locuaz, pero su relato a Infojus Noticias del episodio fue entrecortado: durante la charla atendió el celular tres veces para dar entrevistas a otros medios. Alfredo persiguió al joven que había roto el vidrió de una ferretería durante dos cuadras por el boulevard de la calle Charcas. Pero después de unos metros, otros hombres se sumaron a la persecución. Otros le salieron al cruce de frente, y el pibe se vio acorralado. “Tirate al suelo”, le gritó Alfredo dos o tres veces mientras iba en carrera. Unos metros después de cruzar la avenida Coronel Díaz hacia Billinghurst, Alfredo lo empujó y el pibe cayó. Se le tiró encima y lo inmovilizó. El joven no se resistió. Ahí llegó la primera patada en la cabeza. “Le dieron en la boca, empezó a sangrar mucho. Como dije en todos lados: con una patada ya era suficiente. Si fuera uno contra uno era una pelea más, como todas. Pero es fácil ser guapo entre cien”, dijo Alfredo.

El pibe, inmovilizado y sin defensa, pedía por favor que no le pegaran más. Alfredo le decía que pusiera la cara contra el suelo para guarecerse de los puntapiés que llegaban desde todos los flancos. Eran veinte o treinta personas enardecidas. “La mitad decía que había que matarlo, y la otra mitad que no”.

Alfredo no le vio las caras: “Sólo veía las patas. Me preocupaba porque no me pegaran, primero, y después para que no lo mataran”, le aseguró a Infojus Noticias.

La cuadra de Charcas entre Coronel Díaz y Billinghurst está llena de comercios: kioscos, un supermercado “Día”, pollería, tintorería, cafés, tiendas de ropa y una librería de segunda mano. A dos cuadras del Alto Palermo, donde el trajín de turistas y paseantes es arduo y el tráfico no se detiene. Pero al mismo tiempo, en sus edificios altos de balcones enrejados, sus residencias antiguas de ventanas altas, como la de los conventos, se respira una atmósfera de intimidad barrial: tres días después, lo sucedido el sábado es rumor que oscila entre la vergüenza, justificación y la banalidad.

-Fue feo, pero la gente está cansada de que la roben- opinó la tintorera, una señora oriental que vive hace 23 años encima de su local. Desde allí vio, el sábado, como el chico quedó tirado en la vereda hasta que se lo llevó el patrullero.

-Está muy mal- opinó una mujer viejita que allí estaba.- Hay que detenerlo y llevarlo a la policía.

La gente se vuelve un animal –terció una señora de 40 años que había ido a retirar un pantalón-. Pero hay que ponerse en el lugar de las víctimas. Ahora te da miedo salir.

-¿A usted alguna vez le robaron?

-No nunca. Toco madera.

La librería de ejemplares usados cerró ese día a las tres menos cuarto. Carlos atiende allí desde hace diez años. “Me sorprende que la gente haya reaccionado así. Porque este es un barrio pequeño burgués, donde el ‘no te metás’ es muy fuerte”.

-¿Y la policía anda por la cuadra?

-La policía es la mafia, la que gerencia el delito. Acá atrás vivía el dueño de este local. El día que murió, la policía dejó una consigna mientras llegaba la morguera a llevarse el cuerpo. Esa misma noche, me entraron dos tipos con una barreta al local. Me lo contó un vecino de enfrente.

El silencio

La esquina de Charcas y avenida Coronel Díaz es una de las más álgidas del barrio. En ese punto hay cuatro comercios en cruz: uno de los cafés Fell Fort, el restó Fuensanta, la tienda de ropas Lola Mora y el café-heladería Victoria Cream, una de esas esquinas de dos pisos completamente vidriadas que tiene sillones de cuerina beige.

Uno de los mozos de ahí estuvo el sábado pasado cuando la turba de veinte o treinta personas embestía la cara ensangrentada del joven. Se apuró a aclarar ante Infojus Noticias “que desde acá no se ve bien”. “Yo estaba acá”, reforzó, y trazó con su brazo extendido una línea recta imaginaria desde no hay ángulo posible para ver la paliza. Dijo que todo duró “unos quince minutos” –veinticinco la policía- pero que no fue constante: “Era de a ratitos, a alguien le daba bronca y pum!”.

Los fines de semana el panorama cambia un poco: los paseantes tiene más tiempo para la sobremesa y el café. Por eso, cuando la temperatura es apacible, las mesas de los bares, heladerías y restaurantes avanzan sobre las veredas y Palermo se puebla de comensales relajados y lectores pacientes de La Nación.

En el edificio 3276, donde pasó todo, por pudor o espíritu de cuerpo nadie quiso recordar. El portero no estaba: había ido al médico y volvía a las tres. En cuatro de los departamentos del primero y segundo piso nadie contestó. En el 1C, la voz masculina dijo que trabajaba allí de lunes a viernes y que no sabía nada. La mujer del 2A tampoco “vivía ahí”, ni podía señalar a nadie porque “todavía no los había cruzado”.

El kiosco de la esquina era uno de los pocos comercios que estaban abiertos. “Estaba mi marido. Era gente que pasaba por acá, y gente de la cuadra”. Pero fue difícil hallarlos. B., un pibe de 16 años que acababa de irse cundo llegó este cronista, estuvo presente cuando se desató el fuenteovejuna. “Por algunos comentarios que hizo”, explicó la kiosquera. “Salió hablando en un canal de espaldas. No sé por qué será eso”.

-¿Pero participó de la golpiza?

-Nooo. Sólo la vio.

-¿Y cómo estaba después de asistir a eso?

-Impresionado.

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