El 15 de noviembre de 1976, Ricardo Aníbal Dios Castro y Mariano Héctor Krauthamer fueron asesinados por una patota de la Armada en un taller de confecciones del barrio de Caballito. Ricardo era la pareja de Judith Said, actual coordinadora de la Red Federal de Sitios de Memoria. Ella tiene a dos de sus hermanos desaparecidos. Este caso lo tomó la Fiscalía para seguir con su alegato, en una nueva audiencia del juicio ESMA.
Judith Said buscó un teléfono público cerca de su casa y llamó al taller Confecciones SER para hablar con su marido, pero nadie contestó. Esa mañana del 15 de noviembre de 1976, Ricardo Aníbal Dios Castro se había ido temprano al trabajo. Además de él, en el taller de la calle Riglos 744 estaba el hermano de Judith, Alberto Ezequiel, y también Raúl Ocampo y Salvadora Ayala. Mariano Héctor Krauthamer y su pareja, Beatriz Silvina Fiszman, habían llegado para avisarle a Alberto que el abuelo de su novia había muerto. Judith insistió en los llamados. Hasta que la voz de su hermano dijo ‘hola’. Enseguida se dio cuenta que algo pasaba. “Tenía la voz tomada”, recuerda a casi 39 años, en diálogo con Infojus Noticias. Y para ella eso fue una señal: “Me hice pasar por una clienta”, cuenta. Es que el cerco represivo se iba cerrando. Incluso por seguridad estaban por mudar el taller. Sentían que la casa del barrio de Caballito ya no era segura. Apenas cortó llamó a Moises –su padre– al trabajo, pero no lo encontró. Había salido para el taller alertado por una vecina que había escuchado los disparos. Acompañado de otro de sus hijo llegó al lugar lo antes que pudo. Desde la esquina vio en la vereda los cuerpos de Ricardo y Mariano y como se llevaban a los demás con vida.
El relato de Judith se escuchó en la sala de audiencias de Comodoro Py en mayo de 2013, en el marco del juicio oral y público por la megacausa ESMA. Ella es actualmente la coordinadora nacional de la Red Federal de Sitios de Memoria, del Archivo Nacional de la Memoria.
En la última audiencia de la semana pasada, la fiscal Mercedes Soiza Reilly expuso, en un nuevo tramo de su alegato, los asesinatos y secuestros de aquella mañana y la desaparición forzada del abogado Jaime Eduardo Said (también hermano de Judith), ocurrido días después. La acusación del Ministerio Público seguirá hoy: la secuencia de secuestros en el último tramo de 1976 será la base de la intervención. Entre esos casos, Soiza Reilly alegará por la caída de la dirigente de Montoneros Norma Esther Arrostito y el segundo golpe importante que la dictadura le dio a la Columna Norte de la organización del peronismo revolucionario.
Salvadora Ayala sobrevivió a la ESMA. Su testimonio fue central para reconstruir lo que pasó en el taller de Riglos. Aquella mañana Alberto –dueño junto a su mamá del taller– tomaba un café con Mariano y Beatriz. Judith supo por Salvadora que su marido escuchó ruidos extraños afuera y que por eso salió a la calle. Las balas del Grupo de Tareas 3.3 dependiente de la Armada lo asesinaron en el acto. Mariano también cayó por las ráfagas de los represores. Había quedado tendido dentro de la casa, pero su cuerpo fue sacado a la vereda y abandonado junto al de Ricardo.
Alberto también fue alcanzado por las balas. Herido pidió que frenaran la balacera, que eso era un comercio y llegó a pedir una ambulancia para Mariano, que aún estaba con vida. Entonces le preguntaron por su hermano Eduardo. Él era abogado de la gremial de abogados peronistas y como tal había sido defensor de presos políticos. También había sido funcionario del gobierno de la ciudad de Buenos Aires y perseguido por la Triple A.
Dos granadas de “regalo”
Alberto, Salvadora, Beatriz y Raúl fueron trasladados a la ESMA mientras un camión se ponía de culata en el taller para cargar el “botín de guerra”: máquinas, rollos de tela, prendas confeccionadas. Judith se acuerda que había 150 polleras listas y que también se robaron los pagarés y chequeras que fueron cobrados por los represores. Como corolario del operativo, el GT dejó dos granadas.
Para Soiza Reilly este dato no es menor. “Durante el año 1976 los operativos de secuestro realizados por el GT de la ESMA tuvieron características similares. Además de las ya conocidas –hombres fuertemente armados, vestidos de civil, etc.– pudimos acreditar con las pruebas colectadas la utilización de aparatos explosivos en los domicilios. En el caso de la secuencia de secuestros y asesinatos ocurridos en el taller de la calle Riglos, fue convocada la Brigada 1 de Bomberos de la PFA. Esto demuestra a las claras la violencia generada en las acciones represivas gestadas por los miembros de la ESMA en aquellos años”, explicó la fiscal. En el acta de Bomberos consta que en el operativo estaba a cargo de un hombre que se presentó como “teniente de navío”.
Los cuatro secuestrados “fueron alojados en un primer momento en el sótano del lugar donde fueron sometidos a intensos interrogatorios relacionados con su militancia política mientras le aplicaban todo tipo de tormentos”, dijo la fiscal. Después, Alberto y Raúl fueron llevados al sector conocido como “Capucha”, en el tercer piso del Casino de Oficiales. Aún están desaparecidos. Beatriz y Salvadora fueron liberadas el 16 de noviembre del 76 en el barrio de Palermo.
El 24 de noviembre de 1976, poco menos de diez días después del operativo en calle Riglos, el terrorismo de Estado volvió a golpear a la familia Said. Cerca de las ocho de la noche un grupo de personas del GT 3.3 secuestró a Eduardo en la esquina de Sarmiento y Uriburu. Su destino también fue la ESMA. Ahí llegó encapuchado y esposado. Sometido a torturas. Él también continúa desaparecido.
“La justicia es una parte indispensable de la recuperación de la memoria y es trascendente no solo para los familiares de las víctimas y los militantes, sino para todos, para que se sepa el modus operandi del terrorismo de Estado. Este es un caso significativo que demuestra cómo actuaban: muertes, desapariciones, secuestros y el robo, la rapiña”, contó Judith.
JC/RA